El carbón colombiano que roba los sueños
Una de las minas de carbón más grandes del mundo está emplazada en medio del territorio indígena Wayuu, el grupo indígena más grande de Colombia y Venezuela. En la actualidad, los Wayuu padecen altas tasas de desnutrición, enfermedades y afecciones espirituales a causa de la minería.
Texto: Lise Josefsen Hermann / La Guajira | Fotos: Nicolo Filippo Rosso
Situada en el departamento de La Guajira, en el noreste de Colombia, cerca de Venezuela, Cerrejón es la mina de carbón a cielo abierto más grande de América Latina y una de las más grandes del mundo: casi setenta mil hectáreas. El carbón extraído de Cerrejón llega, por ejemplo, a Italia, Alemania, Turquía, Brasil y varios otros países y regiones. Es propiedad de British Glencore y emplea a más de cinco mil personas. La mina también se encuentra en medio del territorio indígena Wayuu, el grupo indígena más grande de Colombia y Venezuela.
Los Wayuu padecen altas tasas de desnutrición y enfermedades. Además, más de la mitad del millón de personas que viven en La Guajira sobreviven en pobreza y el departamento tiene la tasa más alta de analfabetos del país.
A las afecciones humanas y medioambientales causadas históricamente por la extracción de carbón, ahora la escasez de agua se agudiza.
*Foto/ Nicolo Filippo Rosso
Arroyo Bruno y la pérdida de los sueños
La mina Cerrejón ha afectado al menos 19 ríos y arroyos durante sus décadas de explotación carbonífera. Mientras La Guajira sufre sequía, la mina utiliza unos 16 millones de litros de agua al día. En el pueblo de El Rocío, Leobardo Sierra Frías ha luchado durante años para defender el arroyo Bruno, que alguna vez fue un recurso acuático vital en la desértica Guajira: «Ya no seremos La Guajira. Solíamos ser la despensa agrícola y probablemente tengamos que desplazarnos de aquí. Porque si no tenemos agua, ¿de qué vamos a vivir? Dejamos de lado la esencia de la vida: el agua. Nos convertiremos en otro Sahara. El Estado no se preocupa por nosotros aquí».
Lo que pasa con el arroyo Bruno, y tantos otros, es que la empresa minera los ha reencausado para su propia utilidad, provocando graves consecuencias medioambientales. En 2017, la Corte Constitucional de Colombia dictó (Su-698) la suspensión de estas actividades, pero en septiembre del 2021, varias organizaciones de Derechos Humanos denunciaron que la actividad minera en esa zona en particular se había reactivado.
Leobardo también explica que la afección no solo es de tipo natural, sino que también tiene aspectos espirituales. Hay lugares sagrados especiales a lo largo del arroyo Bruno que ya no existen debido al desvío del cause. «Para el pueblo Wayuu significa que el espíritu del agua divaga —explica Leobardo—. A veces, la gente de aquí sueña con ir a ese lugar en particular, y seguir los sueños es de suma importancia para nosotros, los grupos étnicos. ¿Quién va a pagar por mis sueños incumplidos? ¿O mis rituales, que ya no puedo practicar?
Nací aquí y espero morir aquí. Cuando el arroyo muera, yo también moriré. No soy solo este cuerpo. Soy espíritu, agua. Si el arroyo se seca, moriré. Somos espíritus. Para poder movernos debemos soñarlo. Nosotros Wayuu y Afrocolombianos, sin agua perdemos nuestra esencia. Simplemente estaríamos divagando de un lado a otro», dice Leobardo desde su lugar a escasos metros del Arroyo. «No se trata solo del arroyo, se trata de lo que no vemos: la parte espiritual. Por eso luchamos por el arroyo; nos dice qué hacer. Si no tuviéramos ríos y arroyos en La Guajira nos quedaríamos sin rumbo. Si me muevo de aquí sería como perder un brazo. Luego está la contaminación auditiva que interrumpe nuestros sueños y no entendemos el mensaje del sueño».
Pueblos desplazados por la minería carbonífera
Otra afectación grave para la población de La Guajira debido a la extracción de carbón es el desplazamiento forzado masivo. En el pueblo de Roche 2 o Roche Nuevo, Luis Alberto Ramírez, de 67 años, cuenta: «El lugar donde nací estaba cerca del río Ranchería. Era un lugar donde no era necesario regar para cultivar y cosechar. Casi siempre llovía. Cultivábamos maíz, yuca, tomates y ají.»
Hoy Roche 2 es, por el contrario, notoriamente un lugar con poca actividad agrícola; solo algunas casas, algunos techos. Un lugar en el que permanecen quienes no tienen otra opción. En 2010, sus habitantes se vieron obligados a desplazarse a causa de que la empresa carbonera de Cerrejón amplió su zona de extracción.
«El que me importaba era Roche Viejo. Este lugar aquí ya no tiene importancia para mí, ni para nadie de los que quedamos. He estado viviendo aquí durante once años y todavía me siento como un extraño —dice apesadumbrado Luis Alberto, sentado en su pequeña y oscura cocina—. Cada momento quiero irme porque no me siento bien; aquí no tenemos suficiente territorio para la agricultura y no podemos ir a cazar. Realmente extraño a Roche Viejo».
Después de negarnos una visita a la mina Cerrejón y una entrevista con un representante, al cierre de la edición recibimos respuesta vía correo electrónico de parte de la empresa. Sobre el desplazamiento forzado tuvieron la siguiente respuesta:
—La explotación de una mina requiere la compra de terrenos, sea para realizar las tareas mineras, para contar con áreas de protección ambiental (buffer) o para realizar compensaciones por impactos medioambientales. En el pasado, todos aquellos requerimientos relativos a la compra de predios de las comunidades en la zona se realizaron de buena fe, en cumplimiento de la norma nacional vigente y pagando siempre precios justos, incluso por encima de los precios de mercado».
*Foto/ Nicolo Filippo Rosso
Cuando los habitantes de Roche tuvieron que irse en 2010, les ofrecieron casas nuevas. Pero las casas nuevas duraron solo unos años, luego comenzaron a caerse. Tiempo atrás, Luis Alberto tuvo que irse a vivir a la casa de su padre, ya anciano, hasta que logró construir una nueva vivienda.
«Cerrejón no ha hecho nada para solucionar nuestros problemas de las casas. Mira, he tenido que hacer una nueva con mis pocos ahorros. —Enojado, harto de la situación vocifera—, ¡Son maleantes!»
Luis Alberto está amargado. Fastidiado con la mina Cerrejón y todo lo que tiene que ver con la minería y su desplazamiento: «No tengo ningún beneficio de la mina Cerrejón. El impacto de su presencia ha sido enorme. Mi vida hubiera sido realmente diferente si no fuera por ellos. Primero nos engañaron diciendo que nos mudaríamos y no faltaría trabajo. Pero nosotros no tenemos trabajo. Cerrejón para mí representa la destrucción total, nada menos».
Preguntando a Cerrejón, su percepción de la huella dejada es bastante más positiva:
—«Cerrejón, como un actor que ha habitado en el territorio de La Guajira por más de 35 años, ha contribuido al desarrollo de un departamento y cientos de miles de sus habitantes, a pesar de ser una región, como otras regiones del país, con altos niveles de pobreza y débil presencia estatal».
En aquella casa que le dieron a Luis Alberto y los otros habitantes de Roche, cuando se vio obligado a dejar Roche Viejo, solo vive un chancho y algunas plantas silvestres. El techo y varias paredes se cayeron.
La casa como símbolo y representación del pueblo entero.
«Ahora estoy esperando a ver si vienen a arreglar. Si no vienen pronto, voy a bloquear el camino. Incluso si envían a alguien a matarme, como solían hacer. Porque ha habido amenazas».
Tabaco tenía alrededor de cinco mil hectáreas. Fuentes hablan de que para la nueva comunidad estarían pensando otorgar solo unas 180 hectáreas.
La desaparición
Volvimos a la población local de la Guajira. Otro que sufrió amenazas es Samuel Arregoces.
Él es representante legal del Consejo Comunitario de Negros Ancestrales de la comunidad de Tabaco. Y es el encargado desde la comunidad de dialogar con empresas e instituciones en torno a la reconstrucción física y social de la población, que era una comunidad afrodescendiente ubicada en la franja fronteriza con Venezuela.
Cuando habla de Tabaco, los ojos de Samuel vislumbran nostalgia. Solo habla en tiempo pasado: «Allá teníamos lo que llamamos la vida sabrosa. Nuestro problema comenzó en la década de los noventa, cuando la empresa Cerrejón se acercó a nuestro territorio y nos informó que estaba interesada en comprar nuestras tierras porque el Proyecto de Ampliación de la mina iba a la comunidad de Tabaco. Empezaron a cerrarnos los caminos, a comprar todas las tierras que nos rodean, dejándonos completamente encerrados. Luego comenzamos a tener problemas con la fuerza pública y los empleados de la empresa, la Seguridad. Ya no teníamos acceso a la caza, ni a la pesca, que era nuestro sustento diario. Causó un gran problema cuando estas tierras se perdieron porque la gente tenía menos tierra para pastar, menos tierra para los animales —recuerda Samuel—. En 2001 se aprobó el nuevo código minero de Colombia. Y es ahí donde un artículo declara que el subsuelo es del Estado y ahí el Estado colombiano inició un proceso de expropiación y desalojo de la comunidad. Fue una gran conmoción. Nunca habíamos tenido esa cantidad de fuerza pública aquí. Hasta llegaron con tanques. Entonces un juez ordenó el desalojo forzoso, y empezaron a decirle a la gente que tenían que entregar las casas. Cuando las autoridades se iban, empezaron a poner máquinas en el pueblo. Y a desalojar a la gente por la fuerza. Mucha gente todavía no tiene una casa debido a aquello. Y no nos alcanza la plata para comprar otra».
La última sentencia de la Corte Constitucional de Colombia de diciembre de 2019 le dio a Cerrejón 18 meses para reconstruir Tabaco, “pero entonces: pandemia”, y todavía no hay solución para las más de 400 familias.
Tabaco tenía alrededor de cinco mil hectáreas. Fuentes hablan de que para la nueva comunidad estarían pensando otorgar solo unas 180 hectáreas.
«Teníamos todas las posibilidades de ejercer nuestra agricultura. Y ganadería, y pastoreo de animales en esta zona. También teníamos nuestras propias raíces, nuestra propia cultura, éramos una comunidad étnica diferencial, por nuestra cultura, nuestros juegos tradicionales, gastronomía, esto nos identificaba como habitantes de Tabaco. Ahora nos preocupa cómo reconstruir este fuerte tejido social que teníamos».
Seguir mensajes de los sueños
Para las poblaciones Wayuu y Afro, los sueños son parte esencial de su vida: significan señales o consejos que deben seguir.
«Sueño con llevar adelante este proceso. Que todo esto se resuelva de una vez por todas. He soñado con mis abuelos que ya no están. Pero especialmente con el territorio antiguo. Es lo que más he soñado. He soñado con la comunidad, tal como era —dice Samuel—. Con el arroyo, mis abuelos viviendo allí. Para mí los sueños son mensajes. Los sueños son muy importantes para nosotros, las comunidades étnicas. Son mensajes que nos envían, que nos dicen que debes avanzar en esto, debes hacer esto».
Colombia es el país más peligroso para defender el medio ambiente, según indica la ONG Global Witness. La situación de Samuel, a quien le ha tocado vivir en carne propia los peligros, lo ejemplifica.
El peligro del activismo social en La Guajira
Colombia es el país más peligroso para defender el medio ambiente, según indica la ONG Global Witness. La situación de Samuel, a quien le ha tocado vivir en carne propia los peligros, lo ejemplifica.
«Ser líder social en Colombia y en La Guajira es prácticamente ser enemigo del llamado desarrollo. Muchos compañeros con los que he compartido el escenario he tenido que verlos caer en esta lucha, en el país. Todos los líderes que llevan a cabo procesos organizativos en La Guajira han recibido amenazas y persecución. Me han amenazado en las comunidades, por teléfono, llamadas: “no te acerques al fuego porque te vas a quemar, recuerda que tienes familia”, cosas así. Y las amenazas vienen después de algo: cuando salimos de gira, cuando denunciamos algo o cuando estamos negociando algo. Vienen cuando se ejerce presión sobre la empresa o el Estado —dice Samuel con una cara preocupada—. No tengo problemas con nadie, esto solo puede ser porque estoy liderando estos procesos comunitarios y acompañando a las comunidades afectadas por la minería.
Hasta que fue mi turno en 2017. Tuve que dejar mi territorio, incluso mi país. No tenía condiciones para quedarme, y me siguieron hasta mi casa, estacionaron autos allí. Pude ver que no solo era conmigo, sino con mi familia, mi madre, mis hermanos, mis sobrinos. Así que me fui. No me avergüenza decirlo. Cuando me fui, lloré todos los días. ¿Por qué tuve que irme como un criminal?»
Samuel regresó de su espacio seguro en Europa, pero la persecución continuó. Ser activista ha tenido un alto costo para el líder social de 41 años: «Mi vida cambió. Ya no puedo estar expuesto en lugares públicos. Tengo que estar encerrado en mi casa. Mi nivel de estrés aumentó. Mi familia ha entrado en paranoia. Cuando llega un coche desconocido, creen que me van a atacar. Eso también nos lleva a problemas emocionales. La mayoría de los líderes terminamos teniendo problemas con nuestras parejas por eso».
Samuel también tiene un mensaje para la gente de Europa, algunos de los consumidores del carbón de La Guajira: «Pueblo europeo, aquí hay comunidades que sufren, nos arrestan, nos sacan de nuestros territorios, para dar paso a lo que ellos llaman desarrollo. Por favor, pongan las manos en el corazón y exijan que estas empresas multinacionales en sus territorios se hagan responsables de este daño social y ambiental que han cometido en La Guajira, y en las comunidades afro e indígenas que se han desplazado de su territorio».
Para Samuel, tener perspectivas de futuro implica detener esta extracción de carbón: «Porque esto seguirá generando desarraigo y más dolor. Necesitamos una transición justa hacia la energía verde, pero sin repetir estas violaciones de nuestros derechos».
* Este proyecto fue apoyado por una beca de CLEW – Clean Energy Network.
En el próximo reportaje de la serie podrás leer sobre las afecciones en la salud de la niñez causadas por la contaminación carbonífera; y las resistencias a la extracción.
Lise Josefsen Hermann
Periodista | Corresponsal
Lise lleva más de 10 años como freelance, insistiendo —sobre todo al público del norte de Europa— sobre las condiciones humanas en Latinoamérica y la huella que dejamos en el mundo. Reporta para varios medios de Dinamarca y Noruega, así como internacionales (NYT, DW, BBC, El País) y oenegés (Amnistía Internacional y Oxfam). Es Pulitzer Grantee y ha recibido apoyo de National Geographic, Clean Energy Network (CLEW), Fundación Gabo & Open Society Foundation. Se enfoca en temas ambientales, DDHH, migración y pueblos indígenas.
Nicoló Filippo Rosso
Fotógrafo documental
Se licenció en Literatura por la Universidad de Turín en Italia. Trabaja en proyectos personales relacionados con las migraciones en las Américas, el impacto de los combustibles fósiles en el cambio climático y la lucha por la supervivencia de las comunidades indígenas abandonadas.
Su trabajo ha recibido importantes premios como World Press Photo, Getty Images Editorial Grant, W. Eugene Smith Fund, International Photography Award, World Report Award, y fueron publicados por los principales medios estadounidenses y europeos. Además de su trabajo personal y editorial para revistas, periódicos y ONG, frecuentemente da conferencias sobre fotografía y periodismo. (Foto de autor: @DaniaMaxwell)
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