Una tormenta de arena asoma entre las chimeneas de un pozo de extracción de petróleo. El viento se esfuerza por apagar la llama que se mantiene invicta. Y a lo lejos el pueblo de Basheer.
Todo quedó reducido a escombros, no hace falta levantar la mirada para ver el horror vestido de ruinas.
Por Pablo Tosco
Un chorrito de agua apura una mezcla de tierra y pasto. Las manos de Mahmoud amasan el barro con ira y tristeza: amasa para exorcizar la nostalgia. Sus manos se afanan por mantener la mezcla húmeda ante el calor matutino de Irak.
Ibrahim, su hijo mayor, arrastra unos metros la mezcla en una carretilla sin ruedas, hasta donde está Noura que rellena los moldes de donde salen bloques simétricos de adobe.
«Necesitamos fabricar 3.000 ladrillos para dejar de vivir en este antiguo gallinero y volver a tener una casa mínimamente digna.»
Una tormenta de arena asoma entre las chimeneas de un pozo de extracción de petróleo. El viento se esfuerza por apagar la llama que se mantiene invicta. Y a lo lejos el pueblo de Basheer.
Todo quedó reducido a escombros, no hace falta levantar la mirada para ver el horror vestido de ruinas.
El silbido del viento y los cables eléctricos entre los escombros, el estruendo de un ladrillo cayendo en el zinc de lo que fue un techo y el crujir de las botas de Walid recorriendo lo que fue su barrio. «Todavía no podemos regresar a los restos de nuestras casas, el Estado Islámico ha dejado artefactos explosivos escondidos en casi todas las casas.»
Basheer fue liberado de la ocupación del Estado Islámico (EI) gracias a la ofensiva liderada por el ejercito Peshmerga, la milicia chií Hashd a-Shaabi y las autodefensa Turcomana. Este crisol de etnias y sectas da algunas pistas del complejo mapa del conflicto iraquí.
Una guerra que parece a lo lejos anestesiada por tantos años de conflicto, un conflicto por desgaste donde la población civil va siendo tomada de rehén y luego condenada por haber estado cautiva. Las tribus, linajes y ascendencias del islam van marcando la línea del conflicto: suníes contra chiitas, turcomanos contra suníes, suníes contra cristianos, kurdos contra árabes y como telón de fondo la ascendencia de los Kurdos ocupando espacios de poder en el gobierno Iraquí, con su propia agenda de autodeterminación.
Mientras en el último año el EI perdió territorio (de ocupar un 45% pasó a un 14%), va dejando tras su huida ciudades repletas de explosivos ocultos entre las ruinas y la puerta abierta a la paranoia y la violencia sectaria que azota al país desde hace décadas.
La guerra con Irán, la invasión a Kuwait, la ocupación americana, la persecución de Kurdos y Yazidies ha forjado un país donde los conflictos se dirimen empuñando AK-47.
Millones de personas se vieron forzadas a dejar sus tierras, sus casas, sus vidas. Han huido recorriendo el país buscando refugio: un lugar seguro donde dejar de sobrevivir y poder pensar en reconstruir sus vidas.
En los Campos de desplazados en medio del desierto y las comunidades que dan acogida se afrontan los mismos retos: brindar refugio, agua, comida y recursos. Organizaciones como Oxfam Intermón están proveyendo agua mediante la instalación de tanques o la construcción de pozos en los campos de desplazados y la rehabiltación de plantas potabilizadoras de agua que fueron destruidas por el conflicto.
«Pensamos que huíamos por unos días»
Huyeron con lo puesto del pueblo de Basheer, cuando Estado Islámico lo ocupó. Mahmoud estaba en la planta de petróleo mientras comenzaba a escuchar a lo lejos el sonido de los morteros.
Pidió a su supervisor salir del trabajo para rescatar a su familia. Al llegar a Basheer supo que ellos ya habían huído con algo de comida, sus mantas y poco más.
Se encontraron en Srinja, el pueblo donde vive su hermano. Desde la terraza podían ver las columnas de humo de los ataques y el estruendo de las bombas pulverizando recuerdos y sueños.
Mahmoud se apoya en la pila de ladrillos para tomar un respiro: «Pensamos que huíamos por unos días y que luego podríamos regresar, pero llevamos meses aquí en esta situación tan precaria.»
Este gallinero en medio del desierto fue su refugio físico y mental. Años de conflicto crearon heridas que no curan, que supuran odio y dolor. Llevan décadas conviviendo con la cartografía del horror de la guerra.
Mahmoud toma su teléfono y empieza a ojear algunas fotos de su ciudad colgadas en alguna página de Facebook de algún vecino. Recorre virtualmente las calles de su barrio: intenta reconocer su casa bajo las ruinas; a su lado —ansiosa— su hija esperan ver algo divertido.
Pero no lo hallará. Ni ella, ni su padre. Ninguno volverá a Basheer.
El hecho de pertenecer a la misma ascendencia islámica que el EI los condena a no regresar a su pueblo.
«Ya estamos agotados de tanta guerra y violencia, no podemos seguir huyendo toda nuestra vida.»
Pablo Tosco
Angular | Realizador multimedia
Foto-videoperiodista, licenciado en Comunicación Social y Máster en Documental Creativo. Desde 2004 documenta para Oxfam Intermón proyectos de cooperación, desarrollo y acción humanitaria en África, América Latina y Asia. Es miembro fundador de Angular.
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