Polarizaciones y alternativas

Un análisis preciso para conocer la relación entre política y redes sociales; el texto de Mariano Aratta permite entender cómo llegamos a vivir en contextos de polarización violenta, y cuáles son las alternativas a los discursos de odio y las divisiones existentes.

Texto: Mariano Aratta | Ilustraciones: Eduardo Parera

Durante los últimos años hemos sido testigos, a nivel mundial, de un sinfín de acalorados debates políticos, sociales e inclusive culturales que podíamos sintetizar bajo el cinematográfico título de “la grieta”.

Pareciera que la polarización es un fenómeno reciente. A pesar de ello, la literatura académica tiende a avalar que, si bien se aceleró en las últimas décadas, el recorrido ya es detectable desde los ‘60. Estaríamos, entonces, ante un fenómeno de largo recorrido que representaría un cambio en el paradigma estructural de las democracias liberales actuales.

Sin embargo, el problema no sería pensar en las polarizaciones en sí mismas. El análisis, en este caso, tendría que poner el foco sobre el momento en que estas condiciones pasaron de ser complejas segmentaciones sociales a razones que dan fomento al odio y a las divisiones violentas.

Caminando sobre la grieta

En primera instancia, surge la idea que desde hace poco más de 30 años la economía capitalista se habría reorganizado en torno al debilitamiento del concepto de Estado-Nación y sobre el fomento y la promoción de las diferencias hacia el interior de los pueblos. Un claro ejemplo (y muy actual) sería la llamada “meritocracia” o, siendo más puntuales, la discutida coparticipación o distribución de los recursos públicos en el federalismo argentino.

Este impulso de los contrastes habría generado, entre otros factores, una importante hibridación cultural, fuerte segmentación y una notoria fragmentación del tejido social, pero, sobre todo, dio lugar al debilitamiento de la identidad y de la cohesión social.

Así las cosas, no existirían ya proyectos de vida en común garantizados por el Estado, sino que lo que el capital globalizado estaría promoviendo sería un individualismo adquisitivo que desestructuraría todo atisbo de comunidad. Mientras la gente se encierra en barrios privados, valdría la pena preguntarse si también deja encerrado su pasado creciendo en alguna localidad del conurbano bonaerense para archivar con él cualquier tipo de relación con personas de esos parajes.

En este sentido, habría que analizar desde dónde y quién o quiénes fogonean estas diferencias, que terminan convirtiéndose en grietas. Además, se haría necesario comprender a este modelo polarizado como una suerte de negocio de intereses dentro del orden mundial, económico y geopolítico actual.

Efectivamente, el debate tendría que centrarse en observar y analizar qué es lo que tenemos a un lado y al otro. Valdría la pena reflexionar sobre esa idea lineal del antagonismo “ellos o yo” y preguntarnos si, en realidad, este abismo que nos separa convivirá con nosotros eternamente, promovido y potenciado “por alguien” en forma más o menos oculta.

Por otro lado, es clave entender el rol de los nuevos medios de comunicación, resumidos en Internet y las redes sociales pero extendidos a los clásicos, además de las consecuencias de la velocidad de transmisión (y viralización) de contenidos en un contexto social y político en el que los ánimos se encuentran divididos y son excelente caldo de cultivo para la proliferación de las tristemente célebres fake news.

Por último, no habría que dejar de analizar la aparición de nuevos actores políticos que en otras épocas trabajaban por fuera del aparato estatal, como Trump, Kuczynski, Cartes o Bolsonaro. Esta nueva clase dirigente representaría la semilla de una derecha moderna y económicamente liberal, que se apoyaría en sectores sociales disconformes con ambas orillas de la grieta.

Comunicación y clivajes

En Argentina se utiliza usualmente la expresión “grieta” para denominar a la división binaria y maniquea entre kirchneristas y antikirchneristas.

Sin embargo, esta no sería la única grieta latente, aunque evidentemente sería la más manifiesta. La polarización y el antagonismo han llegado en innumerables ocasiones a producir graves enfrentamientos con altos costos para la convivencia social. Inclusive, no han faltado momentos en los que, en lugar de encarar los problemas con soluciones creativas, se pretendió trazar una barrera física entre “ellos” y “nosotros”, como la costosa y dolorosa Zanja de Alsina en territorio bonaerense.

Así, una primera aproximación nos indicaría que en Argentina cualquier rivalidad, por mínima que fuera, sería plausible de convertirse en grieta, sea entre unitarios y federales, menottistas y bilardistas, seguidores de Tinelli o de Pergolini, etc. (inserte aquí su grieta favorita según su momento de la historia nacional preferido). Sin embargo, una inquietud menos superficial nos indicaría que tras todas esas divisiones se ocultarían fragmentaciones más profundas, relacionadas con líneas de fractura al interior de la sociedad.

Ante esta situación, lo complejo de legitimar divisiones que fragmentan sociedades sería entonces darle sitio a la falta de respeto y de tolerancia. Para quienes se comportan validando la grieta, el bando propio es el único que tiene legitimidad, mientras que el otro debe ser descalificado de manera completa e, inclusive, con violencia e irracionalidad (“Cabrones idiotas”: el insulto de Trump a la CNN).

Pero todo esto, ¿de dónde surge? ¿Cómo logra reproducirse e integrarse en el entramado social de forma tal que los mismos actores que lo reproducen lo toman como un sentir propio?

Una de las teorías que suelen utilizarse en Ciencia Política para analizar el conflicto social y la polarización es la llamada Teoría del Cleavage (clivaje) o fractura social, formulada por Seymour Lipset y Stein Rokkan como explicación, entre otras, al origen de los partidos políticos.

Por clivaje se entiende a la línea de ruptura, a las divisiones profundas y enraizadas en la historia de cada sociedad contemporánea, que permiten que cada individuo tome postura sobre temas que polémicos o conflictivos.

A través de esta teoría, se analizaron conflictos a nivel macro (movimientos sociales o acciones colectivas) y micro (las motivaciones personales de los individuos que participan en dichas acciones).

Lipset y Rokkan desarrollaron cuatro clivajes básicos, divididos en dos ejes. En el funcional ubicaron los de Iglesia-Estado y empresarios-trabajadores, mientras que en el territorial ubicaron los clivajes centro-periferia y campo-ciudad (o tierra-industria). Un quinto clivaje, el post-industrial o post-materialista, fue pensado debido al surgimiento de nuevas demandas sociales que evidencian conflictos sobre ecología, igualdad de género, paz mundial, calidad de vida de los individuos o derechos de los animales, entre otros. Estos son temas que hoy son agenda cotidiana y levantan pasiones intensas sobre todo en redes sociales (basta ingresar a las de algún emprendimiento naturista o alguna marca de la llamada “alimentación consciente” para leer críticas despectivas y todo tipo de comentarios agresivos para sus productores y consumidores).

Siguiendo esta línea, la inmigración ilegal y el conflicto norte-sur, estarían configurando en los últimos años un nuevo clivaje por la confrontación entre humanistas contra patriotas y nacionalistas, o, llevándolo al extremo de Trump, Salvini y otros líderes conservadores, entre derechos humanos y seguridad nacional.

Por otra parte, los partidos políticos de las llamadas economías avanzadas también se habrían polarizado de forma especialmente pronunciada en la última década. En la actualidad, podríamos apreciar una línea manifiesta en EE.UU. a través de una mayor distancia entre opiniones de votantes republicanos y demócratas, e inclusive, de hecho, con votantes demócratas que parecerían haberse vuelto más progresistas que en el pasado (y su contraparte republicana más conservadora). Esta grieta se traduciría en Europa con un aumento de desacuerdos en torno a temas fundamentales como inmigración o la integración del continente.

Por clivaje se entiende a la línea de ruptura, a las divisiones profundas y enraizadas en la historia de cada sociedad contemporánea, que permiten que cada individuo tome postura sobre temas que polémicos o conflictivos.

El «aporte» de los medios de comunicación

De acuerdo con Dominique Wolton, la comunicación política es el espacio en que se intercambian los discursos contradictorios de los tres actores que tienen legitimidad para expresarse públicamente sobre política: los políticos, los periodistas y la opinión pública. En ese espacio, se daría la confrontación.

En este contexto, la emergencia de Internet y los nuevos medios de comunicación digitales no haría más que agigantar las grietas, reforzar discursos preconcebidos y, además, facilitar la expansión y viralización de contenidos que, en incontables ocasiones, provienen de fuentes difusas, como el famoso audio sobre “las intenciones de Santiago Maldonado”, que a todos nos llegó vía WhatsApp y el que hablaba en él era “un amigo de un amigo”.

No obstante, uno de los sectores que mejor habrían interpelado a este medio de comunicación es el de la llamada alt right o “nueva derecha alternativa”, movimiento que creció exponencialmente de forma aparentemente desarticulada, comenzó a cobrar notoriedad con la campaña presidencial de Trump y continuó con la de Bolsonaro, otro incansable actor de las redes. Aunque, evidentemente, no se redujo sólo a ellos dos.

Sus posturas, al igual que las de Salvini en Italia, se basan en un discurso agresivo e intolerante hacia los derechos de los inmigrantes, un alto contenido homofóbico y misógino, y la arenga a retomar valores de una época en la que el país habría sido en apariencia “más grande” o “más feliz”.

Según los españoles Xavier Peytibi y Sergio Pérez-Diáñez, la comunicación de la alt right sería fundamental como mecanismo para acalorar al pueblo. A través de acepciones peyorativas, insultos y muchas adjetivaciones crearía, a través del lenguaje, ideas en la población tales como “el otro es el enemigo” y, así, lograría influenciar para polarizar.

Esta nueva derecha posee un modo de comunicar representado con un lenguaje emocional, mediante relatos simples y memorables. Además, con la creación de comunidades online y viralización de contenidos, refuerza la búsqueda de antagonistas y su postura antiestablishment.

En esto radicaría lo más interesante de este panorama: quienes denuncian la polarización, se oponen a ella y se erigen como adalides del consenso, serían precisamente aquellos sectores que deben su justificación a la existencia de esos extremos. Y así, al ser tan difícil construir una postura ideológica de centro, la identidad se fundamenta en no ser como los extremos antes que en definir un propio ser.

Hoy en día, es común leer en redes sociales a defensores de la democracia y los valores republicanos con “intenciones antigrieta” que, sin embargo, polarizan mediante el odio.

Un claro ejemplo se observó en las conferencias de prensa en Buenos Aires durante el primer semestre de 2020, a propósito de la pandemia de COVID-19. En ellas, el presidente, el jefe de gobierno porteño y el gobernador de Buenos Aires, de sesgos políticos diferentes, mostraron una presunta vocación de trabajo en equipo. El mensaje fue unívoco: los tres, más allá de algunos matices, compartían una línea a seguir. Sin embargo, un ala conservadora de las redes sociales, fundamentalmente en Twitter, criticó e instó a desobedecer el decreto presidencial, al tiempo que indicaban que Rodríguez Larreta era el más coherente del trinomio. Del otro lado de la grieta sucedía exactamente lo mismo, mofándose de los estornudos del mandatario de Juntos por el Cambio, pero haciendo caso omiso de las apariciones públicas de Fernández sin barbijo ni distanciamiento social.

Otro ejemplo representativo quizás sea el de Greta Thunberg. Tras su discurso ante la Cumbre Climática de Naciones Unidas, el nombre de la joven activista se convirtió en uno de los temas más populares en Twitter y en un sinfín de reacciones: mártir y voz de la emergencia climática para unos, “niña enferma” y “vendida al poder de George Soros”, para otros, sumados a las burlas de Trump. Los escasos análisis moderados y reposados de las consecuencias de la exposición mediática de Greta para su salud o sobre su poder de concienciación entre los jóvenes quedaron sepultados entre el ruido de las redes.

Parafraseando a Marshal McLuhan en este caso “el odio es el mensaje” y por ello el mensaje es pobre, aunque siempre convocante. En este contexto, ciego sería solamente quien no quiere ver.

Big data

La relación entre política y redes sociales tomó mayor relevancia a principios de 2018, cuando vio luz en la prensa el escándalo por violación de datos personales de millones de usuarios que involucró a Facebook y Cambridge Analytica.

Esta última fue una compañía de consultoría analítica, que habría empleado su plataforma para obtener de forma ilegal los datos de 87 millones de usuarios de Facebook en Estados Unidos y los habría utilizado para orientar la opinión pública en favor de Trump durante las elecciones de 2016.

En el directorio de Cambridge Analytica se encontraban Robert Mercer y Steve Bannon, inversores principales y también propietarios del sitio web sensacionalista y de extrema derecha Breitbart News, famoso por la viralización de fake news. Bannon, ex banquero de inversiones, se desempeñó también como estratega jefe de la Casa Blanca en los primeros meses de la administración Trump y fue el ideólogo de su campaña electoral.

Desde el punto de vista comercial, la empresa elaboraba herramientas de segmentación de mercado, dividiendo audiencias en pequeños grupos, para que, posteriormente, se les dirijan anuncios a través de múltiples plataformas, combinando análisis de datos, psicología conductual y tecnología publicitaria con segmentación individualizada. Así, a través de datos que obtuvo de Facebook, habría generado anuncios políticos dirigidos a favorecer la campaña de Trump, como también a orientar opiniones en el debate sobre el Brexit del Reino Unido.

Alexander Nix, CEO de Cambridge Analytica, reconoció que la compañía participó en campañas electorales en todo el mundo, haciendo foco en la importancia de la sutileza en los mensajes políticos para que no se revele la propaganda y, además, reconoció haber orquestado chantajes y sobornos para perjudicar opositores en el marco de campañas políticas.

El ruido de Bannon, Mercer y la nueva derecha, por supuesto, tendría su capítulo argentino. La irrupción de la noticia promovió una investigación local en la que se asoció a parte del PRO en la antesala de la campaña presidencial de Macri de 2015, como así también reuniones en los meses previos a los comicios de 2017. Nix admitió el trabajo en Argentina al comparecer ante un comité selecto del Parlamento británico que comenzó a investigar sus actividades. Afirmó, también, que hubo tratativas para desarrollar “una campaña anti-Kirchner”.

Comparando las elecciones presidenciales en Estados Unidos de 2016 y las de Brasil de 2018 vemos que, con la aparición de anuncios de campaña dirigidos, creados y distribuidos a través de medios digitales, los individuos que anteriormente sólo podían consumir contenido político, tendrían ahora la posibilidad de producirlo y distribuirlo.

Así, las actuales campañas envían contenido a personas deliberadamente seleccionadas, vía algoritmos, automatización y “curaduría humana”, con la intención de administrar y distribuir desinformación en redes sociales.

Sin embargo, a diferencia del contexto estadounidense de 2016, con Facebook en el centro de la campaña de Trump, en Brasil el WhatsApp parece haber alcanzado una relevancia mayor durante 2018, con una mezcla de trabajo pago y voluntario. En ese contexto, el diario Folha de Sao Paulo publicó el 18 de octubre de ese año, entre la primera y la segunda vuelta, que empresarios locales financiaban ilegalmente una campaña a favor de Bolsonaro con contratos de hasta R$ 12 millones.

La verdadera grieta sería la que divide a estos grupos hegemónicos, —que estaría muy lejos de nuestras grietas terrenales—, y estos grupos serían los que las mantienen vivas a fin de que nos preocupemos más por nuestro devenir cotidiano enfervorizado y polémico que por los verdaderos juegos de poder.

A su vez, el creciente uso de bots y de trolls tendería a fomentar una determinada percepción que favorecería cierto estado de opinión, generando pseudoambientes como los definidos por Walter Lippmann en su famoso ensayo sobre La Opinión Pública.

Lippmann, uno de los primeros en escribir sobre la idea del establecimiento de la agenda por parte de los medios de comunicación, creía que estos determinan mapas mentales y, en ese sentido, la opinión pública respondería no a la realidad sino a un pseudoentorno construido por los medios. Así, nuestro comportamiento podría entenderse como una respuesta a ese y no al entorno real.

En lo que sería un movimiento muy inteligente de la nueva derecha, llevando al extremo el verosímil dentro de la comunicación política, Soros y Bill Gates habrían sido elegidos como enemigos por las causas que supuestamente defienden. Y en ese pseudoenterno es donde nos movemos, escuchando que Gates planifica una vacuna contra el COVID-19 para inyectarnos un virus del 5G que nos controlará como a teléfonos celulares, o que Soros financia “huelgas de mujeres” que simplemente luchan por sus derechos.

En el extremo opuesto, Bannon, luego de trabajar para Trump, fundó The Movement, una organización internacional autodefinida como populista de derecha, con el objetivo de apoyar y coordinar grupos en todo el mundo, defendiendo el nacionalismo frente la globalización, el proteccionismo comercial, oponiéndose a las migraciones, al “marxismo cultural”, la ideología de género, los derechos LGBT, la legalización del aborto y las políticas para evitar el cambio climático, entre otros, identificando explícitamente como enemigos a Soros, el papa Francisco (ya que plantea que la Iglesia debería retomar los valores cristianos y conservadores del pasado) y China. Entre sus referentes se encuentran los mencionados Trump, Bolsonaro, Salvini y Orbán.

Sin embargo, lo novedoso en estos mecanismos serían las herramientas que utilizan para difundir sus antipatías, no sólo a través de literatura y medios tradicionales, sino a través de los mismos ciudadanos, que tomarían discursos de odio ajenos convirtiéndolos en propios y los viralizarían a la velocidad de la luz a través de las redes sociales.

En este contexto, esta nueva derecha se posicionaría como parte del pueblo, amiga y a la vez regente de sus intereses, mientras que el resto serían enemigos. Así, esparciría su táctica y estrategia a través de un lenguaje directo, sencillo y repleto de adjetivaciones brutales, tales como “Hillary (Clinton) es una corrupta” o “este es el virus chino”.

Como sosteníamos al inicio de este análisis, defender ideas políticas con madurez sería el escenario ideal y el debate es uno de los focos en los que la democracia debería ahondar para enriquecerse, pero ese eje no tendría que correrse desde el debate hacia el odio, y mucho menos al exterminio, a partir de la controversia.

En este escenario, el discurso mediático querría hacernos creer que la grieta es sólo una cuestión de valores y no de ideologías. No obstante, la grieta también sería la desigualad entre clases dominantes y clases dominadas, pero utilizada en provecho de actores e intereses que estarían muy por encima de ambas.

La construcción mediática sería así la creación de una ilusión donde no importaría la clase social de cada uno, o en qué ciudad o país haya nacido. La premisa sería que, si uno se esfuerza, algún día “va a llegar” y “si no llega” sería por falta de capacidad o de trabajo.

Los sectores dominantes, no sólo encarnados en políticos sino también en el sector financiero, habrían logrado, a partir de una muy bien planificada exposición de su discurso en los medios de comunicación y la oportuna viralización de contenidos a través de las redes sociales, poner en favor de sus intereses a gran parte de las clases dominadas.

Así, replicando la estrategia de Bannon, no buscaron convencer a la sociedad para que adhiera a un partido, un líder o a una ideología, sino que intentaron ponerlos “en contra de algo o de alguien”, figura que será distinta dependiendo de país o del juego de poder en que se encuentren insertos.

De esta manera, generar unidad sobre la base del odio, aparentemente seguiría siendo una buena receta para estos grupos. Sin embargo, sería parte de una operatoria mayor para obtener más poder y no un deseo de unidad real y legítimo.

Por consiguiente, la verdadera grieta sería la que divide a estos grupos hegemónicos, que estaría muy lejos de nuestras grietas terrenales, y estos grupos serían los que las mantienen vivas a fin de que nos preocupemos más por nuestro devenir cotidiano enfervorizado y polémico que por los verdaderos juegos de poder.

En el fondo, seguiría siendo una lucha de poder entre los Bannon, los Soros y los Trump, un verdadero juego de millonarios en el que una élite industrial y una élite financiera estarían en pugna hace décadas. Una lucha en la que, finalmente, a ninguna de las partes involucradas le interesa el destino de las sociedades, las minorías o reducir la desigualdad en el mundo, más allá de los discursos que esgriman.

De lo que se trata, entonces, sería de entender que estas grietas pueden ser canalizadas de manera positiva, entendiéndolas como una transición de un sistema excluyente a uno más incluyente, defendiendo el derecho a la participación política y a la libre expresión, siempre y cuando podamos cortar algunos (o todos) los hilos de los titiriteros.

i. El Independiente. “Cabrones idiotas”: el insulto de Trump a la CNN. Extraído el 10 de noviembre de 2020 desde https://www.elindependiente.com/internacional/2020/10/19/cabrones-idiotas-el-insulto-de-trump-a-la-cnn/

ii. Lipset, S. M. y Rokkan, S. en Batlle, A. (ed) (2001): Diez textos básicos de ciencia política. Barcelona, España. Ariel.

iii. Idem.

iv. Tarragona, Laia (2019): Polarización y debate migratorio en América del Norte. En Anuario Internacional CIDOB 2019. Barcelona, España, CIDOB – Barcelona Centre for International Affairs.

v. Mendé, María Belén y Smith, Cintia (1999): La comunicación política: un espacio de confrontación. Comunicar 13: Comunicación, educación y democracia, Andalucía, España. Grupo Comunicar.

vi. Peytibi, Xavier y Pérez-Diáñez, Sergio (2020). Cómo comunica la alt-right. De la rana Pepe al virus chino. España, Independiente.

vii. Ensayos de Filosofía. Virtualización del espacio público y concepto débil de privacidad. Lecciones del caso Facebook-Cambridge Analytica. Extraído el 25 de julio de 2020 desde
http://www.ensayos-filosofia.es/archivos/articulo/virtualizacion-del-espacio-publico-y-concepto-debil-de-privacidad-lecciones-del-caso-facebook-cambridge-analytica

viii. La Nación. Cambridge Analytica hizo trabajos para el Pro antes de la campaña de 2015. Extraído el 28 de junio de 2020 desde https://www.lanacion.com.ar/politica/cambridge-analytica-hizo-trabajos-pro-antes-campana-nid2289827

ix. Idem.

x. Lippmann, Walter (2003): La Opinión Pública. Madrid, España. Langre.

Mariano Aratta

Lic. en Comunicación | Periodista

Licenciado en Ciencias de la Comunicación (FSOC-UBA), especializado en Comunicación Digital, Filosofía de la Técnica y en Comunicación Digital. Actualmente se encuentra finalizando el Profesorado de Enseñanza Media y Superior en Ciencias de la Comunicación Social en la Universidad de Buenos Aires.

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