Mi pañuelo palestino

Tengo un pañuelo tradicional palestino. Lo conseguí en el norte de África. Allí también me dijeron que el diseño en blanco con cuadros negros representa una colmena, la unión de manos, una red de pesca, las marcas del sudor de la cara de un trabajador.
¿Por qué lo uso?

Columna de Migue Roth  |  Fotos: Elías Maciel

Días atrás leí una columna de Mikel Ayestarán sobre el conflicto palestino-israelí y sus relatos. Es un texto contundente, de alguien con trayectoria y años de inmersión en el contexto. Mikel sabe muy bien de qué habla. En su columna, a modo titular, dice que es hora de sacarse la kufiya. Y da varias razones para hacerlo. Una de ellas es categórica: «Por cada palestino tirando piedras hay diez fotógrafos y treinta soldados, pero la imagen que nos llega es la del joven violento, con la cara tapada con su kufiya y rodeado de neumáticos ardiendo. Cada protesta que vivo en Palestina me deja más claro que una imagen no vale más que mil palabras y que hay que explicar mil veces que no hay nada más violento que la ocupación

Coincido. 

Estoy de acuerdo con su planteo de base. Pero acá, del otro lado del océano, creo que es —incluso más necesario que antes— no solo tener kufiya, sino utilizarla y explicar por qué.

Salvo por el equipo de fútbol chileno, en Sudamérica son pocas las referencias directas de apoyo a la población palestina o gazatí. El gobierno argentino, sin ir más lejos, estableció una alianza con su par israelí. Pero en promedio, las personas saben poco sobre la situación, están desinformadas o —peor aún— sesgadas por líneas editoriales filo-sionistas. 

No vamos a debatir acá la responsabilidad mediática. Las cifras son incuestionables. Lo dice Patricia Simón: «Desviada la atención de las masacres que sigue cometiendo en Gaza, el Ejecutivo israelí insiste en su narrativa mesiánica: Israel como punta de lanza contra el eje del mal, el choque definitivo de civilizaciones. […] un país que en el último año ha asesinado en Gaza a más de 41.000 personas —entre ellas, más de 16.000 niños y niñas—, más de 700 en Cisjordania, 2.000 en Líbano, según su Gobierno, y otros centenares en la región.»

Vuelvo al tema del pañuelo, una cuestión que ante la magnitud de la situación puede parecer una nimiedad, pero no lo es. 

No hay enfrentamiento con las fuerzas de seguridad israelíes en el que los jóvenes en Ramala, Jericó, Belén o Hebrón no se tapen el rostro con una kufiya: se convirtió en un icono de resistencia y protesta. Piedras y trozos de escombros contra el armamento más sofisticado y caro del mundo. Pañuelos versus artillería de alto calibre.

¿Por qué utilizar la kufiya?
Para declarar simbólicamente mi desacuerdo con la guerra; como recordatorio de mi posición antibelicista; como insistencia: no acepto las masacres.

Son curiosas las justificaciones de ciertos medios afines al gobierno de Netanyahu al relatar el conflicto actual: ignoran o excusan ataques a hospitales, a campos de refugiados, y meten a miles de niños y niñas palestinos en la misma bolsa de las milicias árabes.

El flaco Itín (que de todo esto también puede hablar largo y tendido) compartió un post rotundo al respecto: «Durante toda mi vida no pude entender cómo millones de personas comunes pudieron aceptar el Holocausto.

Ahora creo que lo entiendo.»

Tengo un pañuelo tradicional palestino. Lo conseguí en el norte de África. Allí también me dijeron que el diseño en blanco con cuadros negros representa una colmena, la unión de manos, una red de pesca, las marcas del sudor de la cara de un trabajador. Lo uso por lo que representan esos símbolos, tan bonitos como las resistencias pacíficas.

Migue Roth

Editor | Periodismo narrativo

Graduado en Comunicación y en Fotoperiodismo; se especializó en Periodismo en la respuesta a las crisis humanitarias. Freelance y docente universitario. Editor y fundador de Angular. Recorre Latinoamérica con el foco puesto en las problemáticas sociales y sus transformaciones.

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