De la vergüenza a lo cotidiano: las Apps de citas

Alrededor de la mesa en ronda de amigos, celebrando algún cumpleaños, cae la pregunta que él siempre quiere evitar: “¿En dónde la conociste?”
Es una pregunta que cala profundo y lo llena de dudas.
Respira hondo.
¿Cómo explicarles que un “match” en una aplicación, aventura de una noche, terminó siendo el amor de su vida?

Texto: Mariano Aratta | Ilustraciones: Eduardo Parera

Esa situación, otrora embarazosa, hoy se piensa como un escenario natural.

El crecimiento y la democratización de este tipo de sitios y aplicaciones, que pasaron de la pantalla clandestina de un cyber al teléfono celular en el bolsillo, el cambio de público usuario y el crecimiento etario de la generación millennial, habrían modificado el paradigma en lo que refiere a relacionarse.

Y este paradigma no grita solamente “sexo”. Aplicaciones tan variadas como las que existen para conseguir pareja (eventual o duradera) pueden ser también las que encontramos para congregar músicos para una banda, jugadores para un partido de fútbol, “roommates” o personas para compartir un transporte y así repartirnos los gastos. En esta naturalización, la vergüenza digital habría dejado de existir.

Actualmente, la vida cotidiana transcurre a través de las múltiples pantallas, lo que refuerza esta concepción. Y así, finalmente habríamos podido darnos cuenta de que el mundo virtual y el físico no son entidades aisladas y separadas, sino dos caras de la misma moneda. Por ese motivo, la virtualidad es también un mundo real en el cual nos podríamos relacionar con personas de carne y hueso.

Pero la mecánica de la interacción social a través de Internet no se limita a exhibir la propia vida, como en el esquema más básico de un sistema de comunicación de emisor-mensaje-receptor, sino que requiere de una reacción del público, al que muchas veces la o el emisor no tiene claramente definido, pero sabe, de alguna forma, que existe. Es en la medida en que esa audiencia responde que el emisor se ve alentado a mostrar más y más información.

La vieja vergüenza digital

Durante años, “conocer a una persona por Internet” era territorio sólo apto para aventureros.

El tema era tabú. Si estábamos entre pares, el diálogo fluía tal vez un poco tímido al comienzo, para luego decantar en una realidad: todos conocimos a alguna persona a través de Internet en algún momento de nuestra vida.

Con esta persona nuestro objetivo no era necesariamente tener una cita a ciegas, ya que también podíamos conocer pares por gustos en común, clubes deportivos, música (¿el viejo “club de fans por correspondencia” acaso no operaba en forma similar?), o cualquier otra actividad, hobbie o consumo cultural.

Inclusive, si dejamos volar la imaginación, no sería descabellado pensar en un vendedor de Mercado Libre atraído por su clienta. Que luego, una vez consumada la transacción comercial y con los datos de la otra persona en su poder, decide comenzar otro tipo de transacción.
Al fin y al cabo, Internet se ha consolidado como un espacio nuevo, en teoría similar al bar, la discoteca, el mercado o el shopping, pero distinto en su materialidad técnica.

Inclusive las mencionadas plataformas de compra y venta, como Mercado Libre o más adelante el Marketplace de Facebook, también se configuraron como ejemplos paradigmáticos de este nuevo espacio distinto al cotidiano. Un espacio destinado al intercambio de bienes y servicios. Un mercado virtual que es plausible de tornarse físico una vez que se realiza la transacción. Asimismo, es probable que Mercado Libre o DeRemate.com hayan sido los primeros espacios en estas latitudes que trastocaron las barreras entre lo físico y lo virtual, allá en la segunda mitad de los ’90.

…todos conocimos a alguna persona a través de Internet en algún momento de nuestra vida.

Del bochorno a la estandarización

Con el surgimiento y afianzamiento de este espacio virtual, comenzaron a aparecer sitios webs (Ashley Madison, Second Love), foros o chats (como los viejos canales de mIRC, Starmedia, El Faro) y, poco tiempo después, primitivas aplicaciones (Sónico, Sexy o no?, o la precursora Badoo) que complementaban otros espacios más “inocentes”, por así llamarlos, como Fotolog.

Los adolescentes pre-Facebook y pre-Instagram tenían su área de encuentro virtual en esta red social de fotografías y textos breves, red que luego posibilitaba los encuentros reales en plazas o centros comerciales de la ciudad, dando lugar, entre otros momentos, a las recordadas y televisivas peleas “Emos vs. Floggers”. [1]

Tal vez, ellos hayan sido las primeras generaciones que reconocieron abiertamente “haberse conocido por Internet”, inclusive ante los medios de comunicación.Porque este espacio virtual, utilizado anteriormente para “la trampa” o como un “mercado de cuerpos”, sobre todo a partir de sitios webs como los mencionados Ashley Madison y Second Love o similares, comenzó a ser modelado por los entonces jóvenes como un nuevo espacio de encuentro y no como una “vidriera de personas” en busca de erotismo.Así, Internet salió del closet húmedo y las habitaciones oscuras hacia la luz de las plazas, las esquinas o los centros comerciales. Y luego, en un movimiento retórico desafiante para padres y abuelos, todo ese mundo entró directamente al teléfono celular en el bolsillo de nuestra campera.

Es fundamental mencionar dos fenómenos que dan forma a la sociedad actual y sin los cuales la existencia de aplicaciones como estas sería impensable. Por un lado, tenemos la aceleración en el proceso de producción y circulación de tecnologías generada por la globalización, y por otro, la lógica de consumo y obsolescencia que guía las formas de relacionamiento y acción de los individuos en la actualidad.

Con el correr de los años, y la consecuente normalización de tener una vida digital en paralelo a la vida física (las mencionadas “dos caras de la misma moneda”), el velo del pudor se rompió y comenzó también a ser socialmente aceptable conseguir, no sólo amigos, sino también pareja o “romances ocasionales” en el mundo de los unos y los ceros.

Nuevos métodos, viejos cuentos

La aplicación Badoo introdujo una novedad que ha sido replicada no sólo por las apps de citas, sino también por otras, como las de descuentos que ofrecen los distintos bancos o inclusive la archifamosa Uber. Tomando como base tecnología de Google Maps, Badoo se reconoció como disruptiva por la posibilidad de realizar citas mediante geolocalización: al seleccionar el género de las personas que nos interesaba contactar, la pantalla nos devolvía en primera instancia las que más cercanas estaban y en tiempo real (algoritmo que luego perfeccionarían Tinder y Happn).

Contactar una persona a través de estas redes, pasar al encuentro en el mundo físico, y luego contarlo, era saco de otro costal: pocas personas admitían realizar estos encuentros. Y si bien estas aplicaciones estaban relacionadas con “la trampa”, la prostitución encubierta o la falta de reconocimiento de la propia sexualidad, la realidad es que los usuarios fueron cada vez más y más variados, hasta romperse la barrera del pudor.

El punto vergonzante, al decir de ese amigo del principio, era que “habiendo tantas mujeres en mi entorno, yo me enganché con un ‘touch and go’ de una app. La gente podría pensar que tenía problemas para relacionarme. Además, en esa época nadie admitía que se usaban las apps o las páginas de citas. La verdad, mirando para atrás, no entiendo por qué tanta vergüenza”.

El “qué dirán” en nuestro entorno, patrones de conducta heredados o la mirada de nuestros padres y madres, sin dudas operaron sobre ese pudor que los nativos digitales terminaron de enviar al pasado.

Hoy se percibe distinto. De hecho, los contactos profesionales se realizan también a través de redes especializadas en el mundo laboral. Las fronteras son más difusas, así como también los límites de lo virtual y lo físico.

Las fronteras son más difusas, así como también los límites de lo virtual y lo físico.

No todo lo que reluce es oro

Sin embargo, la interacción social a partir de identidades virtuales estaría generando transformaciones reales y vertiginosas en las formas de vinculación social.

Si a lo anterior le sumamos que, en aplicaciones como Tinder, las lógicas detrás del proceso de selección de pareja son de naturaleza algorítmica, podríamos afirmar que estamos presenciando un cambio importante en los procesos comunicativos.

Estas decisiones físicas sobre una pantalla virtual se llevan a cabo con un mediador que, sin ser humano, está programado para realizar elecciones y descartes por nosotros. Un algoritmo que conoce nuestros gustos y disgustos, orientaciones, ubicación geográfica, amigos y demás elementos que le permiten poner a nuestro alcance no una, sino varias personas potencialmente “ideales para nosotros”, cerrando el círculo que el buen Ted Mosby de la serie How I Met Your Mother tardó años en cerrar.

Ya hablaba Daniel Bell del concepto de Sociedad Post-industrial [ii] para describir la sociedad resultante de la transformación digital y eso parecería ser el momento que hoy vivimos.

Es por eso que estas nuevas aplicaciones y plataformas no pueden ser analizadas ni desde una perspectiva exclusivamente económico-mercantil ni desde una perspectiva subjetivista-afectiva. Al ser denominadas como producto cultural, es necesario reconocer su doble naturaleza como mercancía y como espacio social de relacionamiento.

Exhibir lo íntimo

En el contexto de la dinámica digital actual, donde se puede practicar una suerte de voyeurismo y de exhibicionismo por igual, se usa el término “extimidad” para designar toda esa exposición voluntaria de lo que hasta ahora se conocía como “intimidad”. Y aunque los pensemos como palabras opuestas, su origen indicaría que esta es una idea mucho más compleja que un juego de antónimos.

El concepto de extimidad fue pensado y propuesto por Jacques Lacan [iii], quien lo planteó como una paradoja: lo éxtimo es aquello que está más cerca del interior, pero sin dejar de encontrarse en el exterior.

Cuando Lacan escribía, lo íntimo se relacionaba con el momento de reflexión e introspección que permitía al ser humano expresar su ser tal como era. Paradójicamente, hoy esta expresión pareciera provenir del afuera: en las redes sociales y aplicaciones de citas, mientras más se muestre, más likes y réplicas, mayor afirmación del ser alcanzaremos.

En ese sentido, se estaría viviendo una etapa de diarios éxtimos que habrían tomado el lugar de los diarios íntimos.

Finalmente, la intención no es brindar absolutismos sino dar cuenta de cómo los procesos comunicativos han cambiado y el viejo mundo del bar, el club o el boliche, dieron paso a nuevos espacios de encuentro.

Tal vez los últimos resabios de aquel mundo fueron derribados por la pandemia de COVID-19 en la que inclusive adultos mayores comenzaron a desenvolverse cotidiana y hábilmente en el mundo digital.

Sin dudas, estamos ante una nueva era que, como todo corte histórico, no comenzó en forma abrupta sino que discurre suavemente, en la misma manera que los cambios en la digitalidad han permitido la salida del closet de individuos con vergüenza, que antes operaban en las sombras y hoy gritan orgullosos que el próximo viernes a la noche irán a jugar al fútbol con personas que conocieron en una aplicación y luego irán a tomar unos tragos, en plan cita, con alguien que probablemente conozcan en Tinder.

i. Sin Autor (2008). Los emos, los floggers y la guerra mediática. Recuperado de https://www.lanacion.com.ar/espectaculos/los-emos-los-floggers-y-la-guerra-mediatica-nid1048495/

ii. Bell, Daniel. (1981). El advenimiento de la sociedad post-industrial: Un intento de prognosis social. Madrid: Alianza Editorial.

iii. Lacan, Jacques (1961). El Seminario. Libro IX: La Identificación. Buenos Aires: Paidós.

Mariano Aratta

Lic. en Comunicación | Periodista

Licenciado en Ciencias de la Comunicación (FSOC-UBA), especializado en Comunicación Digital, Filosofía de la Técnica y en Comunicación Digital. Actualmente se encuentra finalizando el Profesorado de Enseñanza Media y Superior en Ciencias de la Comunicación Social en la Universidad de Buenos Aires.

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