El 13 de marzo, Milagros terminó su guardia en la segunda planta del Hospital del Mar de Barcelona. Cruzó el pasillo de suelo granito rojo que termina con un cristal que trasluce el mar Mediterráneo y se sentó a redactar las fichas de ingresos de personas con síntomas de Covid-19. Se habían cuadruplicado. «En ese momento supe que ya no podía regresar a mi casa con mi marido y mis dos hijos».
Texto y fotos: Pablo Tosco
Milagros atraviesa con su mameluco blanco el pasillo de luz azul marino, recoge una tablet del mostrador de enfermería y entra en el box 7, la habitación de Josep.
—Josep, son las 13hs, ¿querés que hagamos una video llamada con tu familia?
Josep tiene 85 años y es un superviviente del coronavirus. Estuvo en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) varios días hasta que sus pulmones recuperaron fuerzas y pasó a una de las habitaciones aisladas de cuidados intermedios, aunque aún sigue con respiración asistida.
Josep está aislado, desde que ingresó no ha tenido contatco fisico con ningún familiar, no puede recibir visitas y cualquier persona que ingrese a la habitación lo debe hacer con un Equipo de protección Individual (EPI). Para Milagros no solo es un asunto de ciencia la lucha contra el Covid, es una cuestión de empatía y compromiso con la humanidad. Por eso está aquí.
El 13 de marzo, Milagros terminó su guardia en la segunda planta del Hospital del Mar de Barcelona. Cruzó el pasillo de suelo granito rojo que termina con un cristal que trasluce el mar Mediterráneo y se sentó a redactar las fichas de ingresos de personas con síntomas de Covid-19. Se habían cuadruplicado. «En ese momento supe que ya no podía regresar a mi casa con mi marido y mis dos hijos».
Buscó la llave del departamento de una amiga. Vive sola allí desde la declaración de estado de Alarma decretado por Gobierno de España.
Milagros es de Tucumán. Llegó hace veinte años al hospital catalán tras terminar su especialidad en infectología en la Universidad Autónoma de Barcelona. Para pagarse el curso, alojamiento, transporte y comida, vendía anillos, pulseras y collares de alpaca traídos desde su provincia natal. Los colocaba sobre la mesa en un paño para ofrecerlas a compañeras del hospital, en la misma mesa en la que hoy se reunen para juntar fuerzas y continuar la tarea heroica de salvar vidas en medio de la tragedia.
Cifras inciertas
España es el segundo país del continente europeo en cantidad de fallecidos. Con inconsistencias en las estadísticas debido a las diferencias en los criterios de contabilidad que siguen las diferentes Comunidades Autonomas, las cifras de personas fallecidas ascienden a 19.478 (570 en las ultimas 24 horas), 188.000 personas contagiadas y 72.456 pacientes dados de alta.
Fernando Simón, director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias, —quien también sufrió Covid-19—, emite las cifras cada mediodía, desde su casa vía teleconferencia.
—Ahora todos somos Covid-19 hasta que se demuestra lo contrario, —dice Milagros ante la durísima realidad de la escases de test para saber la dimensión real de la pandemia—. Es una enfermedad que no conocemos. Estamos aprendiendo a trabajar con un nivel de incertidumbre altísimo.
A mediados de marzo los ingresos de personas con síntomas graves que derivaban en neumonía, se duplicaban, triplicaban y cuadruplicaban cada día. Las salas de cirugías se convirtieron en unidades de cuidados intensivos improvisadas. Hasta se habilitó un gimnasio junto al hospital para recepcionar setenta pacientes. «Todos los compañeros y compañeras con otras especialidades fueron formados para dar respuesta sanitaria en esta crisis».
El Equipo de protección Individual (EPI), la icónica referencia visual que parece sacada de una película apocalíptica, es semejante al utilizado ante la peor epidemia de Ébola de la historia —que mató a 11.310 personas y afectó sobre todo a tres países africanos: Liberia, Sierra Leona y Guinea—. Las portadas de los periódicos ilustraban aquella tragedia que ocurría muy lejos, y se repetían las imágenes de personal sanitario embutido en trajes amarillos y blancos, asistiendo a personas enfermas, cargando camillas y practicando entierros en funerales de extrema soledad.
Los EPIs son escasos. Es una de las mayores necesidades en la crisis actual. Muchas veces la calidad no ha sido la óptima y se han visto imágenes que muestran la desesperación de los médicos por protegerse utilizando bolsas de plástico.
Siete minutos de ritual
Milagros repite todos lo días el mismo ritual antes de entrar a la Zona Contaminada.
Como si se tratase del «Juego de vestir», sigue el protocolo de colocación de EPI:
primero el mameluco blanco, luego los guantes, un barbijo FFP2, capucha, otros guantes, un barbijo quirúrgico y unas gafas. El proceso lleva siete minutos, tiempo que se duplica a la hora de retirarlo luego de estar en contacto con los pacientes. Es quizás el momento más critico: un error en el proceso de desvestirse puede devenir en contagio.
Muchos escriben sus nombres en los mamelucos a modo de señal, para que la persona ingresada pueda tener una referencia humana en medio de tanta atención anónima.
«En este entorno es difícil reconocerse, todos llevamos mascarillas y es un ejercicio de fe saber quien viene hacia vos»
Tras doce horas de trabajo arduo y desgastante, regresa al departamento que le dejó su amiga en el barrio de la Barceloneta, son pocas cuadras caminando. Atraviesa las estrechas calles oxigenadas por la brisa marina. A las ocho de la noche sus nuevos vecinos salen a los balcones convocados por el homenaje diario a la gesta de personal sanitario. Ese acto comunitario hoy continua modo de ofrenda desde una de las ventanas, donde los parlantes hacen sonar un tema de la negra Sosa y el flaco Spinetta: «Si no canto lo que siento, me voy a morir por dentro».
Lleva dos meses de soledad en un departamento ajeno. No tuvo tiempo de preparar ninguna maleta, pero ríe al pensar que desde entonces turna los tres vaqueros que alcanzó a traer junto a algunas camisetas.
Su marido e hijos están confinados desde que el gobierno español decretara el estado de alarma el 12 de febrero. Cuando puede vuelve a su barrio, toca el timbre y en el hall de entrada al edificio se encuentra con su hija, su hijo y marido. Sin poder abrazarlos ni estar a menos de un metro y medio, comparten las experiencias del confinamiento que se prolonga. De vez en cuando sus hijos bajan una pelota, el hall de edificio de campo improvisado y que a puntapies se van dando el turno de la palabra.
Milagros espera ansiosa los test de serología que en breve le harán al personal sanitario del hospital y así saber si es seropositivo; si ha estado infectada y ha generado los anticuerpos. Esa ecuación en el resultado es la que le abrirá la puerta de nuevo a su hogar y a su familia. Mientras tanto, ejerce un oficio que a causa de la crisis sanitaria se revalorizó: el de cuidar a las personas, proteger vida a vida.
Pablo Tosco
Angular | Realizador multimedia
Foto-videoperiodista, comunicador social y máster en Documental Creativo. Desde 2004 documenta para Oxfam Intermón proyectos de cooperación, desarrollo y acción humanitaria en África, América Latina y Asia. Miembro fundador de Angular.
Excelente nota! buena descripciòn. Quedè con ganas de màs…