Las heridas abiertas de Pedrógao Grande

Uno de los megaincendios más grandes de Europa.

La intensa tormenta de fuego abrasaba la piel, fundía los cristales de las ventanas, reducía las vallas publicitarias a charcos de metal. La ferocidad del viento avivó las llamas de los bosques y las extendió hasta pequeñas aldeas diseminadas por el centro de Portugal, envolviendo la zona en un espeso humo negro.

Texto: Lily Mayers | Fotografías: Paulo Nunes dos Santos, Mikel Konate | Video: Mikel Konate

En la tarde del sábado 17 de junio de 2017 se declararon en la región central de Portugal media decena de incendios forestales, que se propagaron y convergieron en torno a once pequeñas localidades, creando un megaincendio catastrófico e imparable. Murieron 66 personas y otras 250 resultaron heridas. En cinco días quedaron arrasadas más de 46.000 hectáreas de tierra. El incendio asoló un territorio cubierto de plantaciones abandonadas de pinos y eucaliptos, altamente inflamables, en un momento de prolongada sequía y olas de calor. Más tarde se descubriría que los principales causantes fueron el contacto entre la vegetación y un tendido eléctrico de 25 kV, y la caída de rayos.

Rui Rosinha, bombero voluntario de 46 años, fue llamado como refuerzo. Conducía hacia uno de los focos del incendio cuando el camión de su equipo colisionó contra un vehículo en la N-236 cerca de Pobrais, al sureste de Coimbra. El accidente los dejó varados a un lado de la carretera y los pasajeros del coche quedaron atrapados inconscientes dentro del vehículo. Mientras los bomberos se esforzaban sin éxito por liberar a los pasajeros de la chatarra, el viento, la radiación y el calor del fuego que se acercaba se volvieron insoportables. Se vieron obligados a ponerse a salvo y dejar atrás a los ocupantes del coche. Agazapados tras un pequeño montículo de hormigón elevado en medio de la carretera, Rui y sus cuatro compañeros soportaron una hora de exposición a las llamas, el calor, los vientos ciclónicos y el impacto de los escombros en el aire. «Experimentamos temperaturas que parecían imposibles. La radiación iba llegando por oleadas. Sentía como si fueran olas extremas de calor, no recuerdo uno, sino muchos impactos de dolor, cuando el calor golpeaba mi cuerpo». Aun con quemaduras de grave consideración, el grupo fue capaz de proteger con éxito a tres adultos y a un niño en el mismo cruce. Cuando finalmente llegó la ayuda, Rui y los demás fueron llevados a centros médicos antes de ser trasladados en avión al hospital y eso es lo último que recuerda.

«Para mí, aquello fue como el mismísimo infierno en la Tierra».

El fuego avanzó con una ferocidad increíble, quemando más de 4400 hectáreas en una sola hora, acelerado violentamente por intensas ráfagas de viento, emitiendo energía suficiente para impulsarse y superar la capacidad de extinción a las cuatro horas después de haberse iniciado. La extrema velocidad del fuego, que al caer la noche avanzaba a 15 km/h, superó las órdenes de evacuación y destruyó las redes de comunicación, atrapando a cientos de personas y matando a decenas de ellas en sus coches mientras huían por la N-236 entre Pampilhosa da Serra y Castanheira de Pêra. Los familiares de los fallecidos y de otras personas que resultaron gravemente heridas fueron indemnizados con un fondo de ayuda de 2,5 millones de euros. También se impulsó una reforma de la legislación sobre gestión de la tierra, que incluía la introducción de una nueva norma de desbroce de 10 metros entre las carreteras y la vegetación, la prohibición de nuevas plantaciones de eucaliptos y un cambio del modelo de lucha contra incendios puramente reactivo hacia uno de prevención. El alcance del mega incendio de Pedrógão Grande ha dejado cicatrices físicas, psicológicas y generacionales, alterando para siempre el tejido social de las pequeñas comunidades.

¿Cómo han cambiado las vidas de las personas afectadas por el peor mega incendio de Portugal desde que se disipó el humo?

Mapa de la región que se vio afectada en 2017 por el megaincendio de Pedrógão Grande, en Portugal. © Jorge Mileto para Sonda Internacional

Rui

Casi tres meses después del incendio, Rui despertó del coma a una nueva realidad. Había sufrido quemaduras debilitantes en las manos, la espalda y los pies, problemas respiratorios y parálisis parcial del lado izquierdo debido a lesiones en el plexo nervioso que le hicieron tener que depender de una silla de ruedas. «Las primeras noches, cuando comencé a darme cuenta de lo que había ocurrido y a comprender mi cuerpo y lo que me estaba pasando, fueron horribles». Pidió ayuda psicológica mientras luchaba contra los pensamientos suicidas: «Vi que no era capaz de afrontarlo [solo]».

Dentro de esta nueva realidad, con él estaba su familia. Su afligida pero resistente esposa, Marina, de 45 años, vivió angustiada durante los meses que estuvo en coma con viajes diarios al hospital a dos horas de distancia y, cuando por fin despertó, se convirtió en su cuidadora a tiempo completo. Sus dos hijos pequeños, Antonio y Francisco, de 12 y 9 años en aquel momento, se enfrentaron a un gran cambio teniendo que convertirse prematuramente en hombres capaces de cuidar su casa. Entre estos hechos desgarradores para Rui está el de que su amigo de la infancia y compañero que acudió con él al incendio, Gonçalo Conceição, no sobrevivió. Rui nos cuenta que la culpa por haber sobrevivido cuando su amigo no lo hizo y no poder salvar a los pasajeros del coche son dos de las peores barreras psicológicas que está tratando de superar.

«Estoy consiguiendo acercarme y exorcizar algunos fantasmas. Afrontar traumas y hablar de ciertos temas que para mí eran tabú o que no sabía cómo tratar es casi como un duelo permanente». Durante los últimos seis años, ha sido capaz de resolver y superar partes del trauma en un proceso que, según él, nunca terminará, sino que evolucionará siempre. «Estos son los pasos que estoy dando, que estoy logrando para sentirme más en paz conmigo mismo y estar en paz con los demás también».

Rui Rosinha en su casa de Castanheira de Pera. © Paulo Nunes dos Santos para Sonda Internacional

Rui Rosinha sufrió quemaduras y parálisis parcial por las heridas que sufrió en el mega incendio de Pedrogao Grande, lo que lo dejó con movilidad reducida y dependiente de una silla de ruedas. © Paulo Nunes dos Santos para Sonda Internacional

Rui proviene de una familia de bomberos. Sin embargo, debido a su movilidad limitada, ha sido retirado del servicio activo después de 28 años de servicio y ahora el cuerpo de bomberos de Castanheira de Pêra, que una vez fue un segundo hogar para su familia, es un lugar en el que se siente incómodo y extraño. A pesar de todo lo que ha pasado su familia, sus dos hijos sueñan con seguir la tradición familiar. Por ahora, es un sueño que Rui y su esposa no son capaces de apoyar.

Ana

Algunos ven recordatorios diarios del fuego escritos en sus cuerpos, mientras que otros se enfrentan a resistentes barreras mentales para poder sobreponerse a aquel 17 de junio. Ana Luisa Bernardo, de 51 años, perdió a sus padres, María, de 71 años, y Manuel, de 80, en el incendio. Su coche se estrelló en el arcén de una carretera cuando huían de la localidad de Sarzedas de São Pedro. «La gente cuenta que el cielo se oscureció de repente y no podían ver nada. Así que creo que no se dieron cuenta de que la curva estaba ahí, en una pronunciada pendiente», contaba Ana. Después de haber trabajado como enfermera durante 25 años, dice que no haber podido salvar a sus padres le produce un dolor inmenso: «Todos los días pienso en ello. No soy capaz de disociarme».

Durante dos años Ana estuvo tan paralizada por el dolor de perder a sus padres que no pudo entrar en la casa familiar. Iba todos los fines de semana y limpiaba el patio pero sin pasar de la puerta. Incluso ahora, Ana sigue poco a poco ordenando las pertenencias de sus padres, un viaje en el que su hija Sátia, de 16 años, le está ayudando: «Lo que estoy intentando hacer es clasificar sólo lo que me trae buenos recuerdos, no merece la pena conservar lo malo. Se trata de un proceso».

En lo que ya era una red de pequeñas aldeas donde la mayoría de la gente se conocía entre sí, ahora existe una nueva subcomunidad forjada por el dolor y la pérdida compartidos después del incendio. Esta red de supervivientes se llaman familia unos a otros y hablan el mismo idioma de la experiencia. «Compartimos el mismo dolor, unos de una manera y otros de otra», contaba Ana sobre uno de los extraños aspectos positivos del trágico suceso.

Ana Luisa Bernardo ojea un álbum de fotos familiar y reflexiona sobre la vida de sus padres que murieron en el mega incendio de Pedrógão Grande de 2017. © Paulo Nunes dos Santos para Sonda Internacional

Tumba de Manuel, el padre de Ana Luisa Bernardo, en el cementerio de Sarzedas de São Pedro. © Paulo Nunes dos Santos para Sonda Internacional

Pero también hay comunidades que el fuego se llevó por delante. Muchas de las poblaciones afectadas no han logrado volver a ser los lugares bulliciosos que una vez fueron. Ana dice que en Sarzedas de São Pedro el cambio es palpable.

Deolinda & Antonio

La pareja de jubilados Deolinda Henriques Simões, de 55 años, y Antonio Dias Gonçalves, de 80, pasan los fines de semana en la pequeña aldea de Nodeirinho. El día antes del incendio, terminaron las reformas de su casa de fin de semana. Escaparon justo a tiempo pero «en un abrir y cerrar de ojos» su nuevo hogar quedó destrozado antes de haber podido disfrutarlo.

Cuando ya fue seguro volver al lugar arrasado por las llamas, encontraron los restos de su casa y todos los ahorros de su vida destruidos sin posibilidad de reparación. «Todas las ventanas y puertas eran de madera al estilo antiguo. Recuerdo llegar y ver solo las paredes. Incluso las vigas de aluminio que había colocado estaban todas retorcidas como caracoles», relataba Deolinda.

Se calcula que más de 1000 construcciones resultaron dañadas o destruidas durante el incendio, provocando daños por valor de hasta 200 millones de euros. El gobierno portugués se comprometió a destinar 30 millones de euros para la reconstrucción de las primeras viviendas. Pero la antigua casa de Deolinda y Antonio había sido registrada como ruinosa por el propietario anterior, sin que ellos lo supieran, por lo que no pudieron solicitar la cobertura del seguro ni la ayuda gubernamental. La pareja se quedó sin nada y tuvo que esperar otros tres años antes de poder volver a invertir. Han vuelto a comprar una casa cerca de su antigua casa destruida, pero sus nuevas vistas les recuerdan sus luchas del pasado. «Por desgracia podemos ver el esqueleto de la antigua casa compuesto únicamente por paredes rotas, no queda nada». Antonio dice que su nuevo hogar tiene el mejor seguro que pudieron conseguir.

Deolinda Henriques Simões y Antonio Dias Gonçalves cortan malezas y arbustos en su propiedad, en un esfuerzo por reducir el riesgo de un nuevo incendio. © Paulo Nunes dos Santos para Sonda Internacional

Deolinda Henriques Simões y Antonio Dias Gonçalves cortan malezas y arbustos en su propiedad, en un esfuerzo por reducir el riesgo de un nuevo incendio. © Paulo Nunes dos Santos para Sonda Internacional

La pareja, ahora muy consciente de qué es lo que provoca un mega incendio, pasa los fines de semana limpiando el terreno alrededor de su nuevo hogar. El trabajo manual consiste en arrancar maleza, limpiar canalones y recortar el sotobosque del bosque. Se trata de una tarea agotadora para una pareja que acusa los estragos de la edad, y que no tiene suficiente para contratar a una empresa que realice esta labor por ellos.

Céu

Su aldea de Nodeirinho era conocida como un lugar animado lleno de familias jóvenes y turistas de fin de semana. Pero el incendio generado el 17 de junio, se llevó por delante a 11 de su 50 residentes. Los que aún quedan viven entre casas quemadas y recuerdos imborrables y permanentes de la noche en que sus vecinos murieron.

Maria do Céu Silva, de 52 años, es una de ellas. Céu (como se la conoce) sobrevivió al incendio refugiándose en un tanque de agua que había al lado de su casa junto con una docena de personas más. Tiene suerte de haber sobrevivido, pero pagó por ello. Ella y las demás personas que la acompañaban tuvieron que sufrir el sonido producido por sus vecinos muriendo. «Creíamos que los gritos que oíamos eran golpes de coches, y luego nos dimos cuenta de que había muerto mucha gente del pueblo. Nunca pensamos que serían tantos. Fue horrible. Podíamos escuchar los gritos, pero no podíamos hacer nada. No teníamos manera de ayudarles».

El incendio y las pruebas de su destrucción en toda la localidad hacen que vecinos como Céu queden atrapados en una cápsula del tiempo, incapaces de seguir adelante. «En realidad, yo era una persona muy divertida y desde que pasó aquello, dejé de serlo. Cuando salgo de casa para ir al trabajo paso por muchos de los sitios donde murió gente. Es algo que te marca en tu día a día, por mucho que superemos y olvidemos, lo recordamos todos los días».

Vista de Nodeirinho, uno de los pueblos afectados por el megaincendio que asoló la región en 2017. © Paulo Nunes dos Santos para Sonda Internacional

Céu y una docena más sobrevivieron al incendio refugiándose en este tanque de agua. © Paulo Nunes dos Santos para Sonda Internacional

Entre las víctimas de la localidad se encontraban dos niños de tres y cuatro años y varias personas de alrededor de 30 años. Céu nos cuenta que, al igual que en Sarzedas de São Pedro, la localidad estaba llena de actividad y dinamismo. Ahora la atmósfera de la pequeña aldea ha cambiado drásticamente. Rodeada por un silencio sepulcral y aún manchada por la ceniza, parece un pueblo fantasma, en el que apenas se ven pasar unos pocos transeúntes y vehículos. Céu cuenta que gran parte de la población que queda son personas mayores y en su mayoría permanecen dentro de sus casas. En verano, cuando el viento arrecia, Céu teme que el fuego vuelva.

Gonçalo

Por toda la región hay monumentos dedicados a las víctimas del incendio de Pedrógão Grande. En todos ellos está escrito el nombre del único bombero fallecido, Gonçalo Fernando Correia Conceição. El carismático y querido bombero era conocido como «Assa» o «Dr. Assa» (del portugués «assar», que significa «asar») debido a su reconocida habilidad para hacer barbacoas y al restaurante del mismo nombre que regentaba.

Muchos dentro de la comunidad a la que pertenecía echan de menos al hombre de 39 años, pero nadie siente la pérdida más que su familia. Seis años después del incendio, sus padres se esfuerzan por hablar a pesar del dolor. Ellos y David, el hijo de 17 años de Assa, sufren las consecuencias de su decisión de ponerse en riesgo de forma habitual para ayudar a los demás de forma desinteresada: «Es la vida que eligió, eso es todo. Era su manera de ayudar a los demás», apunta su padre, Joaquim Domingos da Conceição, de 69 años.

El hostelero Joaquim y su esposa, Maria da Conceição, de 63 años, han mantenido la casa de su hijo en perfecto estado con la esperanza de que su nieto, que tuvo que mudarse tras la muerte de Assa, vuelva algún día al pueblo y se haga cargo del restaurante de su padre. Como muchas familias, experimentaron un doble abandono provocado por la muerte del ser querido y la consecuente marcha de otros miembros de la familia.

Joaquim Domingos da Conceição dice que su hijo Gonçalo nunca será olvidado. El bombero era conocido entre sus amigos como ‘Assa’ por su afición a la barbacoa y al restaurante del mismo nombre en Castanheira de Pêra. © Paulo Nunes dos Santos para Sonda Internacional

Joaquim Domingos da Conceição en la cocina del restaurante que regentaba su hijo Gonçalo, y del que ahora se ocupan sus padres. © Paulo Nunes dos Santos para Sonda Internacional

Dentro del hotel de Joaquim y Maria junto al lago en Castanheira de Pêra, han pintado una gran cita en la pared del comedor que reza: «¡Que mi presencia nunca sea olvidada en mi ausencia!. Gracias amigos. – Dr. Assa». Sus padres dicen que no temen que algún día su hijo sea olvidado.

El mega incendio de Pedrógão Grande marcó trágicamente a toda una región, causando grandes pérdidas humanas y dejando a decenas de personas luchando contra sus propios recuerdos, cuestionando su seguridad y superando traumas. Para ellos es imposible olvidar el fuego. Pero en la comunidad en general hay otros que desean con ansias dejarlo en el pasado y centrarse en el futuro.

Aunque estas comunidades oscilan entre las dos perspectivas, la vegetación que las rodea ha ido volviendo a crecer de manera silenciosa. Actualmente, ha alcanzado un nivel mayor que antes del incendio y muchos temen que la historia se repita cuando la región se enfrente a la inevitable climatología extrema.

Los trabajadores forestales del gobierno están talando cuidadosamente los árboles cercanos a las carreteras y las casas, mientras propietarios como Deolinda y Antonio combaten incansablemente contra el crecimiento de los eucaliptos que los acechan. Mirando el denso bosque que se extiende por todo su municipio, Joaquim Conceição afirma que no se está trabajando lo suficiente: «El día de mañana podría ocurrir otra tragedia similar», afirmaba. Mientras tanto, las tumbas de los padres de Ana Bernardo yacen rodeadas de manera claustrofóbica por la misma espesa vegetación que aceleró el incendio que causó sus muertes.

Dirección: Mikel Konate | Texto: Lily Mayers | Fotografías: Paulo Nunes dos Santos, Mikel Konate | Vídeos: Mikel Konate |

Colorista: Joan Roig | Ilustraciones: Jorge Mileto | Edición de texto: Maribel Izcue | Edición de fotos: Santi Palacios |

Desarrollo web: Full Circle | Traducción: Dixit | Producción: Sonda International

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