Educación virtual sin internet ni dispositivos: la brecha digital en la Amazonia

«Mi tío encendía el generador una vez al día para que pudiéramos cargar nuestros teléfonos. La conexión falló varias veces, era difícil escuchar lo que decían y realmente no entendía de qué se trataba la clase.»

Casi la mitad de los niños entre 5 y 12 años no pueden asistir a la educación virtual en América Latina.

En este especial de Angular te contamos detalles desconocidos sobre la vida actual en la Amazonia boliviana.

Texto: Lise Josefsen Hermann  | Fotos: Sara Aliaga 

escuchan esos truenos, lloran y cantan tristes. No pasan rápido su pena. Keila Jhoana Flores Coca tiene 13 años y vive en la ciudad de Riberalta, en la parte boliviana de la Amazonia, cerca de la frontera con Brasil. Una ciudad con casi 100.000 habitantes. Al inicio de la pandemia, en marzo 2020, se fue con su familia al campo a un lugar llamado La Rampla con el fin de estar más aislada, debido al temor de contagio de Covid-19. No habían anticipado que permanecerían allí durante varios meses, ya que la cuarentena estricta prohibía transporte de cualquier tipo.

«Teníamos miedo de enfermarnos aquí en Riberalta. Escuché en las noticias cómo la gente moría en la calle y me asusté. Es muy triste. Conozco a muchos que han muerto. Mi tío murió en septiembre», dice Keila Jhoana Flores Coca.

Estuvo en La Rampla con sus padres y dos hermanos menores, tres tías, dos tíos, una prima y su abuela durante los primeros meses de la emergencia sanitaria de 2020. La estancia hizo que Keila y los demás hijos de su familia casi no tuvieran acceso a la educación virtual que se introdujo como en todo el mundo por la Covid-19. «Sólo tenía mi cuaderno, eso fue todo —recuerda Keila—. A veces podíamos ingresar con una mala conexión a Internet en el celular. Mi tío encendía el generador una vez al día para que pudiéramos cargar nuestros teléfonos. La conexión falló varias veces, era difícil escuchar lo que decían y realmente no entendía de qué se trataba la clase.»

*Foto/ Sara Aliaga Ticona

Según el Instituto Nacional de Estadística de Bolivia (INE), solo el 57% de los hogares del municipio de Riberalta tiene celular. El que usó Keila pertenecía a la esposa de su tío, Danitza Glarza Lino, de 24 años. Eran cuatro hijos de la familia que tenían que compartir el celular para las clases virtuales y las tareas.

«A veces, cuando enviaban un enlace de Zoom, recién llegaba cuando terminaba la clase. Tuvimos que pararnos afuera en la carretera para intentar conectarnos a la red. A veces los cuatro teníamos que usar el teléfono al mismo tiempo. Unos anotaron sus tareas en una hoja, mientras que uno de los otros podía usar el teléfono para la clase».

La situación económica también fue difícil para la familia durante el encierro: «Cuando estábamos en La Rampla pescamos mucho. En realidad, vivíamos de los peces durante ese período. Comimos pacú y sardinas.»

Marinett Coca Villaroel, de 10 años, es la hermana menor de Keila y va al sexto grado. Ella dice que su clase tuvo muy pocas clases virtuales durante la cuarentena. La profesora envió tareas a través de WhatsApp y su madre ayudó con la matemática. Dibujaba mucho; arte es su materia favorita. Pero «estaba aburrida. Solo jugaba a veces con mi primo pequeño. Ayudé a barrer la casa y ese tipo de cosas. Cuando teníamos clases, la señal del celular desaparecía. Estábamos afuera y caminamos para ver dónde podíamos agarrar señal. Estaba asustada de enfermarme durante la pandemia. Vi las noticias y me asusté. Tenía mucho miedo de la pandemia».

*Foto/ Sara Aliaga Ticona

Según el Observatorio Covid-19 de la CEPAL (Comisión Económica para América Latina y el Caribe) 32 millones o el 46 por ciento de los niños entre 5 y 12 años no pueden asistir a la educación virtual en América Latina. También según cifras de la CEPAL, Bolivia es el país de América Latina con peor acceso al Internet. Entre la quinta parte más pobres del país, solo el 3 por ciento tiene acceso al Internet, y entre los más ricos, es un poco menos de un tercio (32 por ciento).

Para la tarea de Keila, también fue un desafío por el tema de la falta de luz: «A veces no podía hacer mis tareas por la tarde ni por la noche. Tuvimos que quedarnos dentro de la casa porque había muchos mosquitos afuera y hay que tener cuidado porque hay mucha malaria en la zona. Mi mamá ha tenido malaria cuatro veces, mi papá también —dice Keila Jhoana Flores Coca—. Luego me levanté muy temprano para hacer las tareas».

También se notaba cómo lo de las clases virtuales era algo nuevo para los profesores: «A veces no entendían y apagaban la cámara o el sonido. También fue nuevo para ellos. Nunca habíamos experimentado una pandemia pues. El programa que usamos era nuevo, la profesora no manejaba muy bien la tecnología».

Tuvimos que quedarnos dentro de la casa porque había muchos mosquitos afuera y hay que tener cuidado porque hay mucha malaria en la zona. Mi mamá ha tenido malaria cuatro veces, mi papá también

*Foto/ Sara Aliaga Ticona

Uno de los profesores que tuvo dificultades con la educación virtual fue Clariabel Berdugo González, de 39 años, maestra de primer grado en una escuela primaria en Riberalta: «Antes de la pandemia, solo había usado Word, PowerPoint y Facebook. Ni siquiera estaba acostumbrado a usar el Internet».

La vemos después de un curso al que asiste organizado por la organización boliviana Fundación Machaca, con el apoyo de la ONG internacional Oxfam y financiado por la Fundación Hempel.

Aquí, a los profesores se les enseña, entre otras cosas, Classroom, Excel y diversas plataformas virtuales.

Clariabel dice que no tenía wifi en casa, solo datos en el teléfono. A veces funcionó para las clases virtuales y otras no. Pero su gran preocupación es más bien la falta de acceso de los estudiantes a dispositivos e Internet. «Las familias no siempre tienen celulares, nunca computadoras y muchas veces ni siquiera tienen luz. De mis 35 estudiantes, solo 15 tenían acceso a WhatsApp. Algunos de los padres tuvieron que vender sus teléfonos porque no podían pagar la comida. ¿De qué sirve si aprendo a enseñar virtualmente si los niños no pueden participar? Me entristece mucho por ellos. La educación aquí en Riberalta seguirá retrasada», dice la docente con los ojos húmedos.

Las familias no siempre tienen celulares, nunca computadoras y muchas veces ni siquiera tienen luz. De mis 35 estudiantes, solo 15 tenían acceso a WhatsApp. Algunos de los padres tuvieron que vender sus teléfonos porque no podían pagar la comida.

De vuelta a Keila, que ahora está de regreso en Riberalta con el resto de la familia. Ella ama a su perrita, Luli y otra de las perras de la familia está preñada y tendrá cachorros uno de los próximos días, piensa Keila. Con su gran familia, no le faltó compañía durante el encierro, pero aun así pesa la parte social: «Extrañaba a mis amigos. Solo nos vimos las caras por las cámaras. Cuando regresamos a la escuela a fines de 2020, me sorprendió verlos. Se veían más grandes todos. Ahora ya no somos niños. Los chicos han cambiado sus voces y las chicas, ahora somos más mujeres.»

La niña sigue preocupada por el riesgo de la Covid-19 y las consecuencias de la pandemia en relación con la educación de niños, niñas y jóvenes: «Solo quiero que la gente se siga cuidando. Que la gente ayude a sus hijos con las tareas y que se acuerden de usar mascarillas», dice Keila Jhoana Flores Coca desde su casa en la Amazonia boliviana.

* Este reportaje fue realizado gracias al apoyo de Oxfam.

Lise Josefsen Hermann

Periodista | Corresponsal

Lise lleva más de 10 años como freelance, insistiendo —sobre todo al público del norte de Europa— sobre las condiciones humanas en Latinoamérica y la huella que dejamos en el mundo. Reporta para varios medios de Dinamarca y Noruega, así como internacionales (NYT, DW, BBC, El País) y oenegés (Amnistía Internacional y Oxfam). Es Pulitzer Grantee y ha recibido apoyo de National Geographic, Clean Energy Network (CLEW), Fundación Gabo & Open Society Foundation. Se enfoca en temas ambientales, DDHH, migración y pueblos indígenas.

Sara Aliaga

Fotógrafa documental | Comunicadora social

Comunicadora social, fotógrafa documental y exploradora de National Geographic radicada en la ciudad de La Paz. fundadora del primer colectivo de fotógrafas de Bolivia, War-MiPhoto. Sus ejes temáticos de investigación se basan en género e identidad, derechos humanos y pueblos indígenas. Ganadora del tercer lugar POYLATAM (2021), ganadora del Fotoevidence Book Award, World Press Photo, como parte del colectivo CovidLatam (2021)

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