
No es Cristo, pero cuán bien lo representa el Padre Romero con su túnica color tierra y estola wiphala. No es Cristo, pero golpeado así —con esa brutalidad desmedida y maltratado de forma injusta—, se le parece. Sin dudas no es Cristo, pero con su vestimenta humilde —ese calzado gastado de cordones rojos desatados, su banda de tela rústica apenas perceptible tensada por la violencia, los músculos crispados por la búsqueda frenética de apoyo al ser levantado con ferocidad en el aire— contrasta con los uniformes compactos, oscuros, agresivos, y se asemeja a La captura de Cristo, una pintura realizada en el 1600 por el artista barroco Michelangelo da Caravaggio. Al igual que la fotografía, en la pintura pueden observarse siete figuras centrales. En la obra del italiano, todos los personajes se hallan de pie y también son hombres. Dispuestos ante un fondo con entornos ocultos, y una fuente de iluminación que no es evidente pero viene de arriba. Una luz superior como en la foto de Tadeo Bourbón, en la que un hombre de fondo sostiene una cámara, un hombre sostiene una linterna en la pintura. La imagen tiene un extraordinario parecido a la obra, tal vez por el tenebrismo de la escena tan del estilo de Caravaggio, tan actual por su dramatismo. Caravaggio prefería escoger a sus modelos entre figuras del pueblo: huérfanos, prostitutas y mendigos posaron a menudo para sus cuadros. El Padre Romero sin afeitar, el contraste de la sencillez de su cinto de cuerda que toca el cemento gélido y pétreo, sus brazos flacos y desnudos que buscan asidero contra la corpulencia voluminosa y cebada que lo empuja; su alforja con algo de comida, un crucifijo y la biblia ante la intransigencia agresiva de uniformados pertrechados con equipamiento reforzado de policarbonato de última generación, cascos guantes chalecos escudos hombreras rodilleras espinilleras porras metálicas de acero y armas cargadas para reprimir a ancianas y a curas que rezan indefensos.
Y se parece a Cristo por su postura, en el retrato y en la opción por los pobres, y en su compañía en el sufrimiento de los desamparados: Romero dice que la Iglesia se tiene que unir en contra de los mensajes de odio; y oponer resistencia a aquello que contradice el mensaje de Jesús. Sus ojos cerrados lagrimean por el gas pimienta y la indolencia, su voz dolida para insistir con el ejemplo que el evangelio va por un camino contrario al que impone el gobierno.
Las Fuerzas Armadas comandadas por la ministra de seguridad de La Libertad Avanza, Patricia Bullrich, volvieron a tomar las calles aledañas al Congreso para cumplir con el protocolo antipiquetes que cada miércoles se vuelve más violento en las marchas de jubilados. No sólo reprimen con gases pimienta y lacrimógenos a los ancianos sino que ahora también lo hacen contra sacerdotes, frailes y pastores que se acercan a acompañar. Decidimos venir con un par de curas —dice el Padre Romero, con el perfil bajo que lo caracteriza—. Yo estoy en Ciudad Oculta desde hace muchos años. Ahora los que más acompañan son los curas de la opción por los pobres. Ahí surgió todo: venimos revestidos, con la estola. Nació una mesa ecuménica que se junta todos los miércoles: hay pastores, pastoras, algún cabildo. Rezamos juntos con los jubilados antes de que hagan su acto —sigue el cura sin sotana—. Hoy también nos empujaron, nos gritaron y comenzaron a pegarnos ni bien nos dispusimos a rezar. Estaba en la primera fila y terminé tirado en el suelo, aunque me llevé tres o cuatro conmigo. Es muy triste todo esto: la policía es gente de nuestro pueblo pero solo escucha a los que los mandan en vez de entender que las cosas pueden ser distintas si se hablan. Si nos hubiesen dicho que después de rezar nos corriéramos habría sido diferente, pero comenzamos a rezar y ahí nomás nos pegaron.
La violencia aumenta, se ensaña, ciega. Como el poder —como la codicia—, no deja ver. En sus diferentes formas y desde distintas dimensiones, obstruye la posibilidad de pensar distinto. Es como la pobreza, la más extrema —diría Caparrós—, que te deja sin horizontes, sin siquiera deseos: condenado a lo mismo inevitable. Las pobrezas, las violencias.
Pero no solo son antidisturbios los que consideran herejía manifestarse, sino otros —más grave— religiosos dizque cristianos, protestantes en oximorón, feligreses de las fuerzas del cielo.
El Imperio Romano y los poderes de turno consideraban a Cristo y a sus seguidores agentes de subversión del orden imperial y religioso. Su obra y ejemplo fue claramente subversivo ante los poderes. Frente a la codicia farisaica y su ostentación, Cristo calificó al dinero como Mammón —el dios de la avaricia—. Luego añadió que nadie podía servir a dos señores: se vive en Dios, o tras el dinero y sus tentaciones. Pero Jesús tampoco estableció un programa político de reemplazo; su actitud fue más radical: su cuestionamiento no apuntó a un poder particular, sino a cualquier ejercicio del poder de unos sobre otros. Cristo propuso un nuevo modo de ser juntos. No como una construcción filosófica ni político-económica; sino como práctica de fe: su presencia entra en la historia misma de la humanidad, y acompaña al pueblo. Lo cuida. Por eso, cualquier doctrina funcional a las versiones actuales de Mammón, contradice las palabras de Cristo. Cualquier religión que pregone un evangelio de la prosperidad y la meritocracia, se opone al ejemplo de Cristo —quien sufrió los golpes de la marginalidad—. Cualquier denominación que predique un dogma compensatorio y estático (aceptar el status quo y no ocuparse por contrarrestar el dolor), niega el mensaje de Cristo. Lo niegan cuando lo reducen al franelógrafo, lo niegan cuando usan sus palabras como estrategia de mercado; lo niegan con la falta de coherencia.
Ante las falsas dicotomías políticas, ante la polarización extrema, no imagino a Jesús promulgando la oposición, pero tampoco la colaboración; sino proponiendo con su vida sencilla una opción trascendente. No lo veo de traje nuevo predicando desde un pedestal impoluto, sino involucrado: en la primera línea orando a favor de los vulnerables. Ante la reiterada tentación diabólica de Sálvate a tí mismo —tan actual—, mas bien escucho la postura humilde pero decidida de Cristo, el contraste de la sencillez de su vestimenta, sus brazos flacos y desnudos que buscan asidero contra la corpulencia voluminosa y cebada que lo empuja; y entiendo su insistencia por los pobres, el forcejeo para acompañar en el sufrimiento a los desamparados, y protegerlos.
Migue Roth
Graduado en Comunicación y en Fotoperiodismo; se especializó en Periodismo en la respuesta a las crisis humanitarias. Trabaja como freelance y en docencia universitaria. Es editor y fundador de Angular. Ha recorrido Latinoamérica con el foco puesto en las problemáticas sociales y sus transformaciones. Es autor del libro «Sin piedad». Durante los últimos años realizó reportajes para agencias y medios internacionales. Su labor como realizador multimedia fue reconocida en certámenes de Europa y Sudamérica; También es ganador del Premio Excelencia Periodística de la Sociedad Interamericana de Prensa, y del primer premio del Concurso Mundial de Medios de Comunicación de la Organización Internacional del Trabajo. Sus producciones documentales se estrenaron con galardones en diferentes festivales del mundo.
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