Instantes después de haber entrado al Bar Montecarlo, Sol Montero —de nombre Ana Soledad, socióloga, doctora en Letras y especialista en análisis del discurso político—, busca con la mirada a quien nos atenderá; quiere saludarlo. Sol vivió muy cerca del sitio y estableció una especie de familiaridad con el lugar. Entre el sonido de la máquina de café y el tango, se cuelan palabras como kirchnerismo, macrismo, Cambiemos, grieta, aborto. Se maneja con prolijidad entre disciplinas y autores a quienes respeta.

Por Nolan Rada

Entre sorbos de café se suceden palabras y se genera algo más que la entrevista: un acuerdo tácito por el que la inmediatez de la dinámica periodística se detiene en favor de la búsqueda de matices y explicaciones de hechos pasados y presentes. Puede que no esté documentado en una bibliografía exhaustiva, pero la oralidad atribuye al café algo más que una degustación: es una oportunidad para reflexionar, en especial si a quien se convoca proviene del mundo académico.

«La argentina es una sociedad a la que le importan los derechos individuales; desde la inmigración en adelante —dice Sol de arranque, cuando pregunto acerca de cómo definiría a la sociedad argentina post-dictadura—. Hay un imaginario del individuo que trabaja, que tiene derechos y que se merece cosas; le pide al Estado pero es una sociedad en la cual el imaginario del progreso está bastante presente».

Su reflexión continúa: «Hay etapas. En los noventa, un Estado que se retira para dar lugar al mercado y a una idea de orden, estabilidad y progreso económico, en la que se presuponía que estaría lo menos presente posible; y desde el 2003, luego de la crisis de 2001, un Estado que aparece como el gran ordenador de la sociedad y la política. Hay un consenso mayoritario entre los autores que dice que los ejes discursivos, los grandes significantes ordenadores de la sociedad, fueron la ley y el Estado de Derecho durante el alfonsinismo; durante el menemismo, autores como (Sebastián) Barros dicen que se organizó la sociedad en torno a la idea de orden y estabilidad económica, después del caos hiperinflacionario. Y, en el kirchnerismo, habría que pensar cuál es el gran significante».

¿Lo social?

No, porque lo social siempre aparece como un horizonte. Los derechos son sociales, por ejemplo. La cuestión social atraviesa los distintos gobiernos. Pero cómo se organiza la cuestión social desde lo discursivo es lo que varía. Quizá, en el kirchnerismo es el Estado el que articula la variación social, el que moldea lo social, le da forma, lo organiza. Mientras que en el menemismo uno podría decir que es el mercado el que ordena y da estabilidad; en el alfonsinismo hay una idea de que es la Ley, “tenemos que volver a la Ley” después de los años de la dictadura que fueron ausencia completa de Ley.

¿Cómo se maneja la política entre la opinión pública y los medios de comunicación?

Los que estudian estas cosas dicen que, en realidad, hay un triángulo entre el discurso político, la opinión pública y los medios de comunicación. La política circula en ese triángulo. Los distintos gobiernos ponen énfasis en una parte de esa triada. En el horizonte del discurso político kirchnerista estaban los medios, como aliados, adversarios, enemigos, aquellos a los que había que moldear, controlar o aquellos con los que había que aliarse para conseguir dar lo que se llamaba “la batalla cultural”; le importaban los medios. Al macrismo le importan menos los medios de comunicación. Eso está claro cuando uno analiza los discursos: Macri no menciona a los medios, no son sus enemigos pero tampoco sus amigos. El vínculo privilegiado del macrismo es con la opinión pública.

Y el gobierno la piensa como esa masa de discursos de la gente común. Esa es la opinión pública, porque distinto es lo que hace el discurso de Cambiemos con el “círculo rojo”: a ese núcleo duro de interesados en la política le habla de otra manera. Pero la opinión pública es el hombre común al que no le importa la política. Así la visualiza el macrismo. En ese proceso, el macrismo escucha y recoge lo que dice esa masa indiferenciada de ciudadanos comunes, de tipos de la calle. El kirchnerismo, en sus discursos no le hablaba a esas personas comunes a quienes no les importa la política; le hablaba a quienes ya estaban convencidos, a sus votantes, a su núcleo duro. Había muchos discursos de Cristina Kirchner en los que decía directamente “nosotros”, un “nosotros” que incluía a los destinatarios que ya estaban con ella. Había un nosotros-ellos que era infranqueable. No había lugar para quienes no eran ni “nosotros” ni “ellos”. Esto no lo digo con una carga moral, valorativa. No. Simplemente construía su base de apoyo en esa visión binaria. Había un campo adversativo muy específico, muy claro, que se articulaba metonímicamente, como una cadena.

¿Cuáles fueron los eslabones de esa cadena?

Primero fue la Dictadura, después los medios de comunicación articulados con la Dictadura, en el sentido de que compartían un rasgo común si habían sido o no partícipes de la Dictadura, si habían apoyado o no habían sido suficientemente críticos. Entonces, en el fondo hay una cadena: la dictadura, los medios, el capital o los empresarios, el neoliberalismo. Eso formaba una cadena de adversarios que estaban un poco atravesados por el mismo rasgo: el de ser antipopulares.

Una línea a nivel continental, presente en países como Venezuela, Ecuador…

Exacto. Es una línea de ruptura con el pasado. Y ese pasado es visto en bloque como autoritario y neoliberal. Las dos cosas juntas. En el libro —“¡Y al final un día volvimos! Los usos de la memoria en el discurso kirchnerista (2003-2007)”— lo trabajé como una cadena de significantes pero también temporal: desde el punto de vista del discurso kirchnerista, lo que empezó en el 76 siguió hasta el 2001 de manera indiferenciada. Eso que empezó es un bloque en el que se unen la Dictadura, el autoritarismo y la represión, con el neoliberalismo. Como dos caras de una misma moneda. Cuando se terminó la Dictadura, ese bloque no se terminó sino que siguió hasta 2001 bajo la forma de “dictadura económica”, para decirlo de alguna manera. Hablando en términos generales, ese es el relato que el kirchnerismo construyó acerca del pasado.

Sobre la mesa, medialunas y café.

Desde el bar se escucha el bullicio de la línea Mitre-Retiro. Luego de la entrevista, Sol debe tomar el tren. La mañana se va haciendo mediodía. En las calles no circula mucha gente y el bar se hace eco: el grueso de las mesas está vacía y la conversación sigue sin mayores distracciones.

El nombre de la investigadora resonó en diferentes medios a propósito del análisis del discurso de Mauricio Macri en la apertura de sesiones 2018 del Congreso de la Nación, titulado «“Puede funcionar”, ¿pero está funcionando?».

«Cambiemos aprovechó el lugar de vacancia generado por este discurso binario —dice Ana refiriéndose a la grieta»—. Era casi natural que apareciera ese adversario en forma de partido político. Durante el kirchnerismo el adversario era construido desde lo social: los adversarios del kirchnerismo eran los empresarios, los medios; no eran actores políticos. El kirchnerismo no identificaba un adversario político; no reconocía a un partido que le disputara el poder. Puede decirse que “politizaba lo social”, pero también que despolitizaba, en el sentido de que le quitaba al otro el estatus de contrincante legítimo.

Recuerdo, en época de elecciones, a Néstor Kirchner discutiendo con sus adversarios: los ponía en un lugar no político, sino como adversario social. En la elección de la Ciudad de Buenos Aires entre Mauricio Macri y Daniel Filmus, Néstor Kirchner dijo una frase que se volvió muy famosa: “Mauricio es Macri”. Desde el punto de vista del discurso de Néstor Kirchner, se está diciendo que Mauricio es un empresario, y ese empresario viene de la Dictadura, se enriqueció en la Dictadura. Kirchner lo sacaba del lugar político, lo desplazaba hacia lo social».

¿Cuáles fueron los ejes discursivos de los dos polos que fomentaron la grieta?

El clivaje que articuló la grieta desde el kirchnerismo era un discurso que enfrentaba “dos modelos”. Como decía Cristina Kirchner: acá lo que está en juego son dos modelos, el de desarrollo económico y de soberanía política, que tiene que ver con el Estado, con el mercado interno; y un modelo neoliberal con un Estado ausente. Desde el punto de vista del discurso del macrismo la grieta es entre los “transparentes versus los corruptos”, los que “abusan del Estado versus los que queremos el desarrollo más transparente”, los que “se quieren aferrar al poder versus los que no quieren”. Esos eran los ejes. Para el kirchnerismo lo político era el motor de la sociedad; lo político tenía una predominancia por sobre lo social, lo económico. El macrismo no diría lo mismo. Justamente, hay un intento de ubicar a la política como una esfera más, no por encima del resto de las esferas.

¿Y por qué permeó socialmente?

(Pausa) Hay muchas lecturas. (Breve pausa) A mí me gusta, por ejemplo, la lectura que proponen Juan Carlos Torres o Rodrigo Zarazaga, quienes han  analizado los sectores populares en Buenos Aires y el Conurbano, que fue donde estuvo el voto que definió la elección. El triunfo de Cambiemos no se explica por la oligarquía y la gente rica; lo que se suele decir que “movió” la elección fue una fracción de los sectores populares, que de acuerdo con los estudios de Torres y Zarazaga no son homogéneos, no son uno solo, sino que se conforman por al menos dos grandes grupos de clase media, clases populares, que tienen diferencias importantes. Están aquellos que realmente necesitan del Estado y no habrían votado nunca al macrismo porque el Estado durante el kirchnerismo les daba el sustento. Y después hay un sector popular, como dicen estos autores, que ha conseguido mejoría en su modo de vida, que se distingue de los más necesitados en un sentido más aspiracional, en esta idea de que, finalmente, ellos pueden sin el Estado.

La individualidad por sobre la dependencia.

Hay como una recuperación del valor de lo individual por sobre lo colectivo. Pero no quiero poner un tinte negativo en nada de esto. Sólo decir que hay una vuelta a creer en las posibilidades individuales de progreso, y no sólo de la mano del Estado. Eso genera una ilusión de libertad, de independencia. Y eso es algo que en toda sociedad medianamente liberal es legítimo. Esos sectores –muestran los estudios electorales– son los que finalmente encontraron en el macrismo una interpretación de su propia posición.

¿Cómo valora la evolución de Mauricio Macri desde que asumió la presidencia?

Cuando dicen que es un empresario, es cierto; Macri es un empresario pero no en el sentido despectivo de que sólo sabe manejar a la gente como cosas. Sino que piensa la administración de la cosa política como una en la que hay imprevistos, en la que pueden fallar las cosas. Es típico de los empresarios, de los CEO, del management. Los gerentes tienen que saber manejar la incertidumbre, aquello que puede fallar. Creo que Macri lo maneja bien; también tiene la idea del equipo: está trillado, todo el mundo se burla de que él habla de un equipo, pero realmente Macri no habla como si supiera todo. Sabe que tiene que tener a la gente adecuada en cada área. Como los managers. Eso no le quita atributos de líder; al revés, para mí construye un liderazgo distinto: no es el que tiene todo el saber, toda la visión estratégica, pero es el que coordina las partes.

Con matices, ¿puede ser esto “contracultural”, teniendo en cuenta que el kirchnerismo era más centrado en una figura?

Ese es uno de los grandes rasgos distintivos. Sin dudas. Cristina se mostraba como “la conductora”; Macri muestra que es el que coordina, el que orienta, pero delega. Es él y un equipo.

En un texto publicado en la Revista Anfibia, Sol Montero analizó el discurso del gobierno durante la “crisis del dólar”, quizá el tramo más complicado hasta el momento para la gestión de Mauricio Macri.

Montero explica:

«El discurso político no se ciñe a los límites de lo que comúnmente se llama “comunicación política” y mucho menos a lo que suele conocerse, en el ámbito de la consultoría política pero sobre todo corporativa, como “comunicación de crisis”. Lo que se comunica en la coyuntura de una crisis (política, económica, humanitaria, natural) es más y a la vez es menos que el discurso: más, porque la comunicación política es un dispositivo tripartito que incluye la palabra de los políticos (el discurso en sentido estrecho) pero también aquella de la opinión pública y de los medios; menos, porque el discurso (político, en sentido amplio) excede la mera puesta en escena de una estrategia específica…»

Este factor de “vulnerabilidad”, los imprevistos, ¿es una estrategia desde lo discursivo para justificar estos escenarios en caso de que se presenten?

Más que estrategia, es una buena forma de resolver situaciones críticas, mostrando que “nos equivocamos”, “cometemos errores”, “hay impredecibles”. Hay un juego con la incertidumbre muy interesante en el macrismo. Por supuesto, esa incertidumbre la paga la sociedad y eso es terrible, porque, por ejemplo, “me equivoco” con el manejo del dólar y la gente paga con una inflacion altísima. Pero, en todo caso, el modo en el que lo presentan es que están probando, que puede haber cosas que no estén bajo control. No sólo hay un juego con la incertidumbre en ese sentido; también están jugando con “nosotros decimos la verdad”. La verdad no es una. Lo plantean como ‘podemos equivocarnos al decir la verdad’, ‘podemos cometer errores’, en oposición a lo que ellos llaman “la mentira sistemática” del gobierno anterior. Lo de ellos no es “una verdad”; es una exploración en la verdad. Y esto, a veces, implica decir cosas incómodas: “no está bien la economía”, “hay que sincerar las tarifas”, “va a haber inflación”.

Hay un posicionamiento ético en esa postura en relación con “la verdad”. ¿Eso condiciona al receptor del mensaje?

Hay una carga valorativa, ética, al decir que algo es verdad y lo otro es mentira.  Eso creo que es un error del Gobierno: como hablan tanto de “la verdad” y “la mentira” después es la vara con las que se los juzga. Aunque a los discursos no se los juzga en criterios de verdad o mentira; se juzgan por su eficacia, su impacto, el modo en el que llegan afectiva o emotivamente al otro. Tienen un efecto, nada más y nada menos. Pero ellos mismos han habilitado ese modo de medir los discursos. Ahora, ellos también han ido dejando de lado ese contraste.

La postura “a favor de la vida” de Mauricio Macri en relación con la despenalización del aborto, ¿es una manera de condicionar al receptor del mensaje a partir de esa postura de oposición: yo estoy a favor de la vida, por tanto “vos estás a favor de la muerte”?

En las discusiones tan polarizadas, una operación típica es tomar una noción y colocar al adversario fuera de “lo humano”, “la vida”, de “lo legítimo”. Sacarlos de esa universalidad. Eso es mecanismo polémico típico: “Yo soy la vida”, por lo tanto, “vos sos la muerte”; “yo soy la humanidad”, por lo tanto “vos sos los inhumano”; “yo soy la libertad”, por lo tanto “vos sos lo contrario a la libertad”. Eso lo hacen muchos de los que toman una posición en contra del aborto, diciendo que “están a favor de la vida”. Lo que me parece novedoso es que Macri, aún diciendo que está en contra, diferencia la postura personal de la postura política. Eso es interesante porque los políticos no son “personas comunes”; son personas, pero en el sentido teatral y hobbesiano: una mácara, una figura representativa: el político es una figura pública, no importa la persona real: es una figura, es una ficción, un representante. Entonces, esa disociación es interesante. El debate, este en particular, reveló que hay una pluralidad de visiones dentro del gobierno y que están habilitadas esas visiones divergentes. No hay un intento por mostrar una posición homogénea.

En el escenario de una posible reelección, ¿cuáles podrían ser los ejes discursivos de Mauricio Macri?

Probablemente vuelva a agitar el fantasma del kirchnerismo. El temor de volver al pasado, la posibilidad de que vuelva “el desorden”, “la oscuridad”, “la mentira”, “el autoritarismo”. Tienen esa visión, supuestamente, de largo plazo; la idea de que las cosas llevan tiempo. Eso no es que los vaya a perpetuar, pero sí esta idea de que estamos al principio del proceso. No se ven todavía los resultados, pero estamos sentando las bases. Lo que dijo Macri sobre la construcción de un edificio en el discurso de apertura de sesiones del Congreso este año. Dudo que no vuelva a aparecer el adversario; también depende de quién es el adversario. Si Cristina no está más, va a ser más difícil para el gobierno: ¿de quién se va a diferenciar?

Nolan Rada

Periodista  |  Fotógrafo

Leyendo diarios deportivos en mi adolescencia, quise ser periodista deportivo. Leyendo crónicas en la Universidad Central de Venezuela, descubrí que quería ser cronista. Ahora me interesa la crónica deportiva como una oportunidad para representar aspectos sociales a través del juego; y el periodismo narrativo como una oportunidad para acompañar y conocer problemáticas e historias de primera mano. Crecí -y sigo colaborando- en Prodavinci. Hice radio. También soy fotógrafo.