Mujeres cultivadoras de coca: historias de lucha y resiliencias

Más allá de las tensiones que se dan en las dinámicas de la coca, distintas productoras de Bolivia han comenzado a hablar de sus propias experiencias. Si bien sus esfuerzos no han sido visibilizados, estas historias de mujeres muestran cómo ellas transforman sus territorios al contrarrestar dinámicas de violencia, crear vínculos comunitarios y abrir nuevos debates en torno a la dignidad y equidad.

Texto: Ara Goudsmit Lambertín | Fotos: Sara Aliaga 

Descendiendo por sinuosas carreteras que transitan las montañas de Los Yungas, a siete horas al oriente de la ciudad de La Paz, se encuentra La Asunta. Es el municipio con la mayor producción de hoja de coca de Bolivia, según el monitoreo de cultivos de la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNDOC, 2018) [1]. Desde que la nueva ley de la coca fue adoptada en 2017 se amplió el número de hectáreas legales a nivel nacional. Sin embargo, algunas regiones de cultivos de coca excedentarias deben erradicarse, dentro de las cuales están ciertas zonas de La Asunta. Esto ha ocasionado conflictos en los últimos años entre el gobierno nacional y las centrales sindicales que agrupan a distintas comunidades (France24, 2018). [2]

Dentro de estas tensiones que se dan en las dinámicas de la coca, distintas productoras de La Asunta han comenzado a hablar de sus propias experiencias de violencias contra la mujer y generar un espacio de escucha para ellas mismas. Si bien sus esfuerzos no han sido visibilizados, estas historias de mujeres muestran cómo ellas transforman sus territorios al contrarrestar dinámicas de violencia, crear vínculos comunitarios y abrir nuevos debates en torno a la dignidad y equidad. Una de ellas es Estela Ramos, quien está construyendo alternativas para luchar por la defensa de los derechos de las mujeres cultivadoras de coca.

El germen del cambio

En una habitación repleta de libros, que están amontonados entre la cama, el piso y los estantes, vive Estela Ramos Apaza. Ha llegado a todos los rincones de Bolivia con la aspiración de formarse como lideresa cocalera para impulsar el cambio social en su territorio. Lucha por eliminar la violencia contra las mujeres, cuya presencia ha sido omitida dentro de los debates sobre la hoja de coca en el país.

El 12 de diciembre de 2020 organizó el “Encuentro de Mujeres en contra de la violencia, en defensa del medio ambiente y la coca”.

* Estela Ramos como abriendo debates y conversaciones durante el Encuentro.

—Somos invitadas en nuestro propio territorio— expresó frustrada cuando se le informó que, pese a que la alcaldía se había comprometido a brindar el espacio para el encuentro, ya no podía realizarse en sus instalaciones.

Aun así, Estela encontró alternativas a la negación institucional, alquiló un restaurante para llevar a cabo el encuentro entre mujeres. En medio de un calor que impregnaba la sala, treinta representantes de distintas comunidades llegaron a escuchar su voz. Se sentaron en círculo, acomodaron a sus hijos y comenzaron a pijchar, mascar sus hojas de coca.

—Me he sentido sola— cuenta Estela a las mujeres en relación a su nuevo trabajo como concejala en la alcaldía. Comentó que los presupuestos destinados a políticas de género eran ejecutados en otros ámbitos sin ningún tipo de consulta.

—Hermanas, no nos podemos dejar hacer eso, que nos quiten lo poco que nos dan— alarmaba Estela reflexionando sobre su propio contexto. Se hacía evidente que las mujeres eran la última prioridad de los gobernantes. De acuerdo a un estudio de la cooperación internacional alemana GIZ y Open Society Foundations, el hecho que las experiencias de las productoras de hoja de coca sigan siendo desconocidas hacen que las políticas de drogas en territorios cultivadores no aborden las necesidades de las mujeres. Ahí la importancia del diálogo gestado por el compromiso de Estela en dilucidar la violencia contra las mujeres y su ímpetu de transformación.

Estela lleva muy poco tiempo trabajando como concejala pero su voluntad ya ha generado espacios de debate y cambio. Con enorme esfuerzo, pudo reunir fondos de la alcaldía para realizar diez seminarios en distintas comunidades. En noviembre de 2020, más de 300 mujeres participaron en los talleres de “Liderazgo, Género y Oratoria”, la primera iniciativa para la formación política de la mujer cocalera en La Asunta.

* Por medio de sus cargos sindicales y políticos, Estela ha fomentado los debates sobre el cuidado de la vida, desarrollando seminarios para prevenir la violencia hacia la mujer, evitar la violencia intrafamiliar y promover los sistemas agroforestales en La Asunta.

—Hasta ahora sólo se han hecho cursos de repostería y costura para mujeres, en cambio a mí me gusta promover lo que está aquí— dice Estela señalando su cabeza. Después de viajar durante diez días hasta las comunidades más alejadas, Estela escuchó y observó a mujeres con potencial para ser lideresas sociales y muchas de ellas fueron quienes asistieron al Encuentro.

Gladys Achá, expositora de los seminarios y abogada feminista paceña, relata que en estos espacios las participantes contaron hasta las lágrimas sobre el cansancio de sus cuerpos, el agotamiento de sostener a sus familias, cuidar a sus hijos, lavar, limpiar, cocinar, cosechar coca y, de vez en cuando, ejercer un cargo sindical.

Tienen un rol fundamental para el bienestar de sus comunidades y también poseen el deseo de ser escuchadas, esgrimir sus pensamientos con las entonaciones de su propia voz.

—Cuando participamos muchos dirigentes cortan nuestra palabra, silban humillando nuestros comentarios— decía Emma Sonco y añadía —siempre me ha parecido terrible que más del 80% de los dirigentes en las asambleas sean hombres—.

* Entusiastas y reflexivas, mujeres cocaleras participaron y dialogaron activamente creando un espacio para ellas mismas.

Durante el Encuentro, todo el tiempo había manos levantadas pidiendo la palabra para dialogar sobre sus experiencias. Reflexionaron críticamente acerca de la exclusión que han vivido. En esos momentos emergían alternativas para construir entornos diferentes.
Muchas comentaron que su ausencia en los procesos de toma de decisiones se debía al miedo que sentían, un temor gestado por la vergüenza que otros dirigentes les infundían.

—Cuando participamos muchos dirigentes cortan nuestra palabra, silban humillando nuestros comentarios— decía Emma Sonco y añadía —siempre me ha parecido terrible que más del 80% de los dirigentes en las asambleas sean hombres—.

— ¿Qué solución existe para esto, cómo propiciar el cambio?— preguntaba Estela, quien nunca interrumpe la palabra, pero su voz proyecta firmeza con un talante de intenciones seguras.
Un deseo de cambio germinaba en el diálogo entre ellas.

—El apoyo entre mujeres es necesario en nuestras centrales para que así nos escuchen más— dijo Emma proponiendo la sororidad frente a prácticas que las rebajaban públicamente.

—A veces siento que nos roban nuestras ideas, por eso tenemos que aprender a hablar bien— sugería Rocío Ramos. “Hablar bien” no es un tema de falta de habilidad, sino una cuestión de seguridad para afinar y alzar sus propias palabras y no dejar que acallen su voz. Es decir, romper el miedo.

Pero estas mujeres no eran temerosas. Había un deseo de participación y reciprocidad del diálogo que motivaba sus constantes intervenciones. Entre ellas sus palabras fluían y expresaban sus pensamientos de formas fascinantes. Pedían más acontecimientos como éste, tener más espacios para seguir forjando su participación y luchar contra la violencia.
Todas afirmaron la urgente necesidad de saber más sobre la violencia física, psicológica y política que las afecta y así poseer más herramientas y posibilidades para eliminarla de sus vidas. Entonces, escribieron en una cartelera: “Para realizar el cambio debemos capacitarnos mejor”.

Estela y Gladys plantearon la posibilidad de formar a promotoras comunitarias cocaleras para prevenir la violencia hacia la mujer, generar sensibilización sobre ésta y promover más espacios de mujeres en favor de sus derechos. Más de veinte de las participantes dieron su compromiso para convertirse en promotoras de las centrales a las que pertenecen, las organizaciones que agrupan a varias comunidades.
Cultivadoras de coca gestaron alternativas para vivir en escenarios más dignos y reclamar su existencia como mujeres. Surgen con fuerza voces femeninas encontrando soluciones y estos esfuerzos están impulsados por sus propias experiencias, historias de vida con resiliencia.

* Faustina Carreño junto a su producción de coca ya cosechada.

Historias de fortaleza

En la comunidad de Calisaya, Faustina Carreño no paraba de moverse. Conversaba mientras daba de comer a las gallinas, escuchaba la radio, cocinaba y secaba su coca aprovechando el sol de la mañana. Su cuerpo tenía una energía sorprendente para una mujer de setenta años. —La coca no me vence, soy más fuerte— resalta Faustina en el único momento que nos sentamos a pijchar, con su ímpetu resiliente a las dificultades de ser madre soltera, cultivar coca, comercializarla y, además, ser dirigente de la central de mujeres de Calisaya.

En 1996, uniéndose a las cocaleras de la región del Chapare, Faustina hizo parte de las movilizaciones de mujeres contra de la violencia militar de los “Leopardos”, agentes estatales que eran parte de la guerra contra las drogas. Junto a otras mujeres, ella ha luchado por dignificar la vida en territorios cocaleros.
Relata que su padrastro la obligó a casarse a sus 18 años con un hombre 22 años mayor a ella.

—Me han vendido. Me he querido escapar y me han echado llave en mi casa— contaba Faustina mientras cocinaba. Un día subió a un bus con sus ocho hijos, prefirió dejar todos sus cultivos de café en Irupana, un municipio aledaño, y abandonar esa vida a lado de su esposo. Poco a poco fue comprando tierra en la comunidad de Calisaya, cultivó coca, construyó su hogar e hizo que todos sus hijos e hijas terminaran el colegio, algo que para ella no fue posible.

En un 2020 de pandemia, ha ejercido un rol de sanadora de su comunidad con un ungüento que, según cuenta, puede sosegar el dolor en los pulmones. Debido a las precarias condiciones de los centros de salud en La Asunta, muchas personas que han tenido síntomas de COVID-19 no pueden saber si se trata de este virus ni les ha sido posible comprar medicamentos necesarios por los altos costos. Hecho de coca, cebos de animales y distintas hierbas de la zona, su ungüento está sirviendo como posible alivio a varias familias en Calisaya.
Al otro extremo de Calisaya, Noemí Prieto también tuvo que innovar sus formas de vida por los efectos del COVID-19 en Alto Charobamba. Por la ausencia de movimiento y, por tanto, de ingresos, ella y su esposo sembraron alimentos en medio de sus cultivos de coca.

* Noemí Prieto.

Noemí relató que la primera vez que ejerció un cargo como secretaria de actas de su comunidad, su marido llevó a cabo la reunión por ella. El enojo por ser reemplazada y no poder enunciarse la invadió y algo parecido habita hoy en ella. Es secretaria de transporte y dirigentes la humillaron por retrasos en la organización del tractor para la mejora de la vía.
Aun así, ella sueña con seguir siendo dirigente y alentar a más mujeres a cambiar sus vidas. — Quiero orientarme más, quiero saber más para ayudar aquí a las mismas señoras—.

Siguiendo las historias de las mujeres del Encuentro, entre paredes rosadas de la última casa de la comunidad de Chamaca, nos recibió Érika.

Ella es una de las mujeres más jóvenes que asistió al Encuentro y quien también se formará como promotora comunitaria. La conmovieron los procesos de diálogo entre mujeres cocaleras y ver cómo son más fuertes a las adversidades que experimentan y las maneras en las cuales superan la violencia, al igual que ella.

* Érika Apaza en medio del cocal de su familia.

Dejó a su pareja porque él comenzó a ponerle prohibiciones. No la dejaba salir, jugar fútbol con sus amigas ni ver a su familia. Después de vivir durante tres años, yo decido alejarme de él. No fue fácil tomar la decisión Érika sentía que se convirtió en una pertenencia, ya no había una relación entre dos personas sino formas de posesión.

Érika, su hermana y su madre, después de haber sufrido violencia doméstica, están nuevamente reunidas en el mismo hogar para encontrar afecto y seguridad. Sus historias van por los senderos de la conciencia sobre el cuerpo, el deseo de la vida y la distancia con la violencia.

En este transitar, su vida también está en los cocales. Cuando nos dirigimos al terreno de Verónica, en una cima de montañas yungueñas rodeadas del blanco cercano de las nubes, contaron que su familia no puede pagar a jornaleros. La cantidad de tierra que poseen no les da el dinero necesario.

* En Bolivia y Perú, existen más de ocho millones de consumidores de hoja de coca tradicional [3]. El consumo tradicional de hoja de coca está presente en todas las familias de La Asunta.

Como solución a que sus cocales sean rentables, ella y su familia participan en el ayni, una forma de intercambio económico ancestral basado en la reciprocidad de las acciones, la mutualidad y las relaciones comunitarias. Unos días a la semana trabajan en tierras de otras familias y, cuando les toca, las personas a quienes ayudaron en sus cosechas van a trabajar a su terreno y así pueden tener suficiente producción para la venta.

Pero los sueños de Érika no sólo radican en dedicarse únicamente a sus cocales. Obtuvo una beca en la Universidad Mayor de San Andrés de La Paz. No pudo realizar el proceso por la pesadilla de la burocracia y lo carísimo de adquirir todo el material que requería.

—Quisiera escribir libros, quisiera escribir poemas. Hay muchas cosas que escribir. Al menos quisiera escribir la historia de aquí, de las siembras de la coca— expresa sobre su anhelo de querer estudiar Literatura.
A pesar de las dificultades que ellas viven, hay esperanza.
Najhely Bustamante sorprendió a todas por su elocuencia. Ella tiene 13 años y ayuda a su familia en las cosechas de coca. Su madre, Viviana Delgado, también la miraba absorta en sus discursos, llena de orgullo. Su cariño abraza a su hija y, con tanta ternura, es posible pensar de dónde viene la seguridad de Najhely que dejó boquiabiertas a las mujeres del Encuentro.

* Najhely Bustamante junto a su madre y su hermana menor.

“Najhely nos ha dado cátedra a las hermanas mayores, su conversación, su conocimiento es increíble”, dijo Estela en un programa de Radio Fm Coca La Asunta, destinado a que se pueda difundir las demandas y soluciones que surgieron en el Encuentro. “En cada central hay niñas destacadas, hay que apoyar porque las líderes no nacen solamente, también se forman”, continuaba Estela exponiendo a Najhely como un ejemplo de esperanza.

Espacios de mujeres como el Encuentro hacen perceptibles las experiencias de violencia, lucha y resiliencia de mujeres productoras bolivianas. Sus voces fracturan la histórica estigmatización que ha recaído sobre la producción de coca y sobre las mujeres que la cultivan como modo de subsistencia. Mientras cultivan, cuidan de sus familias y buscan estar presentes en los espacios de toma de decisiones, ellas van construyendo sociedades más justas. Estela Ramos es una lideresa social que convoca el cambio entre mujeres, donde ellas narran sus experiencias y emergen soluciones. Estas historias muestran el ímpetu que tienen por salir de la violencia y ser escuchadas.

* Este reportaje fue posible gracias al Fondo para Investigaciones y Nuevas narrativas sobre Drogas otorgado por la Fundación Gabo y Open Society Foundations.

[1] https://www.unodc.org/documents/bolivia/190822_Bolivia_Informe_Monitoreo_Coca_2018_webc.pdf

[2] https://www.france24.com/es/20180830-piden-cesar-la-erradicacion-de-coca-para-frenar-escalada-de- violencia-en-bolivia

[3] http://fileserver.idpc.net/library/CIDDH-IV-foro-internacional-hoja-de-coca.pdf

Ara Goudsmit Lambertín

Periodista | Politóloga

Ha colaborado como escritora en distintos medios de comunicación bolivianos y es politóloga de la Universidad de Los Andes, Bogotá (Colombia). Entre sus principales intereses están las relaciones e imaginarios entre humanos y naturaleza, la ecología y el extractivismo, y la reconfiguración de la política de drogas.

Sara Aliaga

Fotógrafa documental | Comunicadora social

Comunicadora social, fotógrafa documental y exploradora de National Geographic radicada en la ciudad de La Paz. fundadora del primer colectivo de fotógrafas de Bolivia, War-MiPhoto. Sus ejes temáticos de investigación se basan en género e identidad, derechos humanos y pueblos indígenas. Ganadora del tercer lugar POYLATAM (2021), ganadora del Fotoevidence Book Award, World Press Photo, como parte del colectivo CovidLatam (2021)

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