Los hijos de padres centroamericanos migrantes quedan atrás y se refugian en las pandillas buscando una familia sustituta.

Ignacio Marín | Guatemala

Berenice (1) ha vivido en la misma casa humilde desde que llegó a la Ciudad de Guatemala, hace décadas. Allí, entre paredes de hormigón desnudo y techo de zinc, ha criado a sus tres hijos y allí, ya alcanzada la tercera edad, está criando a su nieto Neymar (2) desde que asesinaran a su padre y su madre se marchara a los EE.UU. La madre a veces envía algo de dinero, pero “la plata no puede reemplazar a una mamá”, dice Berenice con una mezcla de pena y preocupación. Hace semanas que Neymar, que ya tiene 15 años, ha comenzado a juntarse con los pandilleros de su barrio y ella, agotada, no se ve capaz de controlar a su nieto adolescente.

Actualmente Guatemala es el país del que proviene el mayor número de personas inmigrantes que llegan a los EE.UU. (aproximadamente 280.000 guatemaltecos fueron detenidos por la policía fronteriza en 2019, según datos del gobierno de EE. UU.). Pero la migración es un fenómeno que no solo afecta a quienes se marchan, sino también a los que se quedan. Como Neymar, miles de niños y adolescentes en el Triángulo Norte de Centroamérica están creciendo solos. Según un informe reciente del Banco Interamericano de Desarrollo, la mitad de las personas migrantes provenientes de esta zona dejan atrás a sus hijos. Con su marcha, la responsabilidad de la crianza acaba recayendo sobre abuelas o hermanas mayores. En otros casos, los niños simplemente terminan creciendo solos en las calles. Ante la soledad y el abandono, muchos terminan buscando en la pandilla una familia sustituta. La pandilla les ofrece seguridad y, sobre todo, un sentido de pertenencia a un grupo. Según la fundación Insight Crime, las pandillas son, antes que una organización criminal, una organización social: no buscan tanto el beneficio económico sino más bien crear una identidad colectiva, un espacio de protección en el que apoyarse mutuamente. Un pandillero estaría dispuesto a matar con tal de defender “al barrio” o a cualquiera de sus “hermanos” de la pandilla.

Estas mismas pandillas llevan años convirtiendo la región en una de las más peligrosas del mundo. Muchos de los homicidios registrados en 2019 se les atribuye a ellas. El resultado es una tasa de 21 homicidios por cada 100 mil habitantes, el doble de lo que la Organización Mundial de la Salud (OMS) considera “epidemia”.

Pese a los numerosos operativos de seguridad pública desplegados por los distintos gobiernos, el fenómeno de las pandillas no ha dejado de crecer. Es más, según varios organismos de Derechos Humanos, más que solucionar el problema, estos han tenido resultados contradictorios ya que no están acompañados de ninguna política social de integración. Esta violencia es, a su vez, uno de los motivos principales por los que muchos centroamericanos deciden emigrar, realimentando así un círculo vicioso.

“Es el precio de la migración: un niño no puede crecer sin su familia. Se fueron para hacer plata, pero al final nos salió caro”, dice Berenice.

(1) Nombre ficticio, elegido por ella.
(2) Nombre ficticio, elegido por él.

José Basilio (43) viaja en autobús hacia los EE.UU. junto con el resto de integrantes de la caravana migrante que cruzó Guatemala en enero de 2020. Deja a sus tres hijos con su mujer, quien también planea viajar a los EE.UU. en cuanto José se haya asentado.

Neymar observa su barrio desde una azotea. Vive con su abuela desde que su madre se fuera a EE.UU. y a su padre lo asesinaran. Ha comenzado a juntarse con los pandilleros de su barrio y a cometer algún delito no violento, como traficar con marihuana. Este suele ser el primer paso antes de continuar con delitos mayores, como la extorsión o el asesinato.

Tres adolescentes practican con una navaja en el barrio de La Limonada, uno de los más violentos de la ciudad. Los padres de Cristian (esquina inferior derecha) se fueron hace años a los EE.UU. Sus dos hermanos mayores forman parte del Barrio 18.

“El barrio” es un elemento fundamental en el ecosistema de las pandillas. Es el espacio físico en el que la pandilla ejerce su control y que defiende de posibles ataques de otras pandillas.

El barrio de La Limonada, en la Zona 5 de la Ciudad de Guatemala, es una de las zonas más peligrosas de la ciudad, dominada por las pandillas. El departamento de Guatemala, donde está ubicada la Ciudad de Guatemala, es el tercero con la tasa de homicidios más elevada del país: 40 homicidios por cada cien mil habitantes, más del doble que la media del país y 4 veces más de lo que la Organización Mundial de la Salud (OMS) considera “epidemia”.

Las hermanas María de los Ángeles Lemus (18) y Evelin Lizet Lemus García (20) yacen muertas en una avenida de la Zona 6 de Ciudad de Guatemala. Volvían de trabajar en una zapatería cuando les dispararon siete veces desde una moto. Según la policía, las pandillas ejecutan a quienes no pagan la extorsión. Muchos de los homicidios que se registraron en 2019 está atribuido a las pandillas.

Vecinos de San José Pinula observan la escena de un homicidio en su localidad. Según una fuente de la policía, de los 1.281 homicidios perpetrados en el departamento de Guatemala tan solo se han resuelto unos 200.

El conductor de autobús Estuardo Francisco Cabrera (36) y la pasajera Jennifer Morales (26) yacen muertos tras ser tiroteados por pandilleros en la Zona 17 de Ciudad de Guatemala, cerca del centro comercial Metro Norte. El colectivo de conductores de autobús es uno de los más vulnerables a sufrir extorsión por parte de las pandillas.

Familiares atienden el funeral de Glendy Yesenia López (20). Fue asesinada por dos pandilleros mientras conducía su mototaxi.

Según Insight Crime “lo que parece unir a las pandillas es su búsqueda por un sentido de lugar, un espacio en el que se apoyen mutuamente; un espacio al que puedan llamar propio, y de allí sus casi constantes referencias y símbolos evocativos de su lugar de origen. Ese lugar es lo que llaman “el barrio”.

Una mujer llora al ver el cadáver de su marido, Jonathan Guzmán, asesinado por un pandillero por negarse a pagar la extorsión de la panadería que regentaba. Jonathan (21) fue asesinado a sangre fría en la puerta de su casa cuando volvía de dar un paseo con su mujer y su hijo de 9 meses de edad.

Trabajadores del Cementerio de La Verbena de Ciudad de Guatemala dan sepultura a varios cuerpos sin identificar. Todas las semanas llegan desde la morgue entre 5 y 10 cadáveres. En muchos casos se trata de chicos jóvenes que llegan a la capital para formar parte de una pandilla tras pasar por prisión. Al ser de otro municipio nadie reclama su cuerpo, y finalmente los entierran en bolsas de plástico y tumbas sin lápida.

El envío de remesas desde EE.UU. se promociona en cuanto cartel publicitario lo habilite en las estaciones de ómnibus. / Ciudad capital de Guatemala.

Rosa Menchu arma su equipaje frente a su hijo la noche antes de viajar a los EE.UU. Leo, de 16 años, se queda en Guatemala a cargo de su tía. “En mi corazón sé que no voy a regresar en mucho tiempo porque tengo muchas deudas. Eso no se lo he dicho a mi familia”.

Daniel, de 16 años, descansa en el sofá de su casa en la Zona 18 de Ciudad de Guatemala. Cuando su padre se marchó a los EE.UU., Daniel se sintió abandonado y comenzó a juntarse con un pequeño grupo de pandilleros de su zona. “Sentía que solo ellos comprendían la rabia que tenía dentro”, dice. El acercamiento a la pandilla se terminó cuando el líder apareció decapitado y otros cinco miembros asesinados.

Miriam Martínez (63) atiende a su nieta Camila (11) mientras hace los deberes. Hace 6 años los padres de Camila se fueron a EE.UU. por necesidades económicas y la dejaron con su abuela. “Cuesta un poco ya a mi edad. Yo ya saqué a unos hijos adelante… Además, los niños necesitan el cariño de sus padres”, reflexiona Miriam.

Estela (66), angustiada, espera desde hace varios días noticias de su hijo menor que se marchó a los EE.UU. sin avisar. Al marcharse el padre, sus dos nietas quedan a su cargo.

Un convoy de la Policía Nacional Civil se dirige para efectuar una redada en un presunto piso franco de la pandilla Barrio 18.

Una bandera de EE.UU. colgada en la vivienda de un pandillero en la Zona 18 de Ciudad de Guatemala.

Un agente de Dipanda (División Nacional contra el Desarrollo de Pandillas) vigila a 4 pandilleros, 3 de ellos menores de edad, pertenecientes a la clica Solo Para Locos del Barrio 18, acusados de secuestrar y planear descuartizar a un miembro de la pandilla rival.

Estela (66), angustiada, espera desde hace varios días noticias de su hijo menor que se marchó a los EE.UU. sin avisar. Al marcharse el padre, sus dos nietas quedan a su cargo.

Un grupo de presuntos pandilleros es trasladado de vuelta a la prisión después de haber acudido a su juicio.

Un policía inspecciona el cadáver de un hombre en El Canalito, a las afueras de la Ciudad de Guatemala. Pese a los numerosos operativos de seguridad pública desplegados por los distintos gobiernos, el fenómeno de las pandillas no ha dejado de crecer.

Sander (22) es detenido en su domicilio por el presunto homicidio de un taxista y por pertenencia a la pandilla Barrio 18. Su padre se fue a EE.UU. y su madre no podía cuidar de él. La pandilla lo reclutó a los 12 años. A los 14 ya había cometido su primer homicidio.

Según Insight Crime, “las clicas (subdivisión de la pandilla) son el círculo más inmediato de los miembros de la pandilla. Es allí donde tienen sus confidentes más cercanos, sus amistades más fuertes y sus defensores más leales. Para los pandilleros, las clicas son lo más parecido a una familia sustituta”.

Ignacio Marín

Periodista audiovisual, nacido en España, con foco en la desigualdad y la violencia humana. Actualmente trabaja en un proyecto sobre cómo la migración ha creado una generación de niños abandonados y las consecuencias que esto genera en la violencia en Latinoamérica.

Su trabajo ha sido publicado en el Time, Le Monde, CNN, Bloomberg, El País Semanal y Days Japan, entre otros.

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