Sin oxígeno en Etiopía
Un pediatra español detalla la falta de medios para salvar la vida de los niños con enfermedades respiratorias en la zona rural al sur de Adís Abeba. Decenas de niñas y niños necesitan oxígeno y solo cuentan con dos cilindros que se vacían rápidamente
Texto & Fotos: Iñaki Alegría
Alima inspira profundamente, como si cada respiración fuese la última. Quizá lo sea. Alima moviliza todos los músculos de su cuerpo en cada inspiración para poder tomar el máximo aire posible. Cada uno de estos gestos es una batalla ganada, un aliento de oxígeno para prepararse para la siguiente inspiración. La batalla no para. La muerte por asfixia debido a la bronquiolitis acecha robando el aire, cerrando las vías respiratorias. En cada respiración se le dibujan las costillas en el pecho, muestra del esfuerzo de los músculos para abrir todo lo posible la caja torácica y poder expandir al máximo los pulmones. Alima tiene pocos meses de vida y llega al hospital general rural de Gambo agotada. Sus bronquios están obstruidos y se encuentra cada vez más extenuada. Exprime sus pulmones tatuando el reborde de cada costilla en su piel negra. Los músculos intercostales y subcostales se agotan. Con todas sus fuerzas extiende el cuello hacia el infinito, intentando inhalar la mayor cantidad de oxígeno posible.
Tras un largo trayecto llega por fin al hospital, pero no es la única. Como ella, se hacinan los pequeños cuerpos respirando al límite en la colapsada sala de espera de un hospital donde, cuando parece que no cabe nadie más, entran de golpe cuatro. Necesitan oxígeno, como todos los demás, aunque en los hospitales rurales, como el de Gambo, en Etiopía, se trata de un bien escaso.
El hospital rural de Gambo tiene más de 15 niños que necesitan oxígeno y solo dos concentradores y cilindros que se están vaciando rápidamente
Recuerdo en mis días de residente de pediatría en el hospital de Granollers de Barcelona cómo girando una ruedecita salía a litros el oxígeno de un conducto en la pared. Lo había normalizado, no lo valoraba. Ahora, después de estar en este hospital al sur de Adís Abeba, capital del país, me parece un auténtico milagro lo que vi durante aquellos años en España.
En el centro sanitario de Gambo, y la mayoría de los hospitales del país, se necesitan cilindros de oxígeno que pesan más que las piedras, y el problema es que cuando se vacían debemos transportarlos a cientos de kilómetros para poder rellenarlos. Pensaba que en las urgencias de pediatría me iba a encontrar niños con tuberculosis, sida, malaria, enfermedades tropicales, pero me he encontrado que lo más frecuente son las bronquiolitis, las bronquitis y otras infecciones respiratorias. Así que he aprendido a valorar el oxígeno medicinal, que aquí no sale de las paredes girando una rosca.
En estos momentos de epidemia de bronquiolitis no tenemos suficientes recursos, hay escasez de oxígeno. Tenemos más de 15 niños que lo necesitan, y solo dos concentradores y cilindros que se están vaciando rápidamente.
Aquí entra en juego la preciada “Y”, llamada así por su forma. Una sencilla pieza de plástico o metal que divide un flujo de oxígeno en dos. Y estos dos, con otras dos piezas, los puedes convertir en cuatro. Ojalá lo que hiciese fuera multiplicar el oxígeno, pero no, lo divide. Nos permite llegar a más niños, pagando el precio de bajar el flujo que recibe cada uno.
Es momento de hacer malabares calculando cuántos pacientes hay, y priorizar entre los que están más graves. Es una situación muy dramática. Hace falta conseguir más concentradores para no tener que racionar tanto el aire. En cuanto mejoran, los retiramos para beneficio de los que han empeorado. Alima y otras niñas como ella, son víctimas silenciadas de la injusticia de nacer en la Etiopía rural.
Cuando se va la luz, nos vemos obligados a poner el generador de combustible que es la ruina económica. La alternativa son estos cilindros, pero que solo pueden rellenarse en Adís Abeba, lo que es muy costoso. Mientras tanto, niñas como Alima siguen luchando por conseguir aire y, como diría la poetisa chilena Gabriela Mistral: “No puede esperar, su nombre es hoy”.
Cuando se va la luz, la incomodidad no es la de tener que encender una vela, es la impotencia de no poder encender una incubadora
En el hospital nadie sabe con certeza el número de camas disponibles en la sala de pediatría. Un día hay 45, al día siguiente, 57. Los papeles dicen que hay 45, pero los que vivimos el día a día sabemos que esto no es cierto. Habrá tantas como sean necesarias. Solo es posible gracias al trabajo de cada uno de los trabajadores: cocineras, limpiadoras, enfermeras, auxiliares, nutricionistas, comadronas, técnicos de mantenimiento, médicos… formando un equipo de más de ciento cincuenta empleados etíopes.
También es el hospital de las trescientas manos. El centro ofrece trabajo y formación a las personas de esta población rural. Con esfuerzo, sacrificio y entrega se pueden mejorar la salud, la educación y las condiciones de vida de una población mediante un desarrollo integral. Los trabajadores del hospital son los auténticos héroes y heroínas. Sin ellos no existiría. Quiero rendir un homenaje a cada uno, ya que son los que día tras día están allí, al pie del cañón durante toda la epidemia, hasta que llegue la siguiente. Ya nos hemos enfrentado al sarampión, la meningitis, y a la bronquiolitis…
No me gustaría que tuvierais que vivir como nosotros, al límite con el oxígeno disponible, midiendo y dividiendo cada litro, así como la medicación. Aquí he descubierto lo que es saltar de alegría cuando regresa la luz. Energía que alimentará los concentradores de oxígeno, las incubadoras, las máquinas de quirófano y laboratorio, ahorrando el caro fuel del generador.
Cuando se va la luz, la incomodidad no es la de tener que prender una vela, es la impotencia de no poder encender una incubadora o un concentrador de aire, es la impotencia de que se esfumen las vidas ante ti.
Mientras, seguiremos cargando cilindros, dividiéndolo con las piezas en ‘Y’ y soñando con un oxígeno que salga de un conducto de la pared a chorro y sin fin girando una rosca, como si fuese agua del grifo. Hablando de agua, aquí lo dejo, eso es otra historia que será contada en otra ocasión.
* Ésta nota fue publicada originalmente en la sección Cooperación y Desarrollo de «Planeta Futuro» y fue cedida por Iñaki para continuar la difusión del tema.
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