En Venezuela, ahora mismo, no está claro si habrá servicio de luz de forma constante o interrumpida; tampoco si en la panadería habrá o se podrá comprar pan —en un contexto hiperhinflacionario—; menos claro aún es el panorama político, con distintos actores moviendo fichas. Lo evidente es que el contexto, marcado por la crisis institucional y económica, está obligando a las personas a irse, con más, menos o ninguna planificación: irse.

Texto de Nolan Rada  Fotos de Migue Roth

¿Cómo negar esa opción a quien busca mejorar su calidad de vida, aunque implique correr riesgos físicos, emocionales y legales?

Desde ahí se explica parte de la precariedad y la urgencia manifiesta en cada historia migrante; la situación que se torna más y más crítica, así como la respuesta humanitaria de agencias como ADRA Sudamérica, que las implementa a lo largo de las distintas rutas migratorias.

Para febrero de 2019, el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) y la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) estimaron que 3.4 millones de venezolanos dejaron su país. La cifra alcanza al 10% de la población total y sigue en ascenso. en la actualidad, más de cuatro mil venezolanos se verán forzados a abandonar su país, y así a diario, según los datos publicados por el Alto Comisionado.

En términos regionales, Sudamérica no vivió una migración de tal magnitud en su historia contemporánea.

Tampoco había vivido en su historia una bonanza petrolera como aquella que se experimentó durante parte del gobierno de Hugo Chávez. Hace seis años, la industria petrolera venezolana producía alrededor de tres millones de barriles por día, en un mercado que tazaba el valor del barril en 100 dólares por cada uno de ellos. ¿Cómo se explica que de ser vista como “la Dubái” de Sudamérica, Venezuela ahora presente un escenario en el que —según la ONU— siete millones de personas necesitan asistencia humanitaria? Un porqué es la caída de la producción petrolero, que pasó de las cifras mencionadas a un millón, con el agregado de que el valor del barril descendió hasta los 60 dólares.

Situación del mercado aparte, no son pocas las voces que han denunciado el descuido en cuanto a mantenimiento de Petróleos de Venezuela se refiere. Venezuela, durante ese período de bonanza, tuvo la oportunidad de darle otro sentido a su economía, fortaleciendo distintos sectores; pero no ocurrió. La dependencia petrolera continúa y el sector productivo del país también está en crisis (desde hace años). Ahí la dificultad de la caída del valor del barril, porque hay menos dólares para pagar importaciones, por referir sólo una de las complicaciones derivadas del escenario.

La migración venezolana, que a principios de esta década comenzó por vía aérea, no se debe a un solo conflicto específico y abrupto, como puede ser una guerra declarada; sino a una sucesión de crisis (institucional, política, económica, alimenticia). Quienes estudian las sociedades y sus comportamientos denominan este tipo de situaciones como “emergencias complejas”, ya que no se explican desde un aspecto, sino como una serie de variantes que propiciaron las condiciones internas para derivar en procesos migratorios semejantes.

Si tuviera que desglosarse parte de la situación venezolana en cifras, siempre según la ONU, los números estarían entre estas fronteras: “Unos 1,9 millones de personas requieren asistencia nutricional, incluyendo 1,3 millones de niños menores de cinco años. Además, unos 2,8 millones de personas necesitan asistencia médica, incluidos 1,1 millones de niños menores de cinco años. Otros 4,3 millones requieren agua y saneamiento”.

En un contexto de crisis económica sostenida —que en los últimos años llegó a niveles hiperinflacionarios—, ahorrar es agua entre manos y la posibilidad de planificar pende de tantas incertidumbres que se torna casi un sinsentido: se forjan así las escenas de gente que abandona el país con lo puesto, como puede, a pie y por caminos inseguros; desesperación delatada.

Nadie deja su país por gusto: las condiciones descritas, los desplazamientos por vías peligrosas, con niños en brazos o con la promesa de rescatarlos más adelante, lo demuestran. El medio de transporte también es un síntoma: en la aparente simpleza del traslado radica la complejidad del asunto. A día, se estima que la cifra de migrantes fluctúa entre 3000 y 5000 personas por día.

Un país puede ser trampolín hacia otro debido a las dificultades en la legalización de documentos; o porque la experiencia no funciona en los primeros meses y hay que probar otras alternativas, pero Colombia, Brasil, Ecuador, Perú, Chile y Argentina son destinos predilectos.

Al punto que distintas organizaciones y gobiernos se han visto movilizadas y afectados por la situación. Desde las cifras y el impacto generado en las comunidades que las reciben, se pueden entender las palabras de Eduardo Stein, representante especial conjunto de ACNUR y OIM para los refugiados y migrantes venezolanos: «Este plan —en referencia al Plan Regional de Respuesta para Refugiados y Migrantes de Venezuela presentado en Ginebra— es un llamamiento a la comunidad de donantes, entre ellos diversas instituciones financieras internacionales y actores de desarrollo para que aumenten su apoyo a refugiados y migrantes en la región y en las comunidades de acogida».

Sin embargo, además de esta movilización, urge atender la situación base. Eso nos remite, principalmente, a la crisis política e institucional de Venezuela. En ese pulso “entre presidentes” y con los Poderes del Estado sin independencia alguna, se filtran los números, las historias, las familias separadas por razones ajenas y que, en muchos casos, no tienen fecha de reencuentro. No sólo se trata de atender a quienes se van, sino de reparar en quienes aún están en el país para evitar que sigan experimentando condiciones de crisis humanitaria o tengan que dejar el país sin mayores certezas.

Es válido pensar que la falta de planificación puede condicionar la experiencia. En efecto: hay casos en los que, más allá de la situación particular de cada país, la improvisación define la experiencia migratoria. Pero este aspecto conviene no tomarlo como una constante, menos teniendo en cuenta el lugar de procedencia.

Ocurre con padres que viajan con niños, o aquellos adultos mayores que dejan su vida atrás para probar fortuna en otro sitio: gente valiente o personas que se quedaron sin soluciones ante la crisis y se sintieron empujados por ella a buscarse la vida en otro lado. En cualquiera de los casos, si el factor humano predomina por sobre otros aspectos, en cada imagen del fotorreportaje, elaborado entre en las fronteras de Venezuela con Brasil, Colombia; y a lo largo del extenso y peligroso camino migratorio, hasta llegar a Ecuador y Perú:

¿Por qué aquella madre viaja con su bebé? ¿Por qué tiene una pulsera roja que dice “atención prioritaria? ¿Por qué son tantos y de tan variadas edades? ¿Qué los motiva a dejar la cama de un hogar por el suelo de un cruce fronterizo o una tienda improvisada a la vera del camino? ¿Qué los impulsa para dejar a los más cercanos y viajar en soledad o rodeados de desconocidos? ¿Qué piensa ese niño que dejó su casa? ¿Qué proyección sobre el futuro puede hacer un adulto mayor en relación a su nuevo destino, tras vivir toda su vida apegado a otro? ¿Hasta cuándo insistirán las mismas preguntas?

Migue Roth

Periodismo narrativo   |   Visual storyteller

Graduado en Comunicación y en Fotoperiodismo; se especializó en Periodismo en la respuesta a las crisis humanitarias. Freelance y docente universitario. Editor y fundador de Angular. Recorre Latinoamérica con el foco puesto en las problemáticas sociales y sus transformaciones.

Nolan Rada

Periodista  |  Fotógrafo

Me interesa la crónica deportiva como una oportunidad para representar aspectos sociales a través del juego; y el periodismo narrativo como una oportunidad para acompañar y conocer problemáticas e historias de primera mano. Crecí -y sigo colaborando- en Prodavinci. Hice radio. También soy fotógrafo.