
¿Dónde nace tu amor por las palabras?
Mis abuelos paternos eran de Ceres, un pueblo de la provincia de Santa Fe. Mi abuelo José era gente de campo, de Montefiore, una de las primeras colonias campesinas judías de la Argentina. No tengo casi recuerdos de él y no sabría decir si era una persona culta, pero todo parece indicar que sí porque tenía una biblioteca muy nutrida. Tenía muchos libros y también le llegaban las revistas Gente, Humor y Sex Humor. De chico pasé muchas vacaciones ahí y los niños teníamos prohibidas muchas cosas, pero sobre todo dos: romper las bolas a la siesta mientras los adultos descansaban y el acceso a la biblioteca del zeide. Pero hacía mucho calor, un calor muy húmedo bastante parecido al de Tucumán, y no había demasiado para hacer. Además, cualquier prohibición a la corta o a la larga termina volviéndose una tentación y una invitación. Recuerdo haberme infiltrado para escarbar en el armario de los libros y leer de ahí las Aventuras de Tom Sawyer (era uno de esos libros amarillos de la colección Robin Hood). No creo que ese haya sido mi primer encuentro con un libro y tampoco sé si ahí nació mi amor por la palabra escrita, pero esa escena me quedó grabada y me gusta pensarla como una escena fundacional.
También había otro circuito prohibido para niños en el pueblo: el del café al que iban los hombres para hablar de política, negocios, autos y supongo que también de fútbol y mujeres. Mi viejo nos llevaba a mí y a mi hermano a veces y nos dejaba boludeando por ahí. Yo no entendía casi nada de lo que hablaban ni me interesaba demasiado supongo, era un embole, pero había algo del orden de la fascinación que generaba mi papá en los demás cuando hablaba. Mi viejo vendía autos y es bastante probable que su éxito en el rubro se haya sustentado en ese poder de encantamiento. Nunca lo vi con un libro, pero era un gran narrador. Usó su poder de forma más rentable me parece.
¿Es el periodismo un lugar posible de habitar hoy por hoy (dijo: un oficio, un espacio de resistencia, un modo de vida) o se ha reducido a un negocio/kiosko para sobrevivir?
Está claro que el periodismo se ha vuelto un territorio hostil donde hoy resulta muy difícil procurarse un piso de dignidad. A la precarización laboral imperante y la desaparición de muchos medios se suma el esfuerzo constante del gobierno por deslegitimar la práctica periodística. Se trata de un relato muy hipócrita que acusa a ciertos periodistas de ensobrados mientras genera su propio séquito de vana idolatría con algunas figuras mediáticas que fingen preguntar. Pareciera que se trata de una profecía autocumplida: ¿cómo no van ser ensobrados si yo mismo compré unos cuantos? Creo que ese viejo discurso del periodismo como cuarto poder le hizo mucho daño al oficio en un doble sentido: por un lado, permitió que muchos periodistas dejen de percibirse a sí mismos como trabajadores para romantizar formas de autoexplotación y atomizar la lucha por condiciones laborales más dignas. Por otro, generó esos personajes que hacen la pantomima del periodismo independiente y coso cuando, en realidad, son empleados fieles y sumisos del poder de turno. Esa es la lógica del kiosco, de la Pyme personal. Hay que luchar para que no logren instalar en el sentido común que el periodismo es eso y no los laburantes de Telam.
Por fuera del kiosquerismo, el show mediático y los ejércitos de trolls en las redes; hay maravillosos proyectos colectivos autogestivos que apuestan a un periodismo de calidad
(Angular, la Fundación de Periodismo Patagónico, Árida, por mencionarte algunos de los que sigo), no sólo produciendo sino también formando periodistas. Te juro que muchas veces me pregunto si es resistencia o una especie de pacto suicida, pero ahí están y son bastiones poderosos que nos ayudan a seguir creyendo en esto que hacemos. Quizás somos como esas mariposas atraídas por el fuego que terminará quemándolas. O como el escorpión de la canción de Charly García que no puede traicionar su carácter. Personalmente, creo que ese periodismo es una de las mejores herramientas para conocer y disputar sentidos. Y siento que esa es una tarea fundamental en estos tiempos. Es la trinchera que elijo.

Te escuché, en repetidas ocasiones, tomar distancia —por decirlo con carpusa— de las prácticas porteñocentristas. ¿Cómo describís a los Unitarios de la actualidad? ¿Existe un federalismo? ¿Acaso importa?
Antes que nada, tengo que ser justo y honesto porque publiqué y trabajé en proyectos de medios del centro (por no decir porteños), como es el caso de Revista Anfibia, y siempre fue una hermosa experiencia, desde lo humano y por la valoración de mi trabajo. Las generalizaciones suelen ser odiosas y pueden pagar federales por unitarios, pero hay sectores de la industria periodística/cultural donde esa, llamémosle, lógica centralista se hace más patente. Un ejemplo claro son las editoriales. Para los cronistas que producimos desde las provincias suele ser muy difícil publicar en las grandes editoriales, que son las que tienen distribución federal. Incluso, las editoriales suelen elegir a cronistas del centro antes que a uno local a la hora de contar las historias de las provincias. El mercado suele ser muy restrictivo en ese sentido y la apuesta de las editoriales suele ser por nombres ya reconocidos, es decir, no hay apuesta, van siempre de banca. Traigo un ejemplo del turf: en Tucumán se suele apostar por los caballos de acuerdo a sus rachas o rendimiento en las carreras. Los porteños, en cambio, le apuestan al jockey porque dan por sentado que el caballo que conduce, por ejemplo, Pablo Falero tiene más chances de ganar la carrera. Las editoriales les apuestan siempre a los jockeys (que suelen ser siempre los mismos y casi todos producen desde el centro). Estaría buenísimo que se la jueguen alguna vez por los caballos, es decir, que apuesten al proyecto y no a la firma, pero eso no sucede.
Y así mil ejemplos, como cuando te hablan los productores de radio o TV para que hables de algo que pasó en Tucumán a cambio de eso que llaman “visibilidad”. El almacenero de la esquina de mi casa es copado, pero no reconoce la “visibilidad” como forma de pago. Es más, si ve que salgo en la tele, capaz que piensa que soy famoso y me quiere cobrar el doble. Estamos tan colonizados en ese sentido que hay colegas que aceptan laburar gratis a cambio de esa supuesta visibilidad.
El federalismo son los padres. No existe ni en el periodismo ni en tantas otras facetas de la vida nacional. Creo que, desde las provincias, los periodistas perdimos mucho tiempo quejándonos de esas asimetrías y reclamándole al centro lo que nunca nos va a dar, en lugar de ver cómo nos juntamos y hacemos la nuestra. Hay una potencialidad enorme en reunir los talentos desparramados por todo el país en un proyecto colectivo. Creo que hemos avanzado bastante en ese sentido, eventos como el Nave de No Ficción y el PampaDocFest son una muestra cabal de esas constelaciones federales que son muy poderosas. Por ahí va la cosa. Yo soy tucumano y suelo producir desde Tucumán por una decisión que es política y estética. Por ahí quizás los chuceo un poco a los porteños, pero lo hago más para agitar a los nuestros; los periodistas de la prodigiosa Confederación Argentina.
Según vos, ¿qué distinción hay entre el gonzo y la literatura del yo?
Muchas veces, los límites pueden ser difusos. Te diría que en el periodismo gonzo el yo (es decir: un cuerpo, una consciencia, una forma de mirar) es el medio (el cronista sumido de lleno en la experiencia y con todos los sentidos alerta) para contar una historia. En eso que llaman literatura del yo, el yo es el fin. También hay distinciones temáticas: el gonzo apela más a lo lúdico, al hedonismo, a lo experimental y a lo sexual. En cambio, la literatura del yo suele meterse con temas más universales y, si se quiere, trascendentales: la maternidad/paternidad, la muerte de los padres, el amor, el desamor, etc. Personalmente, confieso que me da bastante paja eso de la literatura del yo porque, para contarla, tendría que presuponer que mi vida es interesante y creo que no. Me sigue pareciendo mucho más interesante la vida de los demás.
Hacé futurología: ¿qué se le viene al periodismo? Los jóvenes del mundo stremer, ¿son el nuevo periodismo?
No sigo tanto los canales de streaming y cuando veo tampoco encuentro mucho periodismo por ahí. Hay mucha gente opinando y muy poca contando. Ojalá el futuro no sea un periodista hablándole todo el tiempo a una cámara, principalmente, porque creo que es más difícil empatizar con una historia cuando quien la cuenta ocupa el centro de la escena todo el tiempo. Es la exacerbación de la lógica y de la estética de las redes sociales y creo que es bastante empobrecedora de la experiencia. En algún momento, vamos a llegar a un punto de saturación. Me parece muchísimo más interesante toda la movida periodística-performática, como las obras que están haciendo actualmente Pedro Noli, Lautaro Bentivegna o Cristian Alarcón. Creo que hay un gran laburo de investigación periodística, pero también alguien que le pone el cuerpo al relato en un ritual comunitario como es el de la situación escénica. Si hay un futuro, espero que vaya más por ahí. Pero últimamente está difícil proyectar demasiado, está muy Melmac la cosa.
¿Qué es lo que más disfrutaste de tus experiencias en el mundo del podcast?
Me gustó el desafío de contar más llano, más simple, para el oído y en un formato en el que nunca había laburado. Y, sobre todo, el hecho del proyecto colectivo, de trabajar en equipo. El de la crónica es un trayecto muchísimo más solitario y creo que es tiempo de hacer junto a otrxs. La ventaja del podcast es que te despersonaliza bastante me parece. A menos que quieras hacerlo en modo hombre-orquesta y concentrar funciones y tareas, pero no ha sido mi caso.
El cronista actual tiene que llamar la atención entre excesos de ruido y color, ¿cómo puede hacerlo? ¿tiene que hacerlo?
No creo que haya un mandato de hacerlo. El cronista tiene que contar una historia y hacerlo de la mejor manera posible. Eso no ha cambiado desde los inicios del género. Para ruido y color, el Corsódromo de Gualeguaychú ¿no? Los cronistas no somos ajenos a todo el fenómeno actual de la exacerbación y explotación del yo que suponen las redes sociales y quizás algunos pasan demasiado tiempo vendiéndose a sí mismos y le meten más energía a toda la parafernalia del escaparate que a la mercadería que ofrecen, es decir, la historia que están contando. Personalmente, creo que mi trabajo se vende y defiende solo. Además, no estoy en forma para el corsódromo. En mi caso, elijo practicar la desvergüenza con el stand up. Pero ahí no soy un cronista, soy apenas un tipo que habla boludeces en público.

¿La-jente lee? ¿Para qué y por qué publicar un libro? ¿qué te motivó a editar La Copa del Faso?
Las razones son varias: para pelearle al algoritmo con la magia del artefacto más revolucionario de la humanidad. Para hacer presentaciones y encontrarme con amigos, desconocidos y tal vez nuevos lectores. Para desandar un poco de todo lo hecho en estos años dentro del periodismo narrativo. Para contar una parte de Tucumán y de otras latitudes. Para cumplir con el precepto ese del árbol, el libro y el hijo (me dicen que tres libros cuentan como un hijo y creo que voy por esa). Para meterle una pequeña épica a estos tiempos tan convulsos. Para que algunos de mis vecinos, ahora cuando me vean, murmuren por lo bajo “ese falopero, así como lo ves, ya publicó dos libros” (Milei y Fernando Iglesias seguro tienen más, pero, con mano ajena, cualquiera). Para, quién te dice, volverme millonario de la forma más difícil e insólita de todas y tener mí primera offshore en algún paraíso fiscal. Para no quedarme quieto porque like a rolling stone.
¿Por qué? Siempre me gustaron las antologías de crónicas (como esas compilaciones divinas de Osvaldo Soriano) y siento que hace mucho no se editan libros de ese tipo. Y tampoco quería esperar a morirme para que venga alguien y amontone piadosamente mis textos porque, de seguro, iban a elegir como el culo. Ahora quizás se estila más que un autor se concentre en un tema específico y lo desarrolle en un libro. Juegan a darlo todo en ese partido. Una antología te da otra perspectiva respecto a la obra de un autor. En términos futbolísticos, “La Copa del Faso y otras crónicas” es el VHS que muestra mi juego como cronista. Ojalá lo vea Román y me llame.
¿Qué le dirías al Pollo que acaba de terminar el secundario y se debate entre estudiar Letras/Periodismo o cualquier otra cosa?
Que no se meta porque es una trampa. La que va es aprender salsa y bachata.

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Exequiel Svetliza
Tucumano y maradoneano. Periodista, docente y guionista. Es Doctor en Letras (UNC) y docente de la cátedra de Literatura Argentina I (UNT). Fue uno de los fundadores de la revista de periodismo narrativo Tucumán Zeta (tucumanzeta.com.ar) con la que ha publicado como coeditor y cronista las antologías “Crónicas de acá” (Recovecos, 2015) y “Aquí Adentro” (La Cimarrona, 2018). Ha participado también de los libros “Rosario, una ciudad Anfibia” (Mansalva, 2019), “La bolsa y la vida” (Desde La Gente, 2021), “Tiempo suspensivo” (Ediciones Proceso, 2021) y “Zona de periodistas” (Humanitas, 2022). Ha publicado en medios nacionales e internacionales como Revista Anfibia, Infobae, La Agenda Buenos Aires, Revista Late, Cosecha Roja, Relatto y Angular. Es autor del guion de la serie documental “Manuel Belgrano, la nación soñada” (proyecto premiado por el Sistema Federal de Medios y Contenidos Públicos de Argentina) y del cortometraje “En la sombra”, ganador del premio Pachamama en la edición 2020 del Festival Latinoamericano de Cortos Cortala. Actualmente es cronista y editor del diario El Tucumano.
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