Documentales
Armonías para después de la guerra – Teaser
Un documental para conocer de cerca a los artistas de la resiliencia. «Armonías para después de la guerra» retrata las dolorosas consecuencias de la guerra en el Kurdistán sirio, pero también muestra el valor de quienes hacen renacer la esperanza a través del arte.
Una madrugada de agosto 2014, la vida de Fahad y su familia cambió para siempre. La artillería del autoproclamado Estado Islámico sacudía la periferia de la ciudad de Til Essisr en la región de Sinjar al Oeste del kurdistán Iraquí. Su padre entró en la habitación y les transmitió la decisión final de escapar.
Tres de cada cuatro plantas comestibles en el mundo requieren la polinización asistida específicamente por abejas. El planeta sufre la amenaza de su extinción y los últimos apicultores artesanales afrontan entornos cada día más hostiles. Ésta es la historia de un mentor y su joven aprendiz en el desafío de producir miel silvestre.
Boko Haram pretende establecer un califato en toda la región de su influencia; este grupo armado, a través de acciones de violencia brutal, ha obligado a huir de sus aldeas a millones de personas, generando una de las peores crisis humanitarias de los últimos años. En este momento, se calcula que cientos de miles de personas apenas disponen de alimentos y agua en los campos de refugio.
Un hombre convive con su soledad en un paraje inhóspito de la estepa patagónica. Los senderos que antes supo desandar sin obstáculos, hoy están lacerados por alambradas que demarcan tierras privadas de un dueño extranjero que él desconoce. Sus treinta y cuatro chivas deben caminar cada vez más lejos para hallar un poco de pasto.
Las comunidades retratadas en «Escondidos…», están compuestas por pobladores rurales que viven en «territorios fiscales» sin títulos de propiedad. Ciertos parajes los habitan hace más de cien años, y solo cuentan con un permiso precario de ocupación que deben renovar. Ya no vienen los «inspectores» para hacer informes, sino que ellos mismos deben ir a las oficinas a renovar permisos.
Al perder territorio, Estado Islámico va dejando detrás ciudades repletas de explosivos ocultos entre las ruinas: abriendo las puertas a la paranoia y a una nueva ola de violencia sectaria que azota Irak. La guerra con Irán, la invasión a Kuwait, la ocupación americana, la persecución de Kurdos y Yazidies ha forjado un país donde los conflictos se dirimen empuñando AK-47.
Millones de personas se vieron forzadas a dejar sus tierras, sus casas, sus vidas. Han huido recorriendo el país buscando refugio:
un lugar seguro donde dejar de sobrevivir y poder pensar en reconstruir sus vidas. Llevan décadas conviviendo con la
cartografía del horror de la guerra. Pablo Tosco nos muestra un día en la vida de Mahmood.
Laraba está sentada en medio de su choza de paja esquelética y abraza el cuerpo frágil de Kubi. Kubi llora, afónico, entrecortado: agónico. Afuera, entre cientos de chozas, otros cientos de cuerpos arrastran los pies por el desierto; avanzan lento contra el viento que es harmatán, más que eso: es aire con arena y polvo que golpea. No es brisa ni acaricia los cuerpos, es viento que desgarra.
La comunidad de Yishinachat huele a palosanto y a polvo. Cerca de las casas, humo frágil de pequeños braseros encendidos en el piso complementan los aromas de tierra adentro: es el Gran Chaco paraguayo. Yishinachat forma parte del departamento de Boquerón, el más grande del país: un tercio del territorio de Paraguay, con tan solo el 2% de la población total.
A nivel mundial, solo una pequeña proporción de refugiados alcanza cada año una solución duradera, lo que implica que un número creciente de refugiados continúa durante muchos años en una situación prolongada precaria (permanecer en el exilio por más de cinco años). Entre los grupos más vulnerables se encuentras las poblaciones indígenas, como el pueblo Warao.
La temperatura desciende y los alcanza, los golpea; abajo —otra vez— Muhammad y Yousef vuelven a repartir, cómo cada noche, su precario y siempre exiguo legado entre los colegas de la escollera: un colchón raído de dos plazas, la olla tiznada, dos sacos de dormir, dos pares de chanclas y un plástico transparente como cobertor improvisado para la lluvia.
Mariana faena. Se despierta cuatro y media, cinco de la madrugada, y susurra una canción de cuna para su hijita más pequeña —de dos años— que se queja entre sueños. Una vez arriba, apronta la pava y abre un paquete de Baldo, la yerba brasilera económica con la que se ceba los primeros mates de una tanda que la acompaña de camino hasta el frigorífico de Durazno, donde faena.
¿Qué será de aquellas madres de Soacha? ¿Qué sería de ellas y de tantas otras si nadie les brindara la oportunidad de dar a conocer su historia? Tal vez sus voces acabaran escuchándose. Pero también podría haber ocurrido que el silencio, el mejor aliado para que los crímenes queden impunes, hubiera ganado.