Un inesperado giro argumental mantiene al lector en vilo. La secuencia de acontecimientos se interrumpe para dar paso a un escenario de incertidumbre y aventura. Aquello que pudo haber sido se presenta como anodino ante la nueva realidad. Ander Izaguirre (San Sebastián, 1976) prepara su trabajo final de carrera y vislumbra un trabajo de periodista en alguna redacción. Entonces recibe la propuesta de viajar a las depresiones más profundas del mundo y escribir una crónica semanal de la experiencia. No podemos saber qué hubiese pasado de haber declinado la invitación. Lo que sí sabemos es que Ander aceptó el desafío sin titubeos y la escritura y el viaje sellaron un acuerdo inquebrantable.
La expedición a través de los cinco continentes comenzó en septiembre de 2000 y terminó en junio de 2001. De las vivencias acumuladas durante el viaje salió Los sótanos del mundo, reeditado por Libros del KO en el año 2020. La distancia no hace al buen periodista sino su capacidad de conectar con el otro. Esta característica, junto con la capacidad de fijar la mirada en los márgenes, en aquello que se ha invisibilizado, son posiblemente los distintivos principales del periodista donostiarra. Sin embargo, tal como aclara él mismo, detrás de las realidades que descubre el viaje hay un intenso trabajo de escritura que permite trasladar los matices de la experiencia. Aquel viaje sentó las bases de una forma de hacer periodismo en profundidad, en todos los sentidos.
En el libro Los sótanos del mundo visitas los puntos más bajos de la tierra que, a diferencia de los más altos, son lugares donde vive gente. ¿Cuál es la impronta que ha dejado aquel viaje en tu forma de hacer periodismo?
Aquel viaje fue fundacional, por decirlo de una manera solemne. Un viaje iniciático que me dio la oportunidad de viajar y escribir a la vez. Durante nueve meses me vi obligado a escribir una crónica semanal mientras viajaba por el mundo. Ahí descubrí que eso me fascinaba, y que viajar es una manera muy interesante de hacer periodismo. Al viajar conoces sitios de los que sabes poco y eso te obliga a leer, tocar puertas, hablar con la gente y conocer sus historias. Por otro lado, escribir hace que el viaje sea más rico. En aquel momento yo tenía 23 o 24 años y fue un gran aprendizaje, fue como hacer un máster.
En estos momentos ya tienes más de una docena de libros publicados. ¿Cuál es el género periodístico con el que te sientes más cómodo?
La crónica periodística me da muchísimo juego. Me permite desarrollar lo que más me interesa, que generalmente se relaciona con contar historias de otros. No suelo escribir sobre mí ni mis andanzas. Incluso en Los sótanos del mundo el foco estaba siempre puesto sobre los demás. También me permite añadir un toque personal a través de la manera de escribir y la voz propia, en la medida que se pueda. En pocas palabras, lo que más me atrae es la crónica periodística en el formato libro. Es un formato más libre que te permite mayor extensión, además de un tono y un enfoque propio.
En el prólogo de Los sótanos del mundo dices que de Josu Iztueta aprendiste que el viaje y el periodismo, cuando se hacen bien, comparten la misma esencia: sirven para acercarse a los demás.
Aquel viaje supuso darme cuenta de ese acercamiento. Eso explica el resto de mi trabajo. Mi amigo Josu viajaba con una curiosidad enorme que lo hacía tocar todas las puestas y meterse, por ejemplo, en una emisora de radio aborigen en Australia para conocer quiénes eran, qué lengua hablaba, cómo vivían y qué problemas tenían. Esa curiosidad personal por acercarse y conocer al otro es lo mejor que puede dar un viaje. Entonces, me doy cuenta que el periodismo bien hecho sirve para conocer historias de otras sociedades, cómo es que se organizan, qué preocupaciones tienen, qué esperanzas y miedos albergan. Los relatos de otras partes del mundo nos enriquecen y nos hacen contrastar nuestra visión del mundo, obligándonos a pensar que lo nuestro no lo único y lo mejor del mundo. El periodismo y el viaje son en definitiva una apertura al otro.
Hay una distinción clásica entre el viajero y el turista, atribuyéndole al primero una conexión más profunda con el entorno y un compromiso en su manera reposada de abordar el lugar. ¿Se podría hablar de periodismo turístico y periodismo viajero?
Generalmente esa distinción se suele utilizar de forma despectiva. Personalmente, me interesa el respeto con el que se mueve la gente. Si alguien se va de vacaciones y solo quiere ir a un sitio para ver monumentos o echarse en la playa, está en todo su derecho; mientras sea una persona respetuosa. En el caso del periodismo, es cierto que requiere de un tiempo para poder contar historias de otras personas. El periodista siempre corre el riesgo de precipitar su interpretación. Igualmente, no creo que haya una fórmula. Estar un mes en un sitio no garantiza un gran texto. En este tema no me gusta ser tajante. Conviene juzgar el trabajo y no las circunstancias.
Patricia Simón, de La Marea, defiende la mirada distante del corresponsal y lo interesante que puede llegar a ser en comparación con los periodistas locales que tienen normalizadas determinadas situaciones.
A veces se plantean dicotomías que suelen defender lo propio y despreciar lo ajeno. Por supuesto que el periodismo local es importantísimo. Pero también tiene que haber gente que vaya a otros sitios y lo mire desde su propia perspectiva, para luego contarlo en su país. Me interesa lo que puede decir alguien que vive en Senegal sobre su país, tanto como lo que pueda decir alguien que lo ha ido a visitar. Mientras que haga un periodismo de calidad, todas las miradas enriquecen. Por tanto, hay que valorar si está bien contado, bien investigado o reporteado, si es serio, riguroso y atractivo.
De las depresiones más profundas a los puntos más altos donde puede vivir una persona. En el libro Potosí (Libros del K.O., 2017) de unas personas que viven a más 4.000 metros de altura. ¿Consideras que el periodismo tiene que buscar los extremos, intentar sacudir al lector?
En los extremos se revelan de forma descarnada algunas tendencias o circunstancias. Sin caer en el sensacionalismo o en la obsesión por el superlativo. Más que el extremo geográfico me parece importante destacar las situaciones que están en los márgenes. Aquellas personas no es que estuvieran muy arriba, sino que estaban muy aparte. En los márgenes de la sociedad hay historias que merecen ser conocidas y que revelan, de una manera muy cruda, fenómenos que pasan en amplias capas de la sociedad. En Potosí, me planteaba sobre el destino de aquellas personas cuyos trabajos ya no son relevantes. Como, por ejemplo, el caso de los mineros de Cerro Rico de Potosí, cuya existencia no afecta en nada a la economía de su país. De hecho, mueren y nadie les hace caso. Actualmente esa es una tendencia mundial que se revela descarnadamente en Potosí. Más allá de una situación particular, es un indicador que nos apela a todos.
June Fernández afirmaba que el periodismo tiene que reconocer su función social de cuestionar los sistemas de poder o al menos dialogar con ellos. ¿Tiene el periodismo algo de combativo?
Cuando se habla de injusticia, de explotación o sufrimiento, podemos caer en lo que se llama “pornografía de la miseria”, que consiste en mostrar escenas de sufrimiento muy conmovedoras pero que no nos explican nada. En cinco minutos la emoción pasa y nos quedamos vacíos, por eso es pornográfico. El periodista tiene que intentar, como mínimo, explicar los mecanismos de esa injusticia. Explicar quién es el beneficiario, quién ha tomado las decisiones para que la gente esté siendo explotada. Si solo contamos la escena de la miseria, no estamos contribuyendo en nada valioso.
La opresión es un tema recurrente en tus libros.
Desde Los sótanos del mundo hasta Potosí, lo que me importa es la variedad de vidas humanas, y no todas son trágicas o injustas. Evidentemente, cuando me encuentro situaciones duras, se me encienden las alarmas y me apetece escribir eso. Al final todo nace del interés por los demás. Recorrer las zonas donde viven y trabajan los protagonistas de tus historias es esencial. Hay que pasar un tiempo con ellos, acompañarlos un pedacito de su vida, al menos. En la ciudad de Potosí me pasaba una cosa curiosa. Muchas veces bajaba a dormir a un hostal y la propia gente de la ciudad me preguntaba qué hacía y cómo era aquello que sucedía en los márgenes de su propia ciudad. Me sorprendía. Pero luego pensaba que en todos lados hay lugares a los que la gente no va porque le parecen peligrosos. No conocemos lo que está cerca y, a veces, hay que entrar a esos sitios.
¿Crees que a los periodistas nos cuesta fijar el foco en las historias más cercanas?
Personalmente siempre me ha gustado viajar. Me apetece muchísimo viajar y hacer periodismo. Aunque también hice muchísimos trabajos en el País Vasco y al lado de mi casa. Curiosamente es algo que he hecho más tarde. Me parece que es más fácil quedar seducido por lo que para nosotros es exótico, lejano o remoto, porque todo eso es sorprendente. A veces, es más difícil encontrar historias llamativas o interesantes en tu propio entorno donde das todo por descontado. Es muy buen ejercicio hacer un reportaje en tu propia ciudad y otro en la otra punta del mundo. Ni una cosa ni la otra tiene más valor. No se mide por kilómetros el valor de un reportaje, sino por la mirada y por la historia que cuenta. Sinceramente me gusta combinar las dos cosas.
En tu libro Potosí hay algunos pasajes que son realmente de novela y no porque parezcan ficción sino por la lectura fluida y atrapante. ¿Cuál es la relación entre periodismo y literatura?
Creo que un periodista cuando escribe un gran reportaje o un libro tiene que utilizar todos recursos narrativos que tenga al alcance. Lo que diferencia al escritor de literatura con el periodista es que este trata con personas y hechos reales. Por lo demás, un periodista tiene que ser bueno narrando escenas, haciendo descripciones y escribiendo diálogos. El periodista tiene que saber combinar la narración con la exposición de datos para que el texto sea ameno. Al final, escribir bien es lo mismo para todos.
¿Cómo escoges los temas?
La mayoría de las veces por capricho o curiosidad. A veces me hacen algún encargo, pero generalmente los temas los elijo yo porque me apetecen y esa es la gran ventaja de ser periodista autónomo. Las lecturas, las películas o las conversaciones que tengo con la gente que conozco en mis viajes me ayudan a decantarme hacia un lado u otro. Creo que todo nace de una curiosidad previa al periodismo. La curiosidad por viajar, por conocer otras personas y saber cómo viven. Obviamente, el periodismo retroalimenta estas inquietudes.
¿Cómo organizar tu trabajo en investigaciones largas como es el caso de Potosí?
No soy nada regular. En el caso de Potosí, desde que hice el primer viaje en el año 2009 hasta que salió en el 2017, hubo varios viajes en el medio. Hubo muchas fases y atascos. Fue un trabajo muy ambicioso al que dediqué mucho tiempo. Potosí fue como un tema de fondo constante durante ocho años. Mientras tanto, trabajé en muchos reportajes internacionales, publiqué un libro de fútbol y otro de ciclismo. Es verdad que hay épocas en las que estás más centrado en un tema que en otro, pero normalmente los temas se van superponiendo. El hecho de no estar durante meses y meses con el mismo tema me ha ayudado a mantener la mente fresca.
¿Cuál es tu rutina de escritor?
Hay una fase previa a la escritura que es el cimiento de todo. La lectura y la documentación son muy importantes para meterse en el tema. Esta información te va a dar pistas para luego interpretar el terreno. Posteriormente, durante el viaje, hay que estar abierto a las sorpresas y a lo que te cuentan las personas. Yo soy un obseso por tomar notas, siempre llevo conmigo un cuaderno. La grabadora casi nunca la utilizo, salvo en una entrevista formal. Me gusta más pasar tiempo con la gente y charlar con ellos y, mientras, voy tomando notas apresuradas en mi cuaderno. Ese mismo día, o al día siguiente, paso a limpio y completo esa primera toma de notas. Cuando vuelvo a casa, estoy más tranquilo, porque tengo la materia prima que incluso podría estar un tiempo largo en el congelador. Luego me pongo a escribir. La gente cree que casi siempre de viaje, pero la mayor parte del tiempo hago trabajo de oficinista, frente a la computadora, tecleando.
¿Consideras que es válida la reconstrucción de escenas que no has presenciado para conferir a la información que recabado de la emotividad que necesita el relato?
Yo no voy a contar en primera persona como si estuviera en un sitio donde no he estado, eso lo tengo muy claro. Pero hay maneras de reconstruir escenas de la forma más atractiva posible. Una de ellas es a través del testimonio de las personas que te lo han narrado, que siempre hay que contrastar. También se puede completar la escena con una descripción del escenario, porque lo has ido a visitar o lo has recorrido con Google. Al final cuentas algo que estás razonablemente seguro de que es fiable, lo que no se puede es inventar. Creo que es legítimo narrar escenas en las que uno no ha estado, pero se necesitan fuentes, imágenes, testimonios e información que te permita reconstruir los hechos. También es una cuestión de oficio. Cuando sé que voy a necesitar reconstruir una escena, pregunto ciertos detalles que me pueden servir. La gente se sorprende un poco ante preguntas como: el día que hacía, cómo iba vestido o cómo era el camino. Pero son cosas que luego me serán útiles a la hora de escribir, si no las he preguntado me faltan detalles. Si hay una escena que me interesa particularmente, quiero conocerla al detalle, y pido a la gente que me la cuente lo mejor que la puedan recordar.
La página en blanco es el terror de los escritores. ¿Dónde está la página en blanco para el periodista?
Nunca he entendido eso, como escritor. El miedo que tengo yo es a la página ya escrita. Ante la página en blanco todo es posible. Tienes una idea o visión de lo que va a ser tu narración y luego tus limitaciones hacen que no sea tan buena. En mi caso, el miedo irrumpe cuando la página está escrita. Entonces me topo ante la distancia que puede haber entre lo escrito y lo ideal. Le tengo miedo a la hoja ya escrita, porque al verla, pienso en la distancia que me ha faltado para llegar al ideal. La página en blanco, por el contrario, me ilusiona, me atrae.
¿Qué sentiste al publicar un libro escrito tantos años atrás?
Pues me llevé una gran sorpresa, porque desde que se editó han pasado 15 años, y no había releído el libro durante ese tiempo. Y lo leí temblando, sinceramente. Porque normalmente, cuando pasan los años, uno empieza a avergonzarse de sus propios textos. Tenía claro una cosa; no iba a dedicarme a reescribir semejante libro. Si lo peinamos un poquito… pero muy poco. Una cosa que hice, (que es curioso que siempre me pasa al mirar textos antiguos), es quitar adjetivos y adverbios. Creo que cuando eres joven y un poco más inseguro, tiendes a exagerar con ellos. Tratando de destacar que lo que estás viendo es llamativo, extraordinario; como si se tuviera poca fe en la historia. Pero ya cuando se cuenta una buena historia, no es necesario subrayarla. Pero eso se va aprendiendo con el oficio. Al final, al terminar de releer el libro no me avergoncé demasiado.
¿Cuáles piensas que son los referentes en España del periodismo literario?
Es un poco barrer para casa, pero el trabajo que está haciendo Libro del K.O es estupendo. Tiene un catálogo de obras de periodismo. Y sobre todo que está sacando mucha gente joven. Pienso también en toda la gente de la revista 5W. Y luego hablaría de June Fernández, de Noemí López Trujillo; Virginia Mendoza; Nacho Carretero; Manuel Rivas (que para mí en la universidad fue un descubrimiento). Creo que de generación en generación va habiendo relevo.
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Santiago Gorgas
Periodista, escritor y crítico literario. Colabora en diversos medios escritos donde publica reportajes en profundidad vinculados al ámbito social y la cultura. La escritura y la literatura son el medio del que se ha servido para retratar la realidad y sus matices. En la actualidad escribe en El Ciervo, tinta Libre, Revista de Letras, Núvol y Foc Nou.
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