A nivel mundial, solo una pequeña proporción de refugiados alcanza cada año una solución duradera, lo que implica que un número creciente de refugiados continúa durante muchos años en una situación prolongada precaria (permanecer en el exilio por más de cinco años). Entre los grupos más vulnerables se encuentras las poblaciones indígenas, como el pueblo Warao.

Texto y fotos: Migue Roth 

«Los que se quedan allá [Venezuela], apenas están sobreviviendo. El pueblo Warao se está viniendo a causa del hambre», dice Marina Contreras, madre y docente Warao que se refugia con su familia en el Campo de Abrigo «Janokoida», en la fronteriza Pacaraima, del estado de Boa Vista en Brasil.

La población global sometida a desplazamiento forzado se ha incrementado de manera sustancial en la última década. En el caso venezolano, el número de personas fuera de su país superó los cuatro millones en 2019. Los países de la región no estaban preparados para tal magnitud de flujo migratorio y contextos como estos son terreno fecundo para el surgimiento de la xenofobia y la intolerancia; sin embargo, al tener acceso a oportunidades de trabajo y de inserción, la población migrante contribuye a las economías locales y al crecimiento cultural.

De las lecciones aprendidas con las olas migratorias del siglo pasado, podemos reconocer que los países receptores de exiliados y migrantes fueron beneficiados culturalmente.

Migue Roth

Periodismo narrativo | Visual storyteller

Graduado en Comunicación y en Fotoperiodismo; se especializó en Periodismo en la respuesta a las crisis humanitarias. Freelance y docente universitario. Editor y fundador de Angular. Recorre Latinoamérica con el foco puesto en las problemáticas sociales y sus transformaciones.