«Siempre he sospechado de lo bonito, y más cuando se trata de enaltecer la cultura indígena», dice Chantal Flores mientras recorre las calles de Santa Catarina Palopó, en Guatemala, donde un proyecto de intervenciones artísticas busca contrarrestar la desigualdad y los elevados índices de pobreza. ¿Pueden los colores generar recursos?

Por Chantal Flores

Carolina Sajvin Cumes teje sentada con un telar de cintura afuera de su tienda en Santa Catarina Palopó, a la orilla del Lago de Atitlán. La fachada del lugar luce colorida con un rosa vibrante, diversos tonos de azul y figuras de mariposa como las que cargan los huipiles que usan las mujeres de aquí, en su mayoría pertenecientes a la etnia maya kaqchikel.

Es de las primeras mañanas de octubre que amanece sin lluvia y por eso me vine a donde me dijeron que está bonito, que hay color por todos lados. Me senté un rato en el muelle, caminé por sus calles angostas llenas de subidas y bajadas, y me tomé un montón de fotos con las fachadas folclóricas.

La tienda de variedades, al igual que más de 100 casas y negocios, han sido intervenidas artísticamente por el proyecto “Pintando Santa Catarina Palopó”, que arrancó en 2017 con el objetivo de transformar la comunidad y crear nuevas oportunidades de empleo. Por eso Sajvin aceptó participar con la esperanza de atraer a más turistas a su tienda para complementar las remesas que recibe cada mes.

Hace cuatro años, el esposo de Sajvin se fue para Los Angeles, California, y le envía mensualmente alrededor de mil quetzales, dinero que le alcanza por dos semanas para la comida de ella y sus dos hijos de cinco y siete años. Los gastos del resto del mes los cubre tejiendo fajas y huipiles bajo pedido, y vendiendo todo tipo de productos en su tienda ubicada en la calle central, a tan solo unos pasos del mercado.

“Se ve el cambio porque antes de que no hayan pintado las casas, no había tantos turistas. Pero ya con el proyecto muchos quisieron venir a visitar”, cuenta Sajvin. “Ahora en estos tiempos que son épocas de lluvia no es tanto pero sí se ve el movimiento.”

Decidí conocer un poco más sobre el proyecto porque siempre he sospechado de lo bonito, y más cuando se trata de enaltecer la cultura indígena. Si observamos nuestra historia latinoamericana, casi siempre la principal forma de traer “crecimiento” a comunidades indígenas es convirtiendo a los habitantes y sus tradiciones en un producto consumible.

En las oficinas del proyecto, me recibió María Cristina López Nimacachi, quien era líder de una cooperativa de mujeres tejedoras que tuvo que cerrar cuando se terminaron los fondos, y ahora es la promotora cultural de Pintando.

“Está brindando empleo a la comunidad porque antes nosotros salíamos a buscar empleo en Pana o en la capital porque no hay instituciones o no hay donde trabajar,” cuenta López.

Más del 70% de los habitantes de Santa Catarina viven en la pobreza. La economía está principalmente basada en la pesca y la agricultura, pero hay pocas tierras para cultivar. Las mujeres, aparte de las responsabilidades en el hogar, también están encargadas de la venta del pescado, y si no tienen que tejer para obtener sus propios recursos.

En una tienda de artesanías, a unos cuantos pasos de la plaza central, conocí a Brenda Nimacachi, de 24 años, quien inmediatamente manifestó su frustración por la falta de trabajo.

“Aquí lo que hacen las mujeres es trabajar en las artesanías, pero no es tanto lo que se gana, solo para la familia. Hasta hay algunas personas saliendo del pueblo para ir a trabajar a la capital y hasta se están arriesgando a irse a los Estados Unidos de migrante porque aquí no hay trabajo. Hay para los del proyecto,” dice Nimacachi.

Silvia Menchú, coordinadora de la Asociación de Desarrollo de la Mujer K’ak’a Na’oj (ADEMKAMP), me contó que la situación en Santa Catarina es como en muchos lugares de Guatemala donde hay nulas oportunidades de trabajo, y sobre todo nula participación de las mujeres en espacios sociales debido al machismo.

La iniciativa del periodista guatemalteco Harris Whitbeck y su sobrina Melissa busca crear más oportunidades en la industria del comercio y el turismo. La participación de las mujeres fue alta en el desarrollo del proyecto que inicialmente convocó a 20 líderes de la comunidad para discutir los colores y diseños, junto a los artistas holandeses conocidos como Haas y Hahn, quienes han participado en otros proyectos de arte comunitario como en las favelas de Brasil.

“En los 20 días de talleres, los pintores holandeses vinieron a crear los diseños pero después decidimos que fueran más de los huipiles de acá para que nos identificaran. De los 150 diseños, se escogieron solo siete para crear los estenciles. Los colores de base son del huipil moderno, y la pintura es a base de cal”, explica López.

Suena bien, y sobre todo, el pueblo se ve lindo. Pero mientras algunas mujeres ven este proyecto como una oportunidad de crecimiento, otras afirman que lo que se necesita son oportunidades de trabajo para todas y todos, no solo para los que trabajan en Pintando.

Claramente no se puede esperar que un proyecto de arte comunitario transforme inmediatamente la vida de los habitantes, ni resuelva siglos de opresión y violencia contra la mujer indígena. Pero sí se puede esperar que en un proyecto cuya esencia son los diseños de los huipiles, las mujeres de dicha comunidad sean las protagonistas.

“Es como utilizar a las mujeres para el turismo. Realmente solo veía el proyecto como pintar y listo, y veía desde una identidad de pueblo que se tuvieran las figuras de los huipiles. Pero ahorita veo que es como comercializar de nuevo sobre la vida, o sobre la vestimenta de las mujeres”, dice Menchú.

Como coordinadora de ADEMKAMP, que ofrece acompañamiento y apoyo legal a víctimas de violencia de género, Menchú ha observado la conexión emocional que existe entre el tejido y las mujeres.

“Es un espacio de entrega de pensamientos y sentimientos. Hemos visto que el bordado y el tejido ha sido la forma donde ellas han podido expresar sus sentimientos. La construcción de ese tejido ha sido el único que las ha entendido y las ha acompañado durante todo ese proceso de dolor,” explica Menchú.

Ese día me pude haber ido con un montón de fotos ideales para Instagram y una anécdota de viaje de “algún lugar lejano”. Santa Catarina un pueblo más transformado en postales que los turistas nos llevamos a casa, romantizando la pobreza y exotizando a la mujer indígena. Los problemas de siempre más presente que nunca que ya mejor ni los tocamos.

Pero, lo que más me sorprendió es que no me tomó ni veinte minutos para ver lo que las brochas y los estenciles cubrían. Las mujeres estaban ahí, claras de sus necesidades y dispuestas a hacer lo que se tenga que hacer, inclusive recorrer miles de kilómetros hacia el norte.

Al regresar a casa en el norte de México manejaba por una de las avenidas principales cuando una gran mancha de colores arriba en el cerro me hizo voltear. Eran las “colonias conflictivas” —a las que siempre nos han dicho que gente como nosotras (de cierta clase social) no nos podemos meter— ahora transformadas en un colorido macro mural. Fue la primera vez que di mi atención a esas colonias, y hasta ahorita no me he atrevido a darme veinte minutos.

* Ésta nota se publicó originalmente en Nómada.

Chantal Flores

Periodista  |  Escritora

Periodista y escritora independiente originaria de Monterrey, N.L. Ha trabajado en Toronto, Nueva York, Ghana, Guyana, Colombia y México, y su trabajo ha sido publicado en Al Jazeera, In These Times, Rolling Stone México y Vice. Recientemente participó en The Logan Nonfiction Program en Nueva York donde continuó trabajando en su primer libro, enfocado en las ausencias que la epidemia de desapariciones ha causado en México.