Retratos en movimiento

Días antes de que se declarase la pandemia y Latinoamérica quedara confinada, miles de personas buscaban alternativas fuera de sus países de origen. A muchos de ellos los tomó por sorpresa en el camino, en campos de abrigo, o en zonas de frontera.

Estos son retratos del movimiento humano a horas de la llegada de la mayor crisis sanitaria de la historia reciente.

¿Cómo confinarse cuando no se cuenta con un techo? ¿Dónde estarán ahora?

Texto y fotos: Migue Roth

* Fernanda es madre soltera. Cuida de su pequeña en la plaza Rodoviaria de Boa Vista (Brasil). Con utensilios improvisados cenarán arroz de una olla popular provisto por un grupo de abuelas evangélicas de la zona.
La migración venezolana, que a principios de esta década comenzó por vía aérea, no se debe a un solo conflicto específico y abrupto, como puede ser una guerra declarada; sino a una sucesión de crisis (institucional, política, económica, alimenticia). Quienes estudian las sociedades y sus comportamientos denominan este tipo de situaciones como “emergencias complejas”, ya que no se explican desde un aspecto, sino como una serie de variantes que propiciaron las condiciones internas para derivar en procesos migratorios semejantes.

Las restricciones establecidas por los diferentes gobiernos de Latinoamérica disminuyeron los viajes entre países y el movimiento en zonas de fronteras, pero los desequilibrios sociales no cesaron el tránsito de aquellos que viven moviéndose en los márgenes y no pueden permitirse parar.

La precariedad y la urgencia manifiesta en cada historia migrante se tornó aún más y más crítica, así como las respuestas de agencias humanitarias presentes a lo largo de las distintas rutas migratorias. Si bien la pandemia golpeó a las sociedades globales, uno de los grupos poblacionales más afectados por las devastadoras consecuencias del patógeno fueron las personas migrantes, refugiados y solicitantes de asilo a quienes, en gran medida, los tomó por sorpresa en campos de abrigo o incluso en el camino.

* Yoselin sube la cuesta de Tulcán (Ecuador) luego de cruzar la frontera y amamanta en el camino a su bebé de siete meses.
La población global sometida a desplazamiento forzado se ha incrementado de manera sustancial en la última década; los más afectados: mujeres y niños. No es la excepción en el caso de la población migrante venezolana.

La disyuntiva dolorosa «¿mascarilla o comida?» se presenta a diario a migrantes venezolanos en América Latina y el Caribe. Pese a los esfuerzos de los países de acogida (especialmente Colombia, Perú, Brasil, Chile y Ecuador) estamos frente a una crisis humanitaria sin precedentes: son más de cinco millones de migrantes y refugiados quienes, ya golpeados por la crisis en su país de origen, ahora deben enfrentar el coronavirus: aún más empobrecidos y con menores posibilidades de combatir la infección.

* Abrigo Rondón II (Boa Vista, Brasil). A nivel mundial, solo una pequeña proporción de refugiados alcanza cada año una solución duradera, lo que implica que un número creciente de refugiados continúa durante muchos años en una situación prolongada precaria (permanecer en el exilio por más de cinco años).
Según el informe «Tendencias globales» realizado por ACNUR, uno de cada dos refugiados es un niño o niña. Muchos de ellos se encontraban solos o sin sus familias. Y cerca del 80% de los refugiados viven en países vecinos a sus países de origen.
En el Abrigo Rondón II, Wilber y otro niños improvisan cometas para entretenerse, pero las horas pasan lento y cada día en el campo de refugio implica nuevos desafíos emocionales.

Nos mata el hambre, más que la pandemia

Colombia, con casi dos millones de personas venezolanas en su territorio, es el mayor país receptor —aunque la mayoría continúe en situación irregular—. La pandemia agravó sustancialmente las condiciones ya precarias en las que se encontraban los venezolanos. El cierre de comercios y el confinamiento dejó sin empleo a miles de ellos, quienes sobreviven marginalizados, con jornal diario o de la informalidad. “Nos mata el hambre. Más que la pandemia, a nosotros nos mata el hambre”, dice Yaseli, migrante venezolana en Bogotá.

«La crisis sanitaria y económica, sin precedentes en los últimos 100 años, que sobrevino con el surgimiento del nuevo coronavirus y la enfermedad de COVID-19 ha puesto las desigualdades socioeconómicas y de acceso a los servicios de salud y protección social aún más en evidencia, además de plantear desafíos socioeconómicos y exponer a los grupos más vulnerables de la población a riesgos y adversidades más graves de los que ya enfrentaban», sostiene el Informe de la Comisión Económica para América Latina y el Caribel (CEPAL).

* Anabela dice: «Nosotros no queríamos salir, para evitar cualquier tipo de inconveniente para mis hijos, pero no tuvimos opción».
Las agencias humanitarias trabajan a favor de la población forzada a huir de sus hogares brindando atención médica y nutricional, refugio, protección y asesoramiento legal en las distintas rutas migratorias.

A las complejas y durísimas situaciones que implica la migración, las madres, niñas y niños se ven aún más expuestos a situaciones de violencia en el camino y en destino.

Como lo demuestra este Informe, existe un agravamiento de los riesgos y la disminución de los factores de protección ante la violencia física, psicológica y sexual a la que se exponen en su hogar los adolescentes, niños y —especialmente—niñas de la región durante la pandemia de COVID-19.

«Durante la crisis de la enfermedad por coronavirus (COVID-19), factores como las limitaciones de la actividad económica, el cierre de las escuelas, el acceso reducido a los servicios de salud y el distanciamiento físico pueden incrementar la vulnerabilidad y exposición en la infancia y adolescencia a la violencia y otras vulneraciones a los derechos de niñas, niños y adolescentes».

¿Cómo integrar acciones concretas en los mecanismos de respuesta de los Estados de América Latina y el Caribe para enfrentar ésta crisis?

¿Por qué aquella madre viaja con su bebé? ¿Por qué tiene una pulsera roja que dice “atención prioritaria? ¿Por qué son tantos y de tan variadas edades? ¿Qué los motiva a dejar la cama de un hogar por el suelo de un cruce fronterizo o una tienda improvisada a la vera del camino? ¿Qué los impulsa para dejar a los más cercanos y viajar en soledad o rodeados de desconocidos? ¿Qué piensa ese niño que dejó su casa? ¿Qué proyección sobre el futuro puede hacer un adulto mayor en relación a su nuevo destino, tras vivir toda su vida apegado a otro? ¿Hasta cuándo insistirán las mismas preguntas?


Violencias en pandemia

«El desequilibrio entre los factores de riesgo y los factores de protección se produce en la medida en que los países imponen normas de distanciamiento físico para ayudar a contener la pandemia —sostiene el mismo Informe—. Dada la desigualdad socioeconómica de la región, no todas las personas logran cumplir las medidas sanitarias con igual rigor (CEPAL, 2020b), lo que supone un mayor riesgo para niñas, niños y adolescentes».

Además de la inseguridad y los desequilibrios económicos preexistentes, el aislamiento —con las restricciones a la libre movilidad— y el hacinamiento en sectores urbanos, incrementan de forma considerable el estrés y la ansiedad en las familias. Las capacidades para recuperarse de los efectos sociales y económicos de dichas medidas varían y la tensión crece.

No son pocos previeron que la crisis del COVID-19 aumentaría la pobreza.

Ya es un hecho.

Migue Roth

Editor | Periodismo narrativo

Graduado en Comunicación y en Fotoperiodismo; se especializó en Periodismo en la respuesta a las crisis humanitarias. Freelance y docente universitario. Editor y fundador de Angular. Recorre Latinoamérica con el foco puesto en las problemáticas sociales y sus transformaciones.

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