A finales de la década de 1990, el delicado estado de salud de Juan Pablo II hacía presagiar la proximidad del fin de su pontificado. Movidos por esa intuición, en el verano de 1998 los responsables del diario ABC decidieron enviar al Vaticano a uno de sus reporteros con el encargo de cubrir lo que parecía una transición inminente en el corazón de la Iglesia católica. La persona escogida fue Juan Vicente Boo (A Pobra do Caramiñal, 1954), experimentado periodista y economista, corresponsal en Nueva York, que había ocupado las corresponsalías de Bruselas y Hong Kong, además de cubrir“misiones especiales” en docenas de países por todo el mundo.
Sin embargo, el relevo en el papado tardó más de lo que en principio se preveía: la salud de Karol Wojtyla mejoró, de modo que el pontífice polaco no solo pudo protagonizar el Gran Jubileo del Año 2000 sino que, hasta su muerte el 2 abril de 2005, todavía realizó más de una veintena de peregrinaciones apostólicas en cuya comitiva de informadores comenzó a ser un habitual Juan Vicente Boo. Así fue como este periodista nacido en la costa gallega del Atlántico se convirtió en testigo cotidiano de los últimos años de Juan Pablo II y, posteriormente, del pontificado de Benedicto XVI y de los nueve primeros años del papa actual, Francisco.
El haber lidiado previamente con grandes organismos internacionales como la Unión Europea, la OTAN, Naciones Unidas, el Banco Mundial y el Foro Monetario Internacional no impidió que Juan Vicente Boo quedase asombrado, a su llegada al Vaticano, ante la estructura organizativa de una institución “infinitamente más compleja y totalmente distinta a cualquier otra”. “Después de haber informado sobre tantas organizaciones de política exterior y defensa, nunca me he encontrado con ninguna que, como la Iglesia, tenga este extraño dinamismo interno que hace que continúe mientras todo lo demás desaparece”, confiesa Boo. “Cuando ves los aspectos desastrosos que conforman la historia del cristianismo, te das cuenta de que esto tiene mucha capacidad de continuar y que, en cierta manera, es inexplicable que haya llegado hasta aquí”, agrega.
Sus 23 años en el Vaticano —a inicios de 2022 Javier Martínez-Brocal asumió esta corresponsalía para ABC— sitúan a Juan Vicente Boo como un referente de primer orden en el terreno de la información religiosa y uno de los periodistas que mejor conoce el delicado entramado de la sede de la Iglesia universal. No en vano, cada año participa en decenas de coloquios, debates y tertulias sobre el papa, encuentros en los que intenta explicar el contexto eclesiástico y global en que se mueve. “Pero esos encuentros—explica Boo— suelen saber a poco porque hay siempre muchísimas preguntas interesantes y porque en ellos tengo que dar respuestas breves a asuntos complejos”. Esta es la razón que ha llevado a Boo a escribir una serie de excelentes libros sobre el papa Francisco y el Vaticano. El primero fue El Papa de la alegría (Espasa, 2016), retrato de un líder mundial que rompe las normas y es objeto de la mayor atención por parte de historiadores, pensadores, políticos, periodistas y público en general. Luego vino 33 claves del papa Francisco (San Pablo, 2019), una recopilación de columnas publicadas en Alfa y Omega que examina el pontificado de Bergoglio entre los años 2017 y 2019. Y el ensayo más reciente de Boo hasta la fecha es Descifrando el Vaticano (Espasa, 2021), un libro divulgativo para no perderse en el laberíntico organigrama de la ciudad papal, y una guía imprescindible para periodistas que dan sus primeros pasos en la cobertura informativa vaticana.
Sostienes que la primera página del Evangelio de Lucas es toda una lección de periodismo. ¿Qué puede enseñar a los periodistas este evangelista?
Lucas, a diferencia de Marcos, no es un insider, no es un tipo que ha acompañado a Jesús como lo acompañaron Marcos, Mateo y Juan. En efecto, el prólogo del Evangelio de Lucas es un manual de periodismo por cuanto afirma, dirigiéndose a Teófilo, que “habiéndome informado minuciosamente de todo desde los orígenes, he decidido escribirlo (…) en una narración ordenada, para que constates la solidez de la enseñanza que has recibido”. Este evangelio es un conjunto de relatos de testigos presenciales y de narrativas de María de Nazaret, directamente de ella o quizás de personas que convivieron muchos años con ella. Se nota que son testigos porque dan detalles que impresionan a un testigo. Detalles del tipo: “Le miró fijamente y dijo”; o “se entristeció y respondió”. A menudo también se entrevén colores, casi olores, detalles secundarios, terciarios; matices, en definitiva, que no pueden ser captados desde fuera. Lucas probablemente era médico, porque tiene una visión más positiva de los médicos que otros, e incluye muchos detalles anatómicos y, en las referencias a las curaciones, se nota que ha preguntado. Y lo mismo hace en Los hechos de los apóstoles: parte de la historia que comparte con Pablo, en viajes, la cuenta como “nosotros”, y la que no comparte, la cuenta de otro modo. De modo que Lucas es el perfecto periodista.
Una vez le preguntaste a Francisco qué es esencial en la labor de un periodista.
En efecto, fue en un vuelo de regreso a Roma, y me respondió: “No perder detalle y contar objetivamente lo que pasa”. Fíjate qué frase tan simple: eso es el trabajo del periodista, y es lo que hace el evangelista Lucas, que va buscando por ahí y hablando con un montón de personas para luego contar lo que pasa.
¿En qué medida influye en tu trabajo periodístico tu formación económica?
Me ha ayudado mucho en Bruselas y Nueva York, pero también en Roma, donde Francisco ha realizado una profunda limpieza y reorganización de los aspectos económicos del Vaticano, desde el funcionamiento de su “banquito” —el Instituto para las Obras de Religión (IOR)— hasta el traslado a la nueva secretaría de Economía de muchas actividades y fondos reservados que administraba la secretaría de Estado, a veces bastante mal, como se ha visto a raíz del escándalo del inmueble de Londres.
¿Cómo se las apaña un periodista que llega por primera vez a un lugar como el Estado Ciudad del Vaticano, donde un gran porcentaje de la información viene de los canales oficiales?
Una parte de la información oficial es útil aunque, por desgracia, casi siempre es incompleta. Afortunadamente, el secretismo excesivo va dando paso a una mayor transparencia, aunque queda todavía mucho camino por hacer. En el Vaticano son muy importantes las fuentes personales “off the record” para entender lo que pasa aunque no se puedan mencionar sus nombres.
¿Cuáles son las principales claves para abordar como periodista la información religiosa? ¿Te identificas con la etiqueta de ‘vaticanista’?
Es necesario mucho trabajo previo de estudio para entender bien los aspectos históricos, culturales, espirituales, políticos, administrativos, etc. de cada asunto. Y escribir con mucho respeto a los hechos y a la diversidad de opiniones. Con frecuencia es necesaria una verdadera traducción del enrevesado lenguaje “vaticanés” al de los ciudadanos de a pie. Me gusta el término “vaticanista”: es una actividad analítica bastante compleja dentro de la información religiosa, que es ya de por sí periodismo especializado.
Durante tus últimos años en Roma has trabajado junto a Eva Fernández, de Cope, Darío Menor y Antonio Pelayo, de ‘Vida Nueva’, Javier Martínez-Brocal, de ‘Rome Reports’ o Cristina Cabrejas, de EFE, entre otros nombres. Da la impresión de que sois personas muy bien avenidas. ¿Os apoyáis mucho entre vosotros?
El modo de trabajar en el Vaticano es por áreas lingüísticas, porque los temas que se tratan son distintos según los países: los anglosajones trabajan en equipo, los francófonos e italianos también… Y desde hace unos años se dio la casualidad de que la mayoría de los vaticanistas de lengua española éramos gente positiva, constructiva, y con una clara predisposición a ayudar a los demás. Esto hacía que nos intercambiáramos cromos continuamente, sobre todo los que trabajábamos más a tiempo completo en el Vaticano. Era muy agradable y era la envidia de todos los demás. En los viajes con el papa muchas veces había italianos o americanos que se venían con nosotros porque estaban más a gusto. Somos buena gente. En este grupo de personas hay auténticos tesoros humanos, intelectuales y periodísticos.
¿Qué temas te han interesado más, los que tienen que ver con la política eclesiástica, los culturales, los que afectan al poder…?
El elemento esencial son los papas, en las distintas facetas de su actividad. Las actividades de la burocracia eclesiástica, que a veces se da a sí misma mucha importancia, me ha interesado poco. El Vaticano es una pequeña jungla de organismos, y es necesario evitar el peligro de que “los árboles te impidan ver el bosque”.
¿Cómo haces para encontrar temas sobre los que escribir en periodos en que cesa la actividad del papa, o simplemente cuando tienes que buscar otro tipo de propuestas?
En realidad, mi problema ha sido siempre encontrarme ante una riqueza desbordante de temas, que exigen atención y estudio para escribir sobre ellos en el momento oportuno. La proporción de horas de estudio y de conversaciones privadas por cada crónica —aparentemente fácil— es muy alta.
¿Cómo has hecho para conseguir fuentes y ganarte la confianza de la gente en todos estos años?
Al principio acudir a muchísimas recepciones, conferencias, comidas, etc. para conocer gente. Después, saber escuchar y, siempre, respetar el “off the record”. Al cabo de unos pocos años, mucha gente que lee tus crónicas empieza a llamarte para comentar en privado los temas de trabajo, las preocupaciones y los proyectos, etc.
¿Cómo es y qué implica viajar con el Papa desde el punto de vista periodístico?
Es un esfuerzo económico serio para el medio y un esfuerzo físico notable para el corresponsal, con jornadas de trabajo de hasta doce o catorce horas en los viajes intercontinentales. Al mismo tiempo, es un privilegio ver al Papa de cerca, participar en las conferencias de prensa, hablar fácilmente con sus colaboradores, etc.
¿Cómo es Bergoglio con los periodistas en las distancias cortas?
Normalísimo y gratísimo. Te presta atención como si fueses la única persona a la que tuviese que atender. Sonríe mucho y habla en tono muy tranquilo pero intercalando bromas a la mínima oportunidad. En los viajes internacionales viene a hablar con cada uno de los periodistas en nuestro puesto en el avión durante el vuelo de ida. En el de regreso tenemos la conferencia de prensa. A muchos de nosotros nos ha llamado por teléfono alguna vez para tratar asuntos relevantes. Marca él directamente y suele preguntar si es buen momento para hablar.
¿Crees que el periodismo, tras un periodo marcado por la inmediatez, las prisas y una tendencia a publicar comunicados de prensa, se dirige cada vez más a la información propia y elaborada, a la crónica larga?
Tendrá que hacerlo. Creo que va ya en esa línea, aunque me gustaría que lo hiciese más rápido. Yo soy un lector entusiasta de The Economist, pues te da un panorama mundial muy documentado en temas político-económicos, militares, tecnología, etc. El mal periodismo de “copia y pega” se quedará para los pseudo-medios de comunicación y los “lectores-basura”, que hay sobre todo en las redes.
¿Tienes alguna rutina a la hora de escribir? ¿Necesitas un sitio aislado o te resulta fácil concentrarte independientemente del contexto?
Como mi primer destino, en 1985, fue el de corresponsal en Bruselas, me habitué enseguida a los centros de prensa con centenares y a veces miles de periodistas en cualquier país europeo. No me distrae que haya mucha gente alrededor. En los viajes con los papas a países muy pobres hemos tenido que trabajar en todo tipo de lugares incómodos, polvorientos, tórridos o gélidos. Lo que más me cuesta es escribir cuando tengo mucho sueño.
¿Prefieres escribir o reportear?
Me gustan las dos cosas, pero me he sentido vitalmente más a gusto en zonas difíciles de países difíciles. También hablando con víctimas de desastres, golpes de estado o guerras. Te hace darte cuenta de que somos muy afortunados y de que el periodismo puede ayudar a esas personas.
En las entrevistas, ¿has mandado alguna vez preguntas por escrito por adelantado?
Nunca me lo pidieron en Bruselas ni en Nueva York los jefes de la Unión Europea, la OTAN o la ONU, pero en el Vaticano era condición previa para casi todas las entrevistas. Es más, durante mucho tiempo, los entrevistados accedían a hablar a condición de poder revisar el texto de sus respuestas antes de publicarlo. Los envíos por fax de preguntas y de entrevistas ya elaboradas eran muy frecuentes en los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI.
Cómo convives con las prisas a que a menudo estamos obligados a trabajar los periodistas. ¿Eres rápido y te adaptas bien o, por el contrario, sufres cuando trabajas bajo presión?
Cuando los periódicos consistían solo en la edición impresa teníamos mucho más tiempo para estudiar, hablar con gente y reflexionar. Las ediciones electrónicas han mejorado muchísimo el ritmo informativo pero a costa de rebajar la reflexión y la calidad literaria. Es inevitable aceptarlo, y yo me he adaptado bastante bien.
En ‘Descifrando el Vaticano’ ofreces una perspectiva creyente del epicentro de la Iglesia católica, y ahondas en su profundidad histórica y cultural aportando las claves necesarias. Por contra, existen otros acercamientos al Vaticano que buscan más el aspecto negativo, inherente a toda estructura de poder. ¿Las infinitas posibilidades de acercamiento que ofrece esta institución demuestra de algún modo su riqueza?
Es cierto que el Vaticano es una estructura de poder, pero limitarse a esa faceta o dar preferencia a los aspectos negativos me temo que sea mal periodismo. Creo que hay que centrarse en lo esencial de cada institución, y contar tanto lo positivo como lo negativo.
¿Qué balance haces de estos 23 años en Roma?
He sido un periodista privilegiado y afortunado. Llegué al Vaticano después de haber estado viendo el mundo cinco años desde Bruselas y ocho desde Nueva York, con etapas en Hong Kong, trabajando en un total de 77 países. El Vaticano te enseña a tener presentes dos mil años de historia y a ver a la humanidad en su conjunto. Lo mejor de estos 23 años ha sido haber acompañado a los tres papas en más de sesenta viajes internacionales, muchos de ellos sin precedentes en la historia —como varias antiguas repúblicas de la Unión Soviética o los Emiratos Árabes Unidos, por ejemplo— y algunos muy intensos o muy peligrosos.
La corresponsalía de ‘ABC’, tras su marcha, ha quedado en buenas manos con Javier Martínez-Brocal. ¿Qué destacarías de este compañero?
Javier es un periodista extraordinario —rápido, objetivo e incluso divertido—, con una extraordinaria capacidad de comunicación televisiva y que lleva haciendo periodismo escrito ya más de diez años y ha publicado varios libros sobre el Vaticano. Creo que es un auténtico lujo para el ABC.
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Jordi Pacheco
Periodista freelance especializado en la cobertura de información socio-religiosa. En la actualidad es director de la revista Foc Nou y colaborador de diversos medios escritos y audiovisuales.
Forma parte del Col·legi de Periodistes de Catalunya.
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