El matrimonio infantil es considerado una violación a los derechos humanos y Nicaragua, junto con Brasil y República Dominicana, lidera la estadística en América Latina y el Caribe. Crónica tras el sí de las niñas.
Por Milángela Balza
No hay arrugas que esconder. Su rosto desnudo, limpio, sin maquillaje, está detrás del velo de novia.
Es 18 de junio de 2016 y Rosaura se casa —al ser menor de edad— bajo la autorización del papá (según el artículo 54 del Código de Familia de Nicaragua), con un hombre veintiocho años mayor que ella.
El peinado que siempre lleva Rosaura mientras cocina, limpia o lava la ropa, ahora lo cubre el velo blanco. El corte superior de la prenda está por encima de su pecho pero «para atenuar el pudor» una tela clara trepa su cuello y baja por los brazos. Sus manos, escondidas en guantes níveos, cargan un ramo de flores albarinas mientras el borde de su vestido se ensucia con el roce del camino de campo.
Los invitados llegan con zapatos deportivos y sandalias para celebrar una unión que el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) declara como «violación fundamental de los derechos humanos».
Después del sí incondicional, casi todos festejan.
Solo Costa Rica, Ecuador, El Salvador, Guatemala, Honduras y Panamá son los países de los veinte que conforman América Latina que no admiten excepciones para matrimonios a menores de 18 años de edad.
Más de 650 millones de mujeres y niñas vivas se casaron antes de cumplir los 18 años; Nicaragua lidera la lista en América Latina, junto con Brasil y República Dominicana según el Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA). Registros de 2018 indican que el 10% de las jóvenes nicaragüenses entre 20 y 24 años se casaron cuando tenían menos de 15 años, mientras que el 35% lo hizo cuando tenía menos de 18.
Un año después Rosaura ayudará a preparar chicha —aunque ella es evangélica— para el disfrute de quienes le cantarán a la Virgen Inmaculada Concepción, patrona de Nicaragua, en la celebración de la Purísima. Y entonces confesará, por primera vez que «a veces agradece estar casada, pero otras veces no —poniendo énfasis en la segunda parte y encojiéndose de hombros—.
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La Rosaura real no se parece a la de Facebook. Pierna adelante, manos sobre la cintura: las fotos en la red social muestran que sus brazos y piernas pueden danzar con naturalidad, pero le falta la esencia que hay detrás de aquellos bailes: la sonrisa.
Dice que «de más niña quería vestir una bata blanca para ser enfermera». Pero ahora no:
—Ahora, de casada es difícil. A él (su esposo) no le gusta que estudie; alguien le tiene que hacer la comida.
Desde Managua, Ana Clemencia Teller, coordinadora de Proyecto de la Federación Coordinadora Nicaragüense de ONG que trabajan con la Niñez y la Adolescencia (Codeni), se pregunta ¿qué interés puede tener un adulto en casarse con una menor de edad? Retórica responde:
—Simple: no es amor. Es sometimiento, es tomar la vulnerabilidad que tiene esa persona para usarla a favor de uno; para controlarla. Y el control no es solo de recursos materiales, también es de las emociones.
«Setenta de 175 niñas de municipios de municipios de Chontales y Managua dijeron que decidieron con quien casarse», las razones de hacerlo con hombres adultos —según el estudio «Escuchen nuestras voces» realizado por la agencia Plan Internacional en 2014—, es por conveniencia, particularmente cuando los padres ya no pueden mantenerlas debido a la pobreza.
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Rosaura nunca visitó la capital. Chontales es el único de los quince departamentos del país que ella recorrió entre lecheras y buses para llegar de una comarca a otra. Desde hace seis meses colabora con tareas del hogar en la finca de la comarca Muluco porque es donde su esposo chapea (realiza labores del campo), pero en unos meses lo trasladarán a otra de la comarca El Zancudo, en el municipio Cuapa también de Chontales, así que se irá con él para allá.
De niña, su mamita pagaba 300 pesos mensuales (menos de 10 dólares) para llevarla al colegio porque quedaba lejos: pero solo pudo cubrirlo hasta quinto grado de primaria. Esta es una de las razones principales por la que el 15% de las niñas y niños entre 7 y 14 años, que viven en zonas rurales en Nicaragua no asisten a clases*. Más de dos millones 700 mil nicaragüenses viven en zonas rurales, de los poco más de seis millones que es su población total.
—Si está estudiando, si come a diario, si tiene para recrearse, si se siente amada y protegida, una niña no se quiere casar — dice Joanna C. Alarcón (asesora en género de Plan Internacional Nicaragua) marcando las condiciones con el choque los dedos de una de sus manos con la palma de la otra—. Las que han dicho sí, creyeron que al casarse con un hombre mayor, él les daría todo lo que no tenían; luego se dieron cuenta que era algo irreal. Así es como empieza una relación de poder, de dominio, de control y no son libres.
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Rosaura no sabe la edad de la mujer que la parió; la abandonó cuando tenía cinco. Para ella, su mamita es doña Juana Urbina, una abuela de 78 años, quien también le enseñó los secretos de una buena chicha.
La masa espesa de maíz se adhiere entre los dedos de Rosaura. Sin vacilar, los entierra un poco más en la pasta homogénea. Se curvan hacia dentro, se liberan y vuelven a emerger, pero ya no están frescos como al principio, sino pegajosos por la frambuesa que lleva la chicha de Nicaragua. Ascienden y descienden, repiten el baile tantas veces sean necesarias hasta dejar en su punto la masa que, junto con un par de litros de agua, será la base de la bebida típica que tomarán cien invitados que llegarán a la finca de Muluco para la celebración de la Purísima.
Rosaura —piel tostada y ojos alargados; un poco más alta que su mamita, algo ya jorobada— se empeña en la preparación de la chicha, pero el plato al que agrega una pizca más de cariño es el caldillo: zanahoria, papa, salsa de tomate y carne de pollo.
—Partimos de algo doloroso: si vos le preguntás a las chavalas qué es lo que más les gusta hacer, ellas te responden “cocinar”, pero les gusta porque entre todo lo que ellas hacen, como barrer, acarrear el agua, caminar kilómetros, eso es lo más creativo. También te pueden decir “acarrear el agua”, pero lo bonito no es el camino, sino estar en el lugar porque llegan otras mujeres y es su espacio de socialización —dice Joanna, quien lleva doce años trabajando en las comunidades.
La desigualdad de género no solo se ve en labores de hogar, sino también en las leyes que —en el caso de menores de edad—, amplía el margen del hombre con respecto al de la mujer para permitir matrimonios bajo autorizaciones de padres, tutores o jueces.
Actualmente, la edad mínima en América Latina es 14 años pero, por ejemplo en Colombia, antes de 2004, las niñas —solo las niñas— podían hacerlo a partir de los 12 años. Cuba y México —a excepción de la Ciudad de México y 25 de sus 31 entidades federativas soberanas— son los otros países de la región donde también admiten el matrimonio a partir de los 14 años (aunque solo en el caso de las niñas, porque los niños lo pueden hacer a partir de los 16).
Nicaragua también era protagonista de esta desigualdad antes de 2014, donde la niña podía casarse a partir de los 14 años y los niños, a partir de los 15. Ahora, ambos lo pueden hacer a partir de los 16, con autorización de sus representantes legales.
En 2017, algunos países de América Central avanzaron en suprimir este tipo de excepciones en los matrimonios antes de los 18 años. (Costa Rica, donde antes era legal la unión a partir de los 15 años; Honduras y Guatemala, a partir de los 16 años; y El Salvador, si la adolescente estaba embarazada o ya tenía un hijo en común con su pareja). En Nicaragua continúan los esfuerzos.
El sur del Sahara, en África, es la región donde el matrimonio infantil tiene los índices más elevados, donde el cuarenta por ciento de las mujeres estuvieron casadas antes de los 18 años. Según datos de Unicef, le sigue el sur de Asia, donde la proporción es 3 de cada 10. Mientras tanto, en América Latina la proporción es aproximadamente 2 de cada 10.
Como puede suponerse, el matrimonio infantil es causante de embarazos adolescentes: Unfpa alerta que un 90% de los embarazos de mujeres entre los 15 y los 19 años de edad se producen entre las que ya están casadas.
Aunque Rosaura todavía no tiene hijos —y sacude la cabeza en una negativa que parece exorcizar la idea—, sabe que es una posibilidad. Nicaragua es el país con la segunda tasa más alta de embarazo adolescente en América Latina y el Caribe, después de República Dominicana.
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La finca en la comarca Muluco huele a grama fresca, a carne de cochino asada y a heces de vaca. Rosaura ya tiene lista la chicha y antes de que lleguen los invitados para la celebración de la Inmaculada Concepción, aprovecha para descolgar jeanes secos lavados a mano.
Entre el monte de la finca, arranca unas flores de palmera y de mano de tigre para adornar el altar de la Virgen. Dice que no duda de que la Virgen haga milagros, pero dice también que todo es por vía de Dios. «Él fue quien ayudó a la pareja de mi tío a que no la operaran de la matriz y a otra tía, a que no la operaran de los riñones».
Tu gloria, tu gloria, / gozoso este día
¡Oh, Dulce María! / publica mi voz
¡Oh, Dulce María! / publica mi voz
Rosaura no canta junto con los demás, pero aplaude al son de la guitarra y las matracas para acompañar las canciones que le dedican a la Virgen en su día.
A las cinco de la tarde la brisa antes leve ahora es un viento frío. Rosaura busca una manta dentro de la finca y vuelve a salir para terminar de atender a los dueños, anfitriones de la celebración religiosa, quienes al día siguiente saldrán de viaje al exterior para vacacionar nuevamente.
Rosaura no piensa en ningún paseo fuera de Chontales. Quizá ni siquiera muy lejos de la finca.
A la noche tendrá que lavar los utensilios, acomodar las cosas y luego servir a su hombre. Por la mañana, bien temprano, su pelo recogido le facilitará las labores mientras él sale a chapear al campo.
* Según la Encuesta Continua de Hogares que publicó el Instituto Nacional de Información de Desarrollo del país (Inide) en abril de 2018.
** Este artículo se publicó en articulación con Escritura Crónica. Las plataformas autogestivas de periodismo narrativo creemos en las propuestas colaborativas.
Milángela Balza
Periodista
Periodista venezolana independiente. Cree que la crónica, más que un género periodístico, es una manera de escribir. «Aunque al principio le huía por completo, el periodismo digital terminó enamorándome, tanto así que culminé un postgrado con una especialización en el área».
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