Leí la primera edición de Bolivia a toda costa en un bus camino a Vallegrande. De aquel viaje recuerdo con claridad cómo el chofer se empecinaba en sacarle filo al precipicio y en morder la banquina; me acuerdo de la cumbia al palo, de la apatía de la mayoría de los pasajeros frente al peligro de ir con un maniático al volante y del negro, que me decía transpirando acá nos matamos.
Recuerdo la soguita también.
Cada cierta cantidad de kilómetros, una soga que cruzaba la ruta se levantaba para obstruir el paso. De pronto, de todos los flancos aparecían niñas y abuelas ofreciendo fruta, pollito-broasted, alguna artesanía, gaseosas y lo que pudieran vender en los segundos de ventaja que les deja el pago obligado de la tradicional contribución voluntaria que reclama la policía boliviana con el modus operandi de la soguita.
Y otra vez las curvas, los riscos, las crucecitas a la vera del camino sugiriéndonos los más variados tipos de muerte. Mi compañero de viaje insistiendo: acá nos matamos, no sé cómo podés leer ahora. Y yo ahí, entretenido.
Queríamos conocer el lado oculto (o no turístico) del país. Y —al menos de mi parte— lo tuve por partida doble: nada mejor que una buena antología de crónicas para escapar de la postal típica y, de paso, espantar el miedo.
Recuerdo la envidia del negro que me veía pasar páginas, disfrutando aquellos catorce textos íntimos del libro; deleitándome con los relatos seleccionados por Fernando Barrientos, un editor notable.
Bolivia a toda costa reúne crónicas heterogéneas y bien escritas; retrata la cara no publicitaria y se ocupa de las historias profundas de un país de ficción.
Un libro ideal para eludir la guadaña.
• Título: Bolivia a toda costa.
• Autor: Selección y prólogo de Fernando Barrientos.
• Editorial: El cuervo.
• Otros dicen por ahí: «Autores reconocidos dentro de las fronteras del Tíbet sudamericano […] proponen un rosario de relatos que evitan los lamentos bolivianos, y más bien bucean las encrucijadas que fundan a la Bolivia contemporánea. Pequeñas grandes historias que, lejos del muestrario exótico, traman las escenas de una road movie por el abigarrado mapa humano del país más pobre e injusto de América del Sur.»
(Nicolas G. Recoaro. Página 12)