Guerra en un país creado en el exilio (III)

Quienes sobreviven en campos de refugiados ven limitadas sus posibilidades día a día. En la práctica, si una persona saharaui quiere salir de los campamentos tendrá que disfrazar su identidad.
Tercera y última entrega del especial de Angular para conocer el origen de un conflicto actual, las incumbencias geopolíticas internacionales, la paz como espejismo y la sed de libertad de los habitantes del desierto.

Texto & Fotos: Karina Delgado

Tras 16 años de guerra, en 1991 se firmó el «Alto al Fuego» entre Marruecos y el Frente Polisario. Se estableció entonces la MINURSO: una misión de mantenimiento de la paz de las Naciones Unidas. Desde entonces, la gente saharaui le apuesta al Plan de Paz, al diálogo, a la diplomacia, a que Marruecos finalmente abandone sus giros burocráticos para realizar el referéndum donde los saharauis decidan si prefieren ser una nación independiente y autodeterminar su destino o si sienten más pertenencia con Marruecos.

Mohamed Abdelaziz, presidente de la RASD entre 1976 y 2016, saluda a la tropa.  / © Foto: Ana Karina Delgado Díaz | Angular.

En 1991 no solo se contaban los años de guerra, eran también 16 los años que sumaba la gente saharaui malviviendo en la hammada argelina.
Dentro de una carpa en el campamento que entonces se llamaba 27 de febrero y hoy se llama Bojadour, nació Lamira. Aquel campamento llevaba ese nombre para recordar el día de 1976 en que fue proclamada oficialmente la República Árabe Saharaui Democrática, un país creado en exilio. Desde entonces la gente saharaui, como Lamira, tiene un documento que los acredita como ciudadanos de la RASD.
La existencia de un Estado es un juego en el enorme tablero de las relaciones y la legislación internacional. En el mundo contemporáneo la existencia de nuevos estados pasa primero por la autoproclamación, y luego, en una suerte de concesión de gracia, los demás Estados y las organizaciones multilaterales entregan o no su patente al nuevo. Aunque se trata de una descripción superficial del proceso, es fácil ver el abanico de intereses políticos y económicos que se ponen en juego: decidir quién es un actor real y legal y quién no.
La RASD fue reconocida como tal por 82 Estados. Con el pasar del tiempo algunos suspendieron o congelaron sus relaciones hasta que la disputa sea resuelta.
Algunos son nombres fáciles de reconocer, otros no tanto; sobre las historias de algunos hay referencias luminosas, frente a las de otros se extiende un velo cegador.
Reconocen plenamente a la RASD: Argelia, Angola, Belice, Bolivia, Botsuana, Corea del Norte, Cuba, Ecuador, Etiopia, Ghana, Irán, Laos, Lesoto, Libia, Mali, Mauricio, Mauritania, México, Mozambique, Namibia, Nicaragua, Nigeria, Panamá, Ruanda, Sudáfrica, Sudán del sur, Tanzania, Timor Oriental, Uganda, Uruguay, Venezuela, Zambia, Zimbabue.
Tras reconocer la existencia de la RASD cancelaron o congelaron sus relaciones: Afganistán, Albania, Antigua y Barbuda, Barbados, Benín, Burkina Faso, Burundi, Camboya, Chad, Colombia, Congo, Costa Rica, Dominica, El Salvador, Granada, Guatemala, Guinea-Bissau, Guinea Ecuatorial, Guyana, Haití, India, Jamaica, Kiribati, Madagascar, Malaui, Nauru, Papúa Nueva Guinea, Paraguay, Perú, República Dominicana, San Cristóbal y Nieves, San Vicente y las Granadinas, Santa Lucia, Santo Tomé y Príncipe, Seychelles, Surinam, Suazilandia, Togo y Tuvalu.
Otros, en cambio, han roto relaciones y luego las han restablecido, algún estado más de una vez:
Cabo Verde, Ecuador, Honduras, Kenia, Liberia, Mauricio, Nicaragua, Panamá, Sierra Leona, Vanuatu y Zambia.
Hay estados que en su momento reconocieron a la RASD, pero luego ellos mismos dejaron de existir, como la República Democrática de Yemen, que en 1990 se unió a la República Árabe de Yemen para formal la República del Yemen; y la República Federal Socialista de Yugoslavia que fue disuelta en 1992 en las guerras Yugoslavas, y es hoy la República Federal de Yugoslavia.

La ocupación de Marruecos sobre el territorio del Sahara Occidental ha sido siempre respaldada por la casi totalidad de los países árabes –a excepción de Argelia– y por Francia. Esa ocupación está reconocida como ilegal por la ONU y la legislación internacional que considera al Sahara un territorio pendiente por descolonizar. Aun así, el 10 de diciembre de 2020 entre sus últimos gestos antes de entregar la administración, Donald Trump, en nombre de los Estados Unidos reconoció la soberanía de Marruecos sobre el Sahara Occidental, incluso habló de un consulado estadounidense en Dakhla, a cambio de que la Corona marroquí reanudara relaciones con su socio comercial en oriente, el Estado de Israel.
La alineación del mundo en dos bloques durante la Guerra Fría hizo fuerte la alianza de Marruecos y Estados Unidos, mientras el Sahara occidental y el Frente Polisario estaban cobijados por la órbita soviética y apoyados por Argelia.

Son muchas las consecuencias concretas para las personas que conforman los Estados si es que estos no son reconocidos por otros. Los documentos que esos Estados emiten, los productos que venden, los límites y fronteras que asumen, no son válidos para ninguno de los Estados que no hacen parte de los 82 mencionados antes. De hecho, no es válido para aquellos que congelaron sus relaciones. En la práctica, para al menos 112 países no existe tal cosa como una ciudadanía de la RASD, porque no existe ese Estado.
Un ciudadano o ciudadana es una persona miembro de un Estado, sujeto a sus leyes y titular de sus derechos, entre otros a tener una identidad, una nacionalidad. Así que un ciudadano con un carnet y pasaporte firmado y estampado con sellos de RASD no podrá entrar a Brasil, Rusia, Argentina, Estados unidos, Egipto o incluso España, ni siquiera si es que logró llegar hasta allí con ese pasaporte transitando aeropuertos internacionales.
En la práctica, si una persona saharaui quiere salir de los campamentos tendrá que disfrazar su identidad.

Lamira por ejemplo, nació en una familia saharaui, tiene su carnet de la RASD donde está su nombre, el apellido de su padre y su foto, pero para recibir el tratamiento médico que necesitó cuando tenía 8 años fue preciso que Argelia le entregara un documento. Lamira se hizo argelina por préstamo. Después, la familia española de acogida que cuidó de ella durante los cuatro años en los que no pudo regresar a los campamentos, empezó a tramitar sus documentos españoles; tras esos cuatro años consiguieron una tarjeta de residencia por dos años, luego por tres, luego por cinco; y después de esos años, logró al fin solicitar la nacionalidad española por residencia; pasados otros cuatro años, la consiguió. Con ese documento en su poder ya podía aplicar para ocupar cargos públicos, además de viajar a los campamentos y regresar sin problema a estudiar su carrera profesional y a trabajar, a juntar plata para enviar a casa, como tantas otras personas migrantes.

—Aquel día [en que conseguí la nacionalidad] estaba feliz, pero también triste. Esa no es mi nacionalidad, no es mi identidad. Cualquier ciudadano del mundo tiene esta necesidad cubierta desde que nace; no se concibe la vida sin identidad básica, sin el punto de partida, sin nacionalidad.

La madre de Lamira, que tuvo que huir con 16 años en medio del bombardeo marroquí, no tiene nacionalidad reconocida por otros Estados. Varios de sus diez hijos tampoco tienen otro documento además del carnet de la RASD.

—No me siento española —dice Lamira desde Europa—, tampoco era argelina cuando mis documentos lo decían. Soy saharaui, y después de decirlo siempre vienen las preguntas: ¿qué es el Sahara? ¿dónde está el Sahara? ¡Siempre!. Es que pareces española, no pareces de allí, me dicen. Cuando lo escucho, me siento ofendida; dan por hecho que quieres borrar tu identidad, pero ese es un asunto que sufro no solo como saharaui sino como inmigrante aquí.

Inmigrantes allí, refugiados en Argelia

Mohamed —el que ríe en la foto— salió clandestinamente de los territorios ocupados y consiguió llegar a los campamentos de refugiados donde era, ahora sí, un saharaui reconocido como tal. Dos años después vino el alto al fuego y los fusiles se silenciaron esperando el referéndum de autodeterminación. Desde el 92 y durante nueve años, Mohamed vistió el uniforme militar en la base de Tifariti. En ese entonces su trabajo y el de su pelotón era velar por el sostenimiento del alto al fuego, monitorear el muro, detectar focos de espionaje en los alrededores, ya que cualquiera —dice— podía ser un infiltrado.
Cuando Mohamed quiso salir al mundo y hacerse una vez más un inmigrante para cumplir con tareas auto-asignadas —como muchos de su generación— de embajadores de la causa saharaui, consiguió un título de viaje argelino y se fue a España.

—Yo tengo nacionalidad española, pero es por simple presunción, porque nací bajo bandera española.

Lo que quiere decir Mohamed es que nació cuando España aún estaba allí, cuando su tierra era llamada el Sahara español.

—Antes del 2006 era más o menos fácil conseguirla [la nacionalidad por origen] luego se volvió imposible por esa vía. Cuando yo lo hice, tuve que pedir mi partida de nacimiento en el archivo nacional, que está clasificado, como todo lo relacionado con la provincia 53 o el Sahara español. Además del registro de mi domicilio, formularios y más cosas para la recuperación de la nacionalidad. El registro general de Madrid lo recibía y lo estudiaba para dar una respuesta.

Después de 3 años de aquello, Mohamed, saharaui, se hizo español por origen.

La espera siempre renovada. / © Foto: Ana Karina Delgado Díaz | Angular.

Sidati y Brahim también son saharauis, los dos como cientos de saharauis son portadores de un documento de apátrida.

—[ser portador de este documento] significa que España no reconoce el Estado saharaui y como no me concede la nacionalidad por origen, pues nos han reconocido el estatuto de apátrida. Para mí no es nada más que un papel, un documento, porque lo que yo soy es saharaui.

Aunque España no reconoce a la RASD, es el principal destino de jóvenes saharauis para estudiar, trabajar y enviar dinero a casa.
En el 2007 fue fugaz noticia el que una mujer saharaui había conseguido que el Tribunal Supremo le concediera el estatuto de apátrida. Para el año 2019, según cifras del Ministerio del Interior de España, se presentaron 1.691 solicitudes para obtener el estatuto de apátrida. 1.599 de esas solicitudes eran hechas por personas provenientes de estados no reconocidos: 3 personas de Kosovo, 1 persona Kurda, 1 Palestino, y 1594 saharauis. De esos 1594, 4 solicitudes se desestimaron, 157 recibieron respuesta desfavorable, los demás tienen ahora un pasaporte verde, al frente de donde se lee nacionalidad, dice apátrida. Con ese pasaporte pueden residir en España por 5 años renovables, pueden viajar por la Unión Europea como un ciudadano de ésta y al resto del mundo con el visado que cada lugar solicite. Con ese pasaporte pueden inscribirse a una universidad, tener un trabajo, comprar una casa.

—[ser portador del Estatuto de apátrida] Para nosotros significa que no se nos reconoce como pueblo, no reconocen nuestra identidad y bueno… nosotros estamos completamente en contra. Lo que nos gustaría es que nos reconocieran como Estado, como pueblo soberano, pero como no lo hacen, nos catalogan como apátrida.

Galaba, territorio liberado. / © Foto: Ana Karina Delgado Díaz | Angular.

Cine saharaui

Brahim nació en los campamentos. Su padre, como muchos de los hombres entonces, participaba de la guerra, permanecía en ella la mayor parte del tiempo y cada tanto regresaba a los campamentos a ver a los suyos; una vez llegó con una herida que no le permitió volver al frente, y murió. Su mamá aun hoy conserva el DNI español; aun así, Brahim no tiene nacionalidad española. De hecho, España reconoció que no tiene ninguna.

—Soy cineasta, tengo el deber de contar historias, pero tras contar esas historias y filmarlas, he de participar en festivales, en encuentros internacionales y tenía que ir con una documentación, por eso acepté el estatuto de apátrida. No soy apátrida, no me reconozco como apátrida, simplemente es un medio al que he tenido que recurrir para poder llegar y hacer llegar el mensaje de mi pueblo y poder alzar la voz, mostrar y contar la historia de mi pueblo a través de mi cámara y mis ojos.

Brahim había estudiado cine en la Escuela de Formación Audiovisual Abidin Kaid Saleh que se levantó heroicamente en 2011 en los campamentos de refugiados, en la wilaya de Bojador. Allí aprendió con las demás estudiantes, la mayoría mujeres jóvenes, a contar con imágenes y sonido.
La película que hicieron para el final de curso, «Patria dividida» y que fue laureada en el FISAHARA, el festival de cine de los campamentos, empieza con un texto en árabe donde se lee: « primera película ciento por ciento saharaui». Después de estudiar en los campamentos, Brahim debía ir a Madrid para editar en compañía de un director de cine español una película que hicieron juntos: papeles argelinos, visa… Luego decidió que debía ampliar sus estudios allí mismo, en la antigua metrópoli del Sahara Occidental: una vez más papeles argelinos, visa… hasta que solicitó el estatuto de apátrida.

—Tengo documentación de apátrida y me duele decirlo, me duele ser apátrida, porque yo pertenezco a un pueblo que ama la libertad. Un pueblo que ha demostrado al mundo entero que es pacífico, un pueblo que firmó el alto al fuego con Marruecos en 1991, para una paz que no era una paz justa.

Una parada para comer y para el té en zona liberada. / © Foto: Ana Karina Delgado Díaz | Angular.

Estado de guerra

Penumbra.
Se ven dunas, montañas y al fondo la luz tenue de un amanecer lejano. Si se mira bien hay un hombre, un soldado caminando entre vegetación achaparrada, a unos metros del celular que graba; otro se ve más arriba sobre un pequeño risco. Durante los cinco minutos y siete segundos que dura el video suenan sin parar ráfagas de fusil. Miles de líneas se dibujan en el cielo, a veces blancas a veces violetas, son balas trazadoras. Dicen que la imagen ha llegado desde el frente.

—¡Estamos en guerra! Lo anunció el Polisario.
—Marruecos nos ha dado una bofetada en la cara, ¡una más!
—Violaron el alto al fuego, y en las narices de la ONU.
—¡Guerra!

Así en chats y en redes sociales. En esos confusos primeros días de octubre de 2020, empezaron a circular fotos y videos, algunos tachados de dudosos por los mismos saharauis. Lo que parece cierto es que, en el noreste del Sáhara Occidental, las fuerzas del Frente Polisario atacaron una base militar marroquí con lanzacohetes Katyusha y que el ejército de Marruecos respondió con armamento antitanques. Cierto también que el Polisario, periódicamente y por Twitter, da partes de guerra donde informa de ataques a bases y puntos de control marroquís asentados vigilando el muro.

—Hasta el momento no hay nada sustancial ni claro: lanzamiento de morteros y disparos de larga distancia, pero nada de enfrentamiento u operaciones militares directas. Por otra parte, tanto las instituciones de Naciones Unidas como los amigos de Marruecos, Francia y España básicamente, están presionando para que el Polisario cese el fuego y este último subió sus demandas al máximum. Si no hay agenda precisa y vinculante para retomar el plan de paz inicial y llevar a cabo un referéndum, no habrá un alto el fuego. No estamos dispuestos a cometer el mismo error del 1991.

Eso decían los mensajes de Mohamed a principio de noviembre y otra vez: Pronto salgo al frente. No sé cuándo, mañana lo sabré.

(Arriba) Dos mujeres saharaui visten traje tradicional y observan (abajo) las formaciones de las fuerzas saharauis que ondean la bandera nacional. / © Foto: Ana Karina Delgado Díaz | Angular.

Todo reinició el 21 de octubre con una manifestación saharaui coordinada en el Guergerat. Se trata de un punto fronterizo, una carretera que conecta el Sahara Occidental ocupado con Mauritania. Por allí circulan mercancías legales y, según se dice, muchas ilegales. El problema es que aquel punto forma parte de lo que en los acuerdos de 1991 se llamó “zona de no intervención”. Significa que allí no puede haber presencia militar de ninguno de los dos firmantes del acuerdo: Marruecos y el Frente Polisario. Cualquier presencia militar implicaría ruptura del acuerdo. Aun así, Marruecos ha utilizado el paso desde hace años, lo asfaltó y transporta mercancías.
La movilización saharaui en octubre buscaba, al parecer, llamar la atención internacional. Finalmente, vino lo esperado: Marruecos desplegó una operación militar en la zona para desbloquear el paso y expulsar a los manifestantes que ondeaban banderas de la RASD y exigían no solo que Marruecos saliera del Guergerat, sino que se realizara el referéndum aplazado por décadas. Los camiones marroquís finalmente siguieron rumbo a Mauritania, pero la declaración de guerra estaba en marcha.

(Arriba) Saharauis oran en dirección a la meca. (Abajo) Dos soldados saharauis hacen guardia junto a los tanques del escuadrón. / © Foto: Ana Karina Delgado Díaz | Angular.

El 14 de noviembre, Brahim Ghali —presidente de la RASD— anunció que consideraba roto el alto al fuego y decretaba oficialmente el Estado de Guerra.
Cuando internet arrastró la noticia, Sidahmed estaba solo. Dice que se entristeció, que solo tenía el teléfono para comunicarse con los campamentos y con su familia.

—Me habría gustado encontrarme con alguien que sintiese como yo o que conociese un poco mi situación. [Después] ya pude compartirlo con los amigos, personas que te comprenden, pero son españoles. No saben en realidad lo que significa para nosotros volver a la guerra, lo que sería otra vez una guerra.

Y lo que significa en el futuro próximo es que muchos de sus amigos, de sus primos, de sus tíos y su hermano, tres años menor que él, se prepararán para hacer parte de la guerra.

—Mi hermano tiene el perfil de los chicos y chicas jóvenes que están ahora mismo en los campamentos: son gente que se han ido afuera, que se han formado. Mi hermano es graduado en economía, y bueno, cuando ha vuelto allí no ha encontrado qué hacer, no ha encontrado en qué trabajar. No ha podido encontrar ningún trabajo cualificado ni remunerado en los campamentos. Decidió hacer el proceso de formación militar y le dieron un rango, por sus estudios universitarios… y bueno… estuvo en casa esperando la llamada, y cuando llegó, se fue. No le preguntó a nadie, no lo dudo, se fue al frente.

Sidahmed —que está por terminar su formación como médico internista—, dice que como a todos, los tambores de guerra suenan con redobles en su cabeza.

—Ahora mismo, pues no lo sé, pero llegado el momento sería una decisión que tomaría dejándome llevar por el corazón. Participaré de la forma que mejor pueda ayudar, que será curando o subsanando las heridas de la gente que sufra. Sí, yo creo que sí, yo iré. 

Y también Lamira. Aunque en su voz se alcanza a intuir un dejo de temor:

—Sin duda, si se requiere mi presencia tomando un arma o enfrentándome creo que sí, lo haré, porque vale la pena. Como saharauis lo que tenemos por ganar vale cualquier esfuerzo y cualquier riesgo. Tener un país, tener tu país con el que tú te has identificado siempre y con ello ganar tu identidad, ganar tu parte de lo que te han robado, o lo que ni siquiera te han dado la oportunidad de tener. No tengo ningún problema en ponerme en el campo de batalla.

Dice que desde que se declaró el Estado de guerra vive un vaivén de emociones, dice que no duerme, que primero busca con ansiedad noticias, luego lucha por desconectarse, pero al llegar a casa no puede más que preguntar a su hermana, a su cuñado: ¿qué sabéis? ¿Qué ha pasado? Desde ese día, su mayor preocupación, como Sidahmed, es por su hermano menor. Ella lo sabía, lo intuía. Desde que Guergerat se volvió un tema de conversación y de escrutinio en internet, ella lo sabía. Primero, desde los campamentos le dijeron que fue con su mamá y puso su nombre en la lista de voluntarios y desde entonces solo esperó que llegaran las ordenes, el llamado.

—El viernes vi una foto suya en un grupo familiar, la subió mi hermana. En la foto él está vestido con ropa militar y me impresionó tanto que me vine abajo y empecé a llorar. Es verdad que no fui consciente hasta que lo vi.

Lamira, desde la distancia del exilio con las fronteras cerradas por la pandemia de la Covid, mira las fotos, escucha los audios que llegan desde los campamentos. Ella nota que las voces de allí parecen tranquilas, están decididos, dentro de aquel caos, entre el miedo natural que cualquier podría sentir, dice ella. Ellos parecen estar listos para recibir algo que llevan esperando mucho tiempo. Hace poco, escuchó uno audio donde su mamá decía que finalmente había llegado el llamado que su hermano esperaba.

—Mañana se va a la escuela de preparación militar y no sé cuándo se incorporará al frente ni nada de eso. Maldigo a todos aquellos y aquellas que están obligando a que madres entreguen a la guerra lo que más quieren que son sus hijos, porque no saben si mañana van a volver… pero bueno, son las consecuencias de la guerra, del conflicto armado.

 Las fuerzas saharauis en preparación. / © Foto: Ana Karina Delgado Díaz | Angular.

El frente

Bachari, por su parte, como la mayoría de los chicos y chicas de su generación, fue al otro lado del Mediterráneo en el programa Vacaciones en Paz, el primer verano llegó a casa de una familia de acogida en Almería, lo trataron bien, quisieron que se quedara a estudiar. A los pocos meses de estar allí le preguntaron que quería ser cuando fuera adulto.

—Yo dije que quería ser piloto. Ella me dijo ¡muy bien nos vas a llevar a Italia! Yo la mire muy mal, ella me dijo: ¿qué tipo de aviones quieres pilotar? Yo le dije: rumm pum Marruecos, rummm pum Marruecos. Ahí mi madre de acogida se dio cuenta que lo que yo quería pilotar era algún caza.

Para Bachari la guerra no inicia ahora; su vida fue signada por un conflicto que empezó no solo en los campamentos de refugiados, sino con una infancia lejos de su familia.
En su cuerpo lleva marcas de muchas peleas: a veces se golpeaba con uno, a veces lo golpeaban varios; al principio era porque un matón abusaba de alguien, después solía ser porque un marroquí decía, refiriéndose a su tierra, “Sahara marroquí”. Luego llegaron más problemas, el deambular por los campamentos, por España buscándose la vida con la rudeza que debe vivir un migrante africano. Después se concentró en el activismo para contar en España lo que pasa con su pueblo. En eso estaba Bachari, en coordinar eventos de solidaridad con el pueblo saharaui, en crear una asación en Euskadi, en juntar solidaridad en otros lugares de España, de Cuba, de Bélgica, de Noruega. En eso estaba, cuando a su casa en el País Vasco llegaron noticias de que algo estaba por pasar en el Guergerat.

—Mi hermana estaba en el salón y me miró a los ojos: ¿cuándo?, preguntó. Yo le dije: no sé. Avísame, dijo. Sabía que me iba a ir, lo tenía claro. Había empezado la guerra gracias a Dios y alegre dije: me voy a mi sitio. Llamé a mi padre, y le dije: estoy decidido para ir. ¡No! Dijo él, espera.

Soldados saharauis en el territorio liberado. (Abajo) Maniobras militares de exhibición.  / © Foto: Ana Karina Delgado Díaz | Angular.

Cuando murió el antiguo presidente de la RASD en 2016 y pareció por unos días que la guerra iba a estallar, Bachari fue a los campamentos y se enlistó. Fue soldado durante dos años, pero no hubo guerra en el desierto, así que volvió a su causa personal en España, siendo un “argelino” más.

—Cuando le dije a mi madre, ella no estaba a favor, pero acabó por entender. Ella me decía lo mismo que los demás: «espera que estalle, espera que sepamos si será verdad o no será verdad». Y yo sé que es cariño, que es miedo; lo sé. Soy su único varón, su hijo más pequeño, lo entiendo.

En la ecuación de afectos y efectos de la guerra también está su prometida, otra activista saharaui, además es enfermera en primera línea frente a la pandemia. El pasado 7 de septiembre los padres de él, como la tradición indica, pidieron la mano a los padres de ella. Aceptaron —¡alhamdulillah! (gracias a Dios) pero el matrimonio tendrá que esperar, aun cuando desde el Ministerio del Interior de la RASD se han dado indicaciones para que los complejos matrimonios en los campamentos se simplifiquen y, quienes quieren casarse antes de ir rumbo al frente puedan hacerlo después de dejar constituida una familia y una descendencia.

—Ella dice que es un orgullo: soy el primero que viene de la diáspora, desde el extranjero; el primero que llega y que tiene menos de treinta años, el más joven de todos. Como me conoce, está orgullosa, pero también tiene la parte en la que no lo asimila, está preocupada, es el cariño, el amor. Todo esto no es fácil ni para ella, ni para mi madre, ni para nadie. Si Dios quiere y nos cruzamos en esta vida, pues eso: nos casaremos, sino pues… bueno, será lo que Dios quiera. Obviamente me gustaría irme a la guerra creando un matrimonio y por lo menos sembrando en su vientre un niño; si uno se va, espera por lo menos haber dejado algo, dejado un hijo o una hija, su apellido, un hijo de ella, que tuviera una parte nuestra en común, pero bueno…

Zona comercial; campamentos de refugiados. / © Foto: Ana Karina Delgado Díaz | Angular.

Desde los campamentos llegan noticias en voces de jóvenes mujeres que dicen que ya escasean los hombres, que con el toque de queda que implica el Estado de Guerra ya no hay casi movimiento comercial y se ven ya pocos autos entre las wilayas que además en su mayoría son conducidos también por hombres.

—Las mujeres mayores, están actuando de una forma innata, como ya lo han vivido hace tantísimos años, saben perfectamente cómo actuar. En cambio, nosotras, las más jóvenes, las que hemos nacido aquí en los campamentos estamos como desconcertadas. Vamos detrás de ellas, siguiéndolas a ver qué es lo que hay que hacer, cuál es la prioridad.

Hacen pequeñas asambleas en diferentes jaimas, dicen que ninguna mujer, ninguna familia está sola; se juntan para contarse lo que saben, para brindarse apoyo, organizarse, para fabricar tiendas de campaña y ropa para los soldados; coordinan grupos entre ellas para hacer guardia nocturna, ya que durante el toque de queda nadie, mucho menos los hombres, pueden moverse entre las jaimas, solos ellas se mueven silenciosamente vigilando, cuidando de todos. Dicen también, que desde alguna wilaya, a lo lejos ya se escuchan las explosiones.

—¿Mi propia muerte? No, no me preocupa, solo procuraré que no sea gratis para el enemigo. Por otra parte, hacer la guerra requiere valentía obviamente, pero [también] inteligencia y astucia. [los jóvenes] Tienen lo básico que es preparación, predisposición y coraje, pero les falta experiencia y un poco de calma, —dice Mohamed en un mensaje—. Yo ya tengo mis años y mis experiencias. Salgo en pocos días. No sé cuándo.

El celular de Bachari en cambio parece no tener señal. Se silenció, como se ha silenciado el del hermano de Lamira y el de Sidahmed.
Brahim, el cineasta, como su padre antaño, regresó a los campamentos hace poco vestido de militar. Su padre tuvo un fusil, él porta una cámara.

—Recién he llegado del campo de batalla, en el que estaba en calidad de fotógrafo, de reportero de guerra. Gracias a Dios no me ha pasado nada, ni a ninguno de los que estaban ahí. Hemos estado en zonas de batalla, en intercambio de misiles y bombardeos. Esto está empezando, fui en una comisión en los primeros días, se me solicitó como fotógrafo y videógrafo y fuimos a cubrir la guerra. De momento, no se puede decir más, hasta que esto tomé un enfoque definido desde el Frente Polisario. Es un momento histórico. Yo… yo he estado filmando historia.

Brahim habla de las muchas veces que ha pensado que llegaría el momento en que la paciencia de su pueblo se acabaría, que llegaría el momento en que no aguantarían más la mirada desdeñosa de la comunidad internacional. «Llegará el momento —dice— en que los saharauis tomarán lo que es suyo a través de sus fusiles».

—No nos alegra la guerra en sí, nos alegra que por fin los medios de comunicación se van a interesar en nosotros, que por fin el mundo verá lo que está pasando en el Sahara Occidental. Sí, es a través de guerra. Sí, vamos a tener pérdidas, porque en toda guerra sufren pérdidas las dos partes. Hoy en día nos alegra porque vamos a tomar nuestro destino: ya que no nos han dejado vivir como queremos, que no nos impidan morir como queremos. Vamos a sacrificarnos para que, cuando todo termine, los cuatro o cinco que queden, puedan vivir con dignidad y en su tierra.

¡Cuando todo termine! Cómo se verá entonces ese trozo de desierto en el sur de Argelia sin los saharauis precariamente poblándola.
Entre las casas de adobe y las tiendas de campaña hay cadáveres de autos diseminados como si algún gigante los hubiera esparcido al azar o como si hubiera jugado a apilarlos descuidadamente. Si en el presente hay restos de viejos contenedores de agua y de elementos de construcción dispersos en los campamentos, qué quedará cuando los saharauis regresen al añorado badía, cuando vuelvan a sus costas que miran el atlántico, cuando otra vez pueblen las ciudades y se derribe el muro que divide su tierra, cuando su Estado sea reconocido como tal y el dibujo de su territorio no sea ya una línea punteada en los mapas.
Cuando la gente saharaui finalmente consiga regresar a su territorio, por la vía que fuera, en la hammada argelina, quedarán restos de las jaimas como enormes globos aerostáticos desinflados. Quedarán corrales de cabras y camellos. Se verán desde lejos las ruinas de grandes salones de adobe con alguna bandera agitándose. Voces encerradas entre las gruesas paredes, risas e interminables historias contadas en español y hasannia se alcanzarán a oír entre el rumor del viento. Después de los saharauis, en la hamada quedará olor a incienso sobre la tierra reseca.

Escombros (Izq.) y un grupo de niñas saharauis en los campamentos de refugiados (Der.) / © Foto: Ana Karina Delgado Díaz | Angular.

Ana Karina Delgado Díaz

Fotógrafa | Escritora

En ocasiones Karina también narra con imágenes en movimiento. Sigue y cuenta historias que le resultan importantes sobre su natal Colombia, Latinoamérica y África.

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