Fotos: Pablo Tosco

El 23 de marzo de 2010 nació Periodismohumano.com, un medio digital entonces insólito en el panorama informativo de España. Apadrinado por el premio Pulitzer Javier Bauluz, el proyecto contaba con una decena de redactores y colaboradores y se inspiraba en la Declaración Universal de los Derechos Humanos. El germen de aquella aventura se encontraba en el manifiesto publicado dos años antes por un grupo de personas vinculadas al mundo de la comunicación y la cultura, que consideraban la defensa de los DDHH una de las tareas primordiales del periodismo y los periodistas.

La periodista y escritora Patricia Simón (Estepona, 1983) fue cofundadora y subdirectora de aquel proyecto, hoy extinguido. Sin embargo, su vocación humanista palpita en el estilo inequívoco de periodismo comprometido. Sus referentes latinoamericanos no solamente eran periodistas sino escritores humanistas que entendían el periodismo como una extensión de su defensa a la justicia. Personas disidentes que combatieron contra las dictaduras y eran capaces de escribir tanto una novela como un poema o una obra periodística. Considera que la escuela de Eduardo Márquez —al igual que la de Benedetti, la de Galeano y de tantas otras compañeras periodistas— le han enseñado el significado del compromiso ético frente a la información, además de la coherencia y la calidad.

A Patricia Simón, el periodismo narrativo o de larga distancia le interesa en cuanto a su capacidad de describir procesos, ya que a través de ellos se puede entender la globalidad y los matices de la realidad. Y es allí donde se requiere tiempo y espacio. Aunque se siente más cómoda con el concepto de crónica. Ha realizado numerosos reportajes en África, en América Latina y, más recientemente, ha cubierto las primeras semanas de la guerra en Ucrania para La Marea. En su libro Miedo, viaje por un mundo que se resiste a ser dominado por el odio (Debate, 2022) analiza los temores que definen la coyuntura actual. Este análisis le ha permitido seguir la senda del dinero e investigar quiénes se lucran o benefician con la instrumentalización de los miedos.

La convicción y los valores de Patricia Simón van acompañados de una mirada que fija el foco allí donde más duele, donde los poderosos se ven comprometidos y los lectores se inquietan y no pueden quedar indiferentes ante la realidad.

¿Tiene el periodismo la función de enseñar la complejidades de la realidad y huir de la simplificación?

La realidad es de por sí compleja y cada vez más. Si el periodismo quiere hacer un retrato de la realidad tiene que tratar indefectiblemente esa complejidad; entendiendo que el periodismo tiene la necesidad de simplificar para acercarse a la ciudadanía. En muchos casos, no en todos afortunadamente, lo que se está haciendo no es simplificar sino caricaturizar. Si el periodismo consigue trasladar esa complejidad y la ciudadanía se entrena en ese esfuerzo que supone entender el mundo, que es de por sí muy complejo, eso ayuda a que seamos más curiosos, más comprensivos y más compasivos. Cuando entiendes que la realidad es multidimensional es más difícil que hagas juicios tajantes porque te das cuenta que para entenderlo cuesta esfuerzo y que hay muchas dimensiones de esa realidad. Un periodismo así contribuiría a romper con la polarización y fomentaría la convivencia y el respeto mutuo.

No basta con que las generaciones futuras puedan saber lo que ha ocurrido. El periodismo debe tener capacidad de incidencia. ¿Cómo se consigue?

Tenemos que recuperar la función que tiene el periodismo en las democracias. Actualmente las instituciones y la clase política desdicen la voluntad popular. No solamente desoyen a la ciudadanía cuando se moviliza sino también las publicaciones o reportajes de denuncia social. Los periodistas, a través de nuestras informaciónes exigimos continuamente al Estado que cumpla con las leyes, que incluso cuando son injustas son más protectoras que la ausencia de ellas. Sin embargo los estados desoyen las denuncias de los medios de comunicación y ninguneas a la ciudadana que se moviliza para pedir que cumpla con los estándares y los tratados internacionales. Son muy autoritarios. Por tanto, es normal que cada vez haya sectores de la población que entiendan que la democracia no cumple su función y empiecen a abrazar discursos totalitarios.

Efectivamente, el periodismo necesita tener incidencia para cumplir con su función y para que la ciudadanía sienta que es un contrapoder válido. Cuando las personas se informan sobre injusticias, historias de corrupción o violacion de los derechos fundamentales, y ven que esa información no sirve para nada, llega un momento en que se dejan de informar. Los periodistas trabajamos para que nuestra información tenga una repercusión, pero en la actualidad es casi imposible que una información de denuncia se transforme en un cambio legislativo o político.

Existe una industria multimillonaria de la desinformación —liderada por la extrema derecha global y los gobiernos ruso, estadounidense, israelí e iraní— que con sus grandes agencias y falsos medios de comunicación intoxican el debate y la opinión pública. ¿Cómo funciona esta industria?

Sobre todo opera en internet. Lo interesante es que internet nació siendo un espacio bastante libertario donde se construyeron muchas utopías comunicativas, pensando que desde allí se podía construir una representación de la sociedad muchísimo más igualitaria y rápidamente la ultraderecha se dió cuenta de la potencia de internet para difundir no solamente las mentiras sino informaciones polarizadas y simplistas que rompen la convivencia entre la ciudadanía. La división entre polos opuestos hace imposible la comunicación con el otro. Por una parte encontramos estados como el ruso, que ha creado agencias informativas difusoras de mentiras e informaciones manipuladas que responden al objetivo de convertir Rusia en el tercer actor en un mudo multipolar. Más que presentarse como un nuevo imperio, Rusia busca desestabilizar otros territorios, como la Unión Europea, a través de esas agencias de información y su maquinaria de bots, ciberactivistas y de cibersoldados. Lo vemos con Ucrania o con Bielorusia, escenarios que de repente aparecen en los medios de comunicación pero que llevan años siendo hostigados a través de esta industria de desinformación, una industria multimillonaria que no tiene enfrente a medios de comunicación capaces de desmontar sus mentiras.

En el caso de Trump se pudo ver claramente. En su momento, medios estadounidenses potentes como The New York Times y The Washington Post dedicaron sus recursos y su tiempo a desmentir lo que había dicho el presidente. El problema es que mientras estás desmontando todas esas falacias y toda esa manipulación no estás generando información sobre lo que es verdad. También lo estamos viendo en otros territorios más pequeños como Nicaragua, donde el gobierno de Daniel Ortega está financiando una campaña para generar información que desmienta los delitos que está cometiendo contra la población disidente, contra los defensores de los derechos humanos o contra todo aquel que alza la voz ante un gobierno cada vez más autoritario que defiende sus intereses económicos.

Creo que es urgente por parte de los medios tradicionales y los medios de comunicación respetables recuperar su función democrática. No basta con informar con veracidad y con calidad sino que la ciudadanía tiene que volver sentir que puede hacer algo con esa información. Pero la última palabra la tiene la clase política, que son quienes tienen que oír y actuar en consonancia con lo que la ciudadanía le dice a través de los medios de comunicación.

¿El maniqueísmo de Hollywood se ha instalado en el periodismo?

Sí. Pero, una parte de la responsabilidad es del periodismo y la otra de la ciudadanía. Desde principios de siglo estamos volcados en reformular este oficio y en explicar cuáles son las dependencias de los medios de comunicación. Por su parte, la ciudadanía está cansada, precarizada y muy asediada por preocupaciones inminentes de supervivencia diaria. En ese constante estado de alerta no le podemos pedir que dedique horas a informarse sobre temas complejos. Desde el año 2008 estamos en una situación de permanente estrés emocional, laboral y social. Tenemos que entender que el mundo se ha vuelto muy complejo, que la televisión, mayoritariamente, ha simplificado durante años sus mensajes motivando la pérdida de la capacidad de esforzarse para entender. Ahora mismo, cada noticia necesita casi un ensayo para ser entendida. Claro que los medios de comunicación han caído en el maniqueísmo y lo han fomentado, sobre todo la televisión, que es la que domina la opinión pública. Pero también hay que entender el esfuerzo de los medios de intentar seguir informando cuando saben que la atención no permanece más de tres minutos.

¿Cómo se cuenta todo esto en textos de tres minutos?

Creo que necesitamos hacer un proceso de reflexión conjunta entre los medios de comunicación —que a veces perpetúan ese maniqueísmo— y la ciudadanía. En ese sentido, la prensa tradicional, el periódico, jugaba un papel muy importante: jerarquizar la información y seleccionar la más importante del día. Eso ha saltado por los aires con las redes sociales. Sucede que leemos 30 titulares al día, probablemente pinchamos en tres noticias y acabamos leyendo completa una. Eso hace que tengamos una mirada muy sesgada y frágil del mundo. Antes, los periódicos te permitían saber cuáles eran las dos grandes noticias de internacional, las tres de nacional, la de cultura y la de deporte. A lo mejor solo leías completamente una de cada. Lo importante es que el cerebro se entrena continuamente con lo que consumimos. Y si lees una noticia estás entendiendo todo un proceso y eso luego lo puedes aplicar a otras facetas de la vida.

Ahora los procesos se nos escapan y vivimos este mundo como un continuo nacimiento de fenómenos naturales. Las informaciones, al igual que los champiñones, aparecen y desaparecen. Al final si nos ponemos a pensar sobre lo que hemos leído probablemente nos acordemos de una historia y esto es un problema.

Para comprender hace falta tiempo y atención. Sin embargo, parece que el tiempo es un bien escaso en estos días.

La novela Momo de Michael Ende lo explica a la perfección. El hecho de levantarnos por la mañana sintiendo que no nos va dar tiempo para hacer todo lo que tenemos que hacer favorece que no pensemos en todo lo que nos estamos perdiendo. Sumado al sentimiento de no haber hecho lo suficiente y no disponer de tiempo. El filósofo Byung Chul-Han habla de la autoexplotación como ese ser neolibaral que tenemos dentro y que al finalizar el día nos dice que podríamos haber rendido un poquito más. El engaño radica en sentirnos realizados dentro de esta autoexplotación. Mientras tanto, las jornadas laborales se alargan y cada vez somos más exigentes en diferentes ámbitos de nuestras vidas: en la parte laboral, en la parte familiar, de relaciones humanas.

Vivimos en una permanente juventud. La mayoría de las personas sienten que en el futuro tendrán tiempo para ser felices y posponen lo que quisieran hacer ahora para cuando se jubilen. Para el sistema neolibaral eso es fantástico. Necesitamos posponer todo lo que nos hace felices para trabajar cada vez más con la finalidad de poder financiarlo. Vivimos en una crisis del tiempo brutal. Creo que lo más revolucionario y, por eso es tan importante, son las propuestas que están habiendo sobre la reducción de las jornadas laborales. No solamente para conciliar trabajo y vida sino para repartir los empleos.

El otro gran desafío es determinar de qué vamos a vivir. Cada vez se está robotizando más y hay menos empleo. Además los empleos que siguen siendo mayoritarios están muy precarizados. Sumado a que la economía de los cuidados no está remunerada. La población está preocupada por la precarización de los empleos y por saber de qué van a vivir ellos, sus hijos y sus hijas. Desde la clase política no se está dando respuesta a estas dos cuestiones. Mientras tanto, utilizan a las migraciones que funcionan muy bien para desviar la atención y generar cabezas de turco que nos distraigan.

En algunos aspectos estamos mejor que en otras épocas y aún así la percepción es catastrófica. No creo que estemos en el peor momento de la humanidad y sin embargo así se lo plantea.

El sentimiento de derrota, en el que llevamos varios años inmersos, es muy útil para las propuestas autoritarias. Pese a que no estamos en el peor de los mundos posibles, la doctrina del shock —que tan bien describe Naomi Klein— ha sido fundamental para poder implementar determinadas políticas. A principios de este siglo, y sobre todo a partir de 2008, una parte de la población, justamente a quien se le había prometido que se beneficiaría de los grandes avances sociales, siente que todo va a peor. Creo que el sentimiento de fin de la historia no llegó con la caída del muro de Berlín sino con la caída de Lehman Brothers. En este sentido, el periodismo tiene la importante función de mantener la moral de la tropa en alto, de recordar cuáles han sido los grandes avances, las grandes luchas sociales y todo lo que se ha conseguido. En el siglo XX hay un montón de ejemplos de ruptura de los sistemas totalitarios y de situaciones de profunda injusticia estructural. Debemos inspirar y salvar anímicamente a muchos sectores de la población que ahora mismo tienen una salud mental muy grave.

Por otra parte, el periodismo se ha rodeado haciendo retratos muy fidedignos de situaciones de desmoronamiento sin contextualizar el hecho social y que pese a todo la vida sigue, no se acaba allí en el momento de mayor drama. Esa sensación de derrota y abatimiento tiene que ver con lo que dice Byung-Chul Han sobre el cansancio. Una de las cosas que ha causado esta precarización generalizada, y volvemos a la cuestión del tiempo, es que no tienes tiempo de descanso. Mis abuelos vivían en el campo y trabajaban de sol a sol. Pero había valles de actividades: momentos de actividad frenética y momentos más relajados en los cuales la actividad permitía un ritmo más pausado de socializar. Ahora mismo, los tiempos de socialización y relax son pocos y, además, suelen ser estresantes porque la gente los concentra en el fin de semana, que se convierte en una sucesión frenética de actividad: todo el tiempo de ocio junto hace que acaben agotados. Cuando estamos cansados, angustiados y preocupados no tenemos capacidad de proyectar un futuro ilusionante porque estamos en la grisura del ahora. Para poder someter y explotar a la gente eso es muy útil. No es casual.

‘Miedo’ está estructurado en cuatro partes: miedo a los otros, miedo a la pobreza, miedo a la soledad y miedo a la muerte.

Considero que son los cuatro miedos que mejor definen el momento. No querría un libro diagnóstico. En mayor o menor medida tenemos hecho el diagnóstico, pero lo que necesitamos es atisbar foquitos de esperanza para salir de esos temores o para poder manejarlos mejor. El miedo al otro se ha materializado en las migraciones y la búsqueda de refugio que es, sin duda, uno de los grandes temas del siglo XXI. El miedo a la pobreza se ha convertido, desde el crack de 2008, en la zanahoria del sistema neoliberal en el cual si no aceptas las condiciones vendrán otros 300 detrás de ti dispuestos a aceptarlas. El miedo a la soledad revela un problema global enorme, desde el Reino Unido a Japón, y tiene mucho que ver con el sistema económico. Y el miedo a la muerte que se hizo muy evidente con la pandemia y ha sido un acelerador de un cambio de era en el que estamos inmersos.

Pero también abordé estos miedos porque me permiten seguir la senda del dinero y ver quiénes son los que se lucran y se benefician de su instrumentalización. Desde el periodismo con enfoque de derechos humanos muchas veces nos hemos dedicado a describir la situación de las víctimas pero nos hemos olvidado de buscar, investigar y señalar a los responsables de esas situaciones. A Florentino Pérez, que hablemos de hidroeléctricas en Centroamérica le da igual. Las hidroeléctricas no es un tema muy atractivo en los medios de comunicación, ni la ciudadanía se preocupa por la llamada industria extractivista. Pero cuando decimos que Florentino Perez está construyendo una presa en Guatemala que ha provocado que miles de personas hayan perdido su hogar, que empresas de seguridad privada estén cometiendo todo tipo de violaciones fundamentales —incluida la violencia sexual contra las mujeres—, que se han contaminado tadas las aguas provocando hambre y muerte entre los niños, entonces Florentino Perez empieza a tener un problema y suspende la construcción de esa hidroelectrica. Creo que esa es la estrategia. En un mundo donde la impunidad reina, donde los grandes capitales están expoliando los territorios y provocando muertes, no basta con contar esas muertes sino decir quiénes las están provocando. El periodismo puede sembrar otro tipo de justicia y contrarrestar esa impunidad judicial. A través de esos miedos, hablo de quienes los están utilizando para robarnos la vida.

La población de los países más ricos no sienten empatía por las calamidades que sufren sus vecinos sino que parece que les molesta que no se resignen a ser pobres. ¿Por qué se ha perdido capacidad empática?

Creo que nunca como hoy ha habido tantas personas preocupadas por la defensa de los derechos humanos; nunca como hoy ha habido tantas personas trabajando desde entidades sociales, desde la academia, desde un periodismo, y con un afán de respeto, justicia y dignidad. Millones de personas de todo el mundo se dedican, ya sea desde sus trabajos o como voluntarias, a generar espacios de solidaridad y hacer pedagogía del respeto a los derechos humanos. Sin embargo, sorprende que en sociedades ricas como las europeas, o las del norte global, estén creciendo opciones politicas cuyo discurso es el egoismo, la discriminación, la negación de derechos de personas en situacion de vulnerabilidad. Y no basta con condenarlo. ¿Por qué en Castilla y León tantísima gente votó a la extrema derecha? Tenemos que reflexionar y entender. No creo que todas estas personas sean fascistas. Una parte puede haber abrazado esa opción —habría que ver las razones— pero sobre todo hay una parte de la población que se siente abandonada por la democracia. Cuando un sistema supuestamente participativo no te da vías de participación ni recursos para construirte una vida plena, empiezas a buscar quien te solucione los problemas. La democracia no funciona sin esperanza ni horizontes de mejora. Por esa razón muchas personas se sienten desamparadas y en los márgenes.

En un mundo en crisis climática y con tantísima desigualdad todo el mundo debería tener derecho a vivir en una casa habitable y bonita, gozar de una alimentación sana, de la posibilidad de viajar y que sus hijos e hijas reciban una educación de calidad. Todo eso es una aspiración legítima pero se ha convertido en un privilegio de clase. Hoy en día acceder a un trabajo de calidad, en muchos casos, depende de tu capital social y por tanto de lo que heredas de tu entorno social. Eso es castrante para la ciudadanía.

Entre los años 2000 y 2006 entraron en España 10 millones de personas migrantes. Mientras que sectores del Gobierno hacían discursos de racismo institucional y cierre de fronteras, estas personas entraban principalmente por aeropuertos. A costa de su trabajo y explotación fue posible el crecimiento que acabó en la burbuja inmobiliaria. Si hubiésemos estado en una sociedad profundamente racista hubiese habido más choques. No los hubo, porque las personas explotadas eran invisibilizadas y porque la sociedad española, hay que reconocerlo, es una sociedad bastante flexible, hospitalaria y abierta al mestizaje. Eso saltó por los aires cuando en 2008 se rompió la burbuja y empezaron a haber muchos problemas de desempleo y de desahucios. Los primeros afectados fueron la población migrante y pero según avanzaron los años empezaron a afectar a sectores de la población autóctona. Cuando estás en una situación de lucha por la supervivencia es mucho más difícil ser solidario. Sin embargo, hay ejemplos interesantes de lucha conjunta, ya sea desde plataformas contra los desahucios, las parroquias, espacios interreligiosos e interculturales. Si el objetivo es construir espacios de convivencia, poner a competir a los pobres con los más pobres no funciona. Es lo que hemos hecho muchas veces desde el periodismo, al buscar quién está peor hemos puesto a competir a las personas y fragmentado la sociedad. Tenemos que volver a los relatos que expliquen cómo en esos contextos de exclusión social la gente convive y desarrolla estrategias conjuntas. Es decir: que Paquita está luchando por sobrevivir con sus ocho nietos al igual que María, que ha llegado de Bolivia, cada una con sus dificultades. Porque sino Paquita siente que estamos priorizando a María. Yo creo en el periodismo que cuenta relatos de la comunidad y cómo la comunidad intenta salir adelante.

‘Miedo’, desde el título, plantea una resistencia al odio. El libro deposita la esperanza en el ecologismo y el feminismo, el amor, en la necesidad de detener el caos y recuperar la ética de la felicidad y tomarse en serio el valor revolucionario y transformador de la alegría.

Creo que pese a todos los obstáculos y toda esa pena que nos envuelve, la gente quiere vivir, quiere celebrar, estar con sus seres queridos y divertirse. Por eso, cuando el juicio de Rios Montt, las mujeres guatemaltecas que habían sido violadas por decenas de soldados lo que cantan es que queremos ser seres humanos y queremos vivir. Eso es imparable. Da igual lo que hagan, la gente va seguir teniendo hijos, va seguir enamorándose, buscando fórmulas para salir adelante y para construir vidas más plenas. La alegría está ahí y es la que tenemos que encauzar. La alegría es plenamente revolucionaria. Desde los movimientos sociales europeos se están aprendiendo muchas técnicas de movimientos sociales latinoamericanos que tienen muy claro que hay que seguir una estrategia judicial y a la vez que hacen eso trabajan desde el punto de vista emocional. Saben que hay que trabajar desde el punto de vista comunitario, y de los cuidados, y de tejer relaciones personales, porque si no se crean redes de afecto colectivo no funciona. Lo que hemos aprendido los últimos años hay que aplicarlo a todas las facetas de la vida, incluido el periodismo. Debemos ser capaces de transmitir las enseñanzas que nos han dejado las manifestaciones feministas que hubo en 2018, la lucha impresionante de las mujeres argentinas por la ley del aborto, todas las luchas de gente joven para frenar el ecocidio, luchas que se fueron contagiado de un país al otro. En la huelga de Francia de 2019 la frase más repetida fue: ya no aguantamos más. La gente está cansada de que la clase política le genere problemas en vez de ofrecer soluciones. Lo interesante es decidir qué relato vamos a priorizar.

¿Cómo te sientes con la clasificación de periodismo narrativo o de larga distancia?

Si se quieren contar cosas complejas se necesita espacio. El periodismo de larga distancia o narrativo depende del espacio que tengas para publicar. Actualmente, la dependencia de los ritmos virales genera menos espacio. Yo puedo hacer crónicas largas o puedo escribir un libro como Miedo porque hay compañeros que trabajan excelentemente temas de actualidad. La ciudadanía necesita la fiscalización diaria que hace el periodismo sobre la clase política. Como ciudadana me interesa lo que pasa en el día a día, pero como periodista me gusta mucho explicar los procesos y para eso se necesita espacio. En este sentido, me siento más cómoda con el concepto de crónica.

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Santiago Gorgas

Periodista, escritor y crítico literario. Colabora en diversos medios escritos donde publica reportajes en profundidad vinculados al ámbito social y la cultura. La escritura y la literatura son el medio del que se ha servido para retratar la realidad y sus matices. En la actualidad escribe en El Ciervo, tinta Libre, Revista de Letras, Núvol y Foc Nou.

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