El regreso de Wael a Palmira: un abrazo entre ruinas

Palmira, la legendaria ciudad que desafió al Imperio Romano bajo el liderazgo de la emperatriz Zenobia, sigue en pie, pero su gloria ha dado paso a la devastación. Hoy, sus ruinas son un símbolo de resistencia, no solo contra las legiones de Lucio Domicio Aurelio hace casi dos milenios, sino también para las mujeres sirias que ven en su historia un eco de lucha y dignidad.

Por Santiago Montag (en exclusiva desde Siria)

En esta ciudad creció Wael, quien a sus casi 50 años lleva consigo los recuerdos de una infancia marcada por la sencillez y las dificultades.

De niño, caminaba dos kilómetros hasta la escuela junto a sus amigos. Su padre, un militar retirado, trabajaba incansablemente para sostener a la familia, aunque el dinero solo alcanzaba para diez días al mes. Aún así, la mesa familiar se llenaba de voces y risas antes de que sus hermanos mayores se casaran. Su madre, con su ternura inquebrantable, contrastaba con la figura de su padre, quien ocultaba sus lágrimas en tiempos de necesidad.

Durante dos años, sirvió como traductor en Damasco, donde fue testigo de la brutalidad del régimen de Bashar al-Assad.

Tras terminar el bachillerato en el 2000, Wael estudió literatura inglesa en la Universidad de Homs. Su padre soñaba con que él viajara por el mundo, pero la realidad lo llevó a trabajar mientras estudiaba. Se graduó en 2007 y comenzó a enseñar en escuelas y a trabajar en hoteles hasta que en 2008 se casó. Dos años después, la policía militar lo obligó a unirse al ejército.

Durante dos años, sirvió como traductor en Damasco, donde fue testigo de la brutalidad del régimen de Bashar al-Assad. Su trabajo consistía en alterar informes, distorsionar hechos y proteger los intereses del partido Baaz. En 2012, nació su primer hijo, al que llamó Hamza Al Khateeb, en honor al niño torturado y asesinado por el régimen tras participar en una protesta en Daraa.

Ese mismo año, al terminar su servicio, volvió a Palmira como profesor de inglés. Pero la calma duró poco. En mayo de 2015, tras cinco días de intensos combates, el Estado Islámico tomó la ciudad. 

Lo que siguió fue un infierno: bombardeos diarios, ejecuciones públicas, cadáveres esparcidos por las calles, moscas revoloteando sobre ellos, un hedor insoportable que hacía vomitar a los transeúntes. La vida se volvió imposible.

Wael y su familia huyeron al campamento de Al-Rukban. La vida allí era una agonía: las escuelas estaban saturadas, los hospitales eran focos de infección, el invierno era cruel y el verano abrasador. Sus padres, sin embargo, decidieron quedarse en Palmira. Wael los despidió con el corazón en llamas. Nunca volvió a verlos con vida.

El camino hacia Idlib fue una travesía peligrosa. Desde Raqqa, contrabandistas exigían dinero para permitir el paso de las zonas controladas por el Estado Islámico a territorio del Ejército Libre Sirio, cerca de Azaz. En Idlib, Wael consiguió trabajo como profesor en una ONG, pero las pérdidas siguieron golpeándolo. Entre 2019 y 2021, murieron sus padres y su hermano mayor, sin que pudiera despedirse. Assad cercó Idlib hasta poco antes de su caída.

Por eso, el 8 de diciembre fue un día que Wael describe como un milagro. Habían pasado nueve años desde su partida, pero con la caída del régimen, el tiempo pareció contraerse. Palmira, castigada y abandonada, seguía en ruinas. 

El antiguo régimen no había movido un solo ladrillo para reconstruirla. Sus habitantes sobrevivían entre escombros, bajo la sombra de la prisión de Tadmor, un infierno de torturas. Pero algo había cambiado: ONG como Palmyra Youth Gathering y ciudadanos voluntarios comenzaban a limpiar calles y levantar lo que quedaba de su ciudad.

Wael no lo dudó. Regresó.

“Quería ver a mi hermano. Lo sorprendí con mi llegada”, recuerda. Al pisar su ciudad, los recuerdos lo envolvieron. Cuando finalmente se abrazaron, el peso de los años y las pérdidas se fundió en un llanto incontenible. “Fue el abrazo más esperado de mi vida”, dice. “Lloramos por los años que nos faltaron. Fue indescriptible volver a estar juntos”.

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Santiago Montag

(1989, La Plata, Buenos Aires, Argentina). Periodista y fotógrafo. Escribe crónicas y artículos de análisis sobre conflictos internacionales y crisis humanitarias para diversos medios como La Izquierda Diario, Cxtx, El Salto, entre otros.

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