Represión de hierro

La política expansionista del gobierno de Pekín aplasta los últimos testimonios arquitectónicos uigures en la Ruta de la Seda. El peso de la represión que sufre la comunidad Uigur en China se mide por las toneladas de hormigón y hierro que está utilizando el gobierno para borrar, también, el testimonio de su identidad arquitectónica. Los rostros y la tradición que narran el pasado se apagan ante el ruido hegemónico del urbanismo y el desarrollo que impone la dinastía Han.

Texto & Fotos: Pablo Tosco

Si cada sonido tuviera un color, el barrio antiguo de la ciudad china de Kashgar sería un cuento policromático: contrapuntos claros y oscuros se suceden en un pentagrama ambiental que colma los sentidos; huele a virutas de madera quemadas por algún cincel. El ruido del ritmo frenético sobre yunques, martillos y fuego dan forma a cacerolas y tachos. Un panadero pliega la masa de trigo con pericia artesanal, arma empanadas de cordero y de un movimiento diestro las avienta dentro del horno. En una habitación oscura entra el haz de luz que ilumina las manos de Jamin, la alfarera, quien introduce sus pies en el torno y una pieza amorfa de barro empieza a girar, a tomar cuerpo, a perfilar forma; primero de pelota, luego de cilindro; de vaso gigante a un delicado final de jarrón. Jamin perdió sus huellas digitales pero tiene historia: es la tercera generación que siente solo barro, el mismo barro con el que está construida lo que queda de su ciudad: Kashgar.

La medina de Kashgar también huele a encierro, a memoria negada, a cultura perseguida y a destierro. La anatomía de la ciudad lo atestigua: de la ciudad antigua solo queda un barrio levantado a barro y paja que resiste rodeado de un enjambre de edificios de veinte plantas. Kashar es el bastión cultural de los uigures, quienes se reivindican como los legítimos pobladores de estas tierras de encrucijadas culturales, con una historia que hunde sus raíces miles de años atrás.

La antigua ciudad de la Ruta de la Seda —o lo que queda de ella—, se consideró una de las localidades mejor conservadas de la arquitectura islámica en Asia Central. Ubicada en la Región Autónoma Uyghur de Xinjiang en el oeste del país, a 3429 kilómetros de Pekín, Kashgar está habitado por unas tres millones y medio de personas, con mayoría musulmana. La comunidad Uigur, a diferencia del resto de China, está conformada por una minoría de origen túrquico y profesa el islam de la rama suní. Sin embargo, en la mezquita central la llamada a la oración —Azhan— que normalmente se pronuncia cinco veces al día, no se convoca: el gobierno chino prohibió el llamado público al rezo a través de los altavoces de los minaretes. El canto de los Imanes ya no forma parte del mapa sonoro. Las restricciones cobran dimensión de persecución que llega hasta las cunas: Pekín prohíbe bautizar a los niños y niñas con nombres reconociblemente musulmanes.

En la capital consideran a los diez millones de uigures como un factor distorsionante en la construcción de una sociedad armónica.

En los últimos años, la política expansionista del gobierno central promovió que la población de chinos de ascendencia Han aumentara hasta superar el cuarenta por ciento de la población de Xinjiang. La región posee reservas de petróleo y gas que están transformando la cartografía económica y social; el gobierno construye nueva infraestructura y zonas residenciales donde el peso del hormigón y el hierro están borrando el testimonio arquitectónico Uigur.

Los uigures son perseguidos, detenidos, encarcelados, torturados y ejecutados. Según Naciones Unidas, más de un millón de personas viven en un «campo de concentración masivo y envuelto en el más absoluto secreto». El representante del comité de la ONU para la Eliminación de la Discriminación Racial, Gay McDougall, dijo que dos millones de uigures y otras minorías musulmanas habrían sido forzados a participar en campos de adoctrinamiento político.

Cuando se produjo la incorporación de Xinjiang a la República Popular de China en 1949, suponían el 80 por ciento de la población. Con la llegada masiva de colonos de etnia Han, incentivada por el Gobierno central, esa proporción se ha reducido hasta un 45 por ciento. Y son los recién llegados los que más se benefician del crecimiento económico de la región, rica en petróleo, gas y carbón.

En un país dominado demográfica, política y financieramente por los descendientes de la dinastía Han, toda expresión divergente es susceptible de persecución. En junio de 2009, en una fábrica de Shaoguan —al sur del país—, una pelea derivó en los peores disturbios étnicos vividos en China en varias décadas: al menos dos uigures murieron, y diez días después, una multitud se congregó en la capital de Xinjiang, Urumqi, para protestar por una supuesta colusión de la policía china con los responsables del incidente en la fábrica. La protesta subió de intensidad, se descontroló y Urumqi vivió varios días de choques violentos entre hanes y uigures que, según estimaciones, dejaron entre 200 y 600 muertos.

Mientras que el temor a los movimientos separatistas lleva a Pekín a ejercer mayor control, Kashgar experimenta remodelaciones destructivas: el 85 por ciento de la ciudad vieja será demolida dentro de los próximos años, con el aparente interés de Pekín en la región y bajo la premisa de construir casas seguras.

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Desde la puerta de la medina se extiende el desierto que se convierte en un horizonte de pedruscos rojos; el confín son montañas de tonalidades ocres: la cordillera de Tian Shan. Es el quinto relieve del mundo con una cumbre de 7010 metros, el Khan Tengri. La vida está sujeta a lo que puedan producir las manos de hombres y mujeres que trabajan la tierra, crían y protegen a sus animales.

En una casita de barro a orillas del lago Kul, a 3000 metros de altura, Tashiyev se pone las medias de lana, Gulja se coloca los pendientes y alimenta la estufa que brama con troncos secos de eucaliptus. Un jarrón de leche hierve. Afuera llueve.

Gulja se coloca un saco negro y entra el corral, comienza la extensa jornada para producir leche y queso para atravesar el invierno.

Ali ata sus corderos en fila, intercalando sus cabezas enfrentadas, mientras dos muchachos se afanan en subir un cordero pequeño en una moto carga. Los lunes, cientos de campesinos bajan de sus comunidades que se resguardan en las montañas; llegan con sus corderos, camellos, ovejas y yaks para comerciar en el gran mercado. Una explanada de varias hectáreas rodeada de eucaliptos sirven de marco para el mayor mercado de animales de la región. Un estrechón de manos inicia las negociaciones de compra y venta de animales que se produce entre regateos incesantes de un lado y otro.

El sol cae sobre Kashgar. Un enjambre de motos eléctricas buscan donde circular y zigzaguean entre las calles angostas de la medina. Se desvanecen las figuras de los edificios de arquitectura fría y se encienden encuentros condimentados por los asuntos del día. El aire se llena de humo de parrillas: los kebabs ganan terreno, las mujeres estiran el liam (espaguetis caseros) a golpes sobre tablas de madera; la plaza central se llena de puestitos que ofrecen huevos y cordero asado. Vigiladas por cientos de cámaras de vigilancia, centurias de historia, tradición y conocimientos reviven en cada rincón de barro, quizá por última vez.

Pablo Tosco

Angular | Realizador multimedia

Foto-videoperiodista, comunicador social y máster en Documental Creativo. Desde 2004 documenta para Oxfam Intermón proyectos de cooperación, desarrollo y acción humanitaria en África, América Latina y Asia. Miembro fundador de Angular.

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