En medio de un proceso de paz en Colombia, y una crisis económica en Venezuela, la etnia indígena wayuu se reúne en un espacio sin fronteras. El desierto de La Guajira que comparten ambos países es territorio de casi 300 mil indígenas. Es también, para muchos, un símbolo de corrupción, desnutrición y pobreza. A las orillas de las carreteras se ve contrabando de gasolina y productos regulados.

Por Fabiola Ferrero

Pero al cruzar la reja del cementerio de Los Filúos, a las 4 de la mañana, el desierto abre paso a montones de ataúdes apilados en una esquina. De allí sacaron los huesos de sus queridos familias indígenas que hacen la despedida final a una década de su muerte. Son las jóvenes de la familia, adolescentes de entre 13 y 15 años, las encargadas de limpiarlos y guardarlos en cofres. Llevan tapabocas y doble guante. Llevan a cuestas también la responsabilidad de acariciar a la muerte rodeada de personas impacientes que llenan el aire de chirrinchi (una bebida fermentada de caña).

El segundo velorio busca darle descanso y un lugar más privado a los restos de los wayuu. Jepirra, el lugar sagrado, los espera al final del ritual que dura entre dos y tres días. Decenas de animales son sacrificados. Las mujeres lloran a los muertos con pañuelos y gritos. Los hombres disparan haciendo del adiós final un asunto demasiado terrenal. Los huesos descansan todos en una capilla hecha especialmente para la ocasión. Esta vez, parece, para siempre.

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Miembros de la etnia wayuu se amontonan alrededor de una de las tumbas de donde sacarán huesos para festejar el segundo velorio.

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El cuerpo de Ana Petronila, uno de los cadáveres más importantes del ritual, al abrir su ataúd.

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Familiares alumbran en la madrugada para que Neicarlys Bermúdez, de 13 años, pueda limpiar los huesos de su abuelo.

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Neicarlys limpia la dentadura de su abuelo mientras otro miembro de la familia la ayuda con chirrinchi (bebida fermentada de caña).

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Los ataúdes de otros cadáveres exhumados se amontonan en una esquina del cementerio, donde varias familias wayuu hacen el ritual del segundo velorio.

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Neicarlys se lava luego del ritual de madrugada. Las mujeres mayores de la familia la bañaron con alcohol para evitar infecciones y que el espíritu de algún muerto le hiciera daño.

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Las jóvenes que sacaron a los cadáveres deben usar guantes por varios días. No pueden comer carne ni salir de casa. La noche siguiente al ritual no pueden dormir. Cantan hasta que amanezca y entonces descansan.

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Un grupo de mujeres se reúne en la cocina, donde los hombres sacrifican a chivos y reses y las mujeres se reparten tareas para llevar los platos a los más de 300 invitados.

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Las mujeres lloran con sus caras tapadas con guantes. Gritan y se abrazan. Luego se detienen y se unen a la conmemoración de los muertos de la familia.

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Con música llevan a los cofres llenos de huesos a un mauseleo construido específicamente para este ritual en un terreno familiar. La organización del evento tardó más de dos años.

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Un grupo de hombres de la etnia wayuu se reúnen para disparar con sus armas en honor a sus muertos.

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Las mujeres wayuu llevan siempre una bata que las proteje contra el calor incesante de La Guajira.

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Fabiola Ferrero

Fotógrafa  |  Periodista venezolana

Actualmente trabaja para prensa internacional en su país y hace investigaciones independientes en temas relaciones a conflicto y sociedad entre Venezuela y Colombia. Becaria de la Fundación Carolina y  ganadora del Emerging Vision Award 2017 de The Documentary Project Fund. Se interesa en explorar el comportamiento humano en entornos hostiles.