«A pesar de algún debate sobre derechos de autoría, existe un consenso generalizado de que el término Desarrollo fue propuesto por el presidente norteamericano Harry Truman. El subdesarrollo comenzó, entonces, en 1949. Ese día, dos billones de personas se convirtieron en subdesarrolladas. »

 Por Elián Giaccarini  |  Ilustración: Ferreol Murillo

Lo que pareció parte de la retórica del mandatario más poderoso del planeta fue, en verdad, la división geopolítica más escandalosa de la historia. Esa variable dicotómica: desarrollado – subdesarrollado, fue impuesta a cada habitante del planeta, en forma de etiqueta, de manera caprichosa y basada en un criterio establecido de manera arbitraria.

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Me acerqué a la cocina atraído por sonidos y sabores. Mi mamá preparaba el almuerzo con dedicación y mi estómago pedía algún bocadillo, al menos para calmar la ansiedad. Pero irrumpí con una pregunta un tanto desconcertante:

– Mamá, ¿vivimos en un país pobre o rico?

No recuerdo cuanto tiempo tardó en responder, pero sí recuerdo con precisión su frase:

– Estamos en un país… en un país en vías de desarrollo, Elián.

Fue atando cabos más de diez años después, cuando finalmente comprendí que aquel pequeño análisis económico entre una madre y su hijo no había sido otra cosa que la descripción de un concepto que se ha instalado en la sociedad desde hace décadas.

A pesar de algún debate sobre derechos de autoría, existe un consenso generalizado de que el término Desarrollo fue propuesto por el presidente norteamericano Harry Truman el 20 de Enero de 1949 en su discurso de asunción a la casa blanca:

«Debemos embarcarnos en un nuevo programa para hacer disponibles nuestros avances científicos y tecnológicos para la mejora y el crecimiento de las áreas subdesarrolladas. El viejo imperialismo no tiene lugar en nuestros planes. Lo que vemos es un programa de desarrollo basado en conceptos democráticos de comercio justo.»

El subdesarrollo comenzó, entonces, en 1949. En su ensayo, Gustavo Esteva (1995:2) lo cuantifica con palabras cuasi-dramáticas: «Ese día, dos billones de personas se convirtieron en subdesarrolladas». Lo que pareció parte de la retórica del mandatario más poderoso del planeta fue, en verdad, la división geopolítica más escandalosa de la historia. Esa variable dicotómica, desarrollado–subdesarrollado fue adjudicada a cada habitante del planeta, en forma de etiqueta, de manera caprichosa y basada en un criterio establecido de manera arbitraria.

Desde entonces, distintos rótulos han sido propuestos para reemplazar al de subdesarrollado (suerte de designio misericordioso para dignificar esa condición de inferioridad) y como para suavizar la severidad de la enfermedad: Los Tercermundistas, Los del Sur, Países emergentes, De bajos ingresos, En vías de desarrollo, etc. Esta última fue la etiqueta elegida por mi madre, seguramente como producto de la moda del momento. El menú de inscripciones es amplio y todas presentan limitaciones. Mientras tanto, continúa la competencia dentro del mundo académico por elegir una que se adapte a los más de 150 países que conforman este escuadrón.

No es mi objetivo hacer un análisis de la razón de la etiqueta ni de su trasfondo histórico. Lo cierto es que el rótulo, sea cual sea, nos afecta más de lo que pensamos. Moldea nuestras actividades, discursos, sueños, aspiraciones y maneras de ver y entender el mundo. A quien nace con la palabra ”desarrollado” estampada en la frente, se le inculca que existen países donde seres de su misma especie todavía no han alcanzado la etapa evolutiva dónde éste sí se encuentra. En contraste, el individuo que porta el sello de subdesarrollado, nace, crece y muere intentando trocarlo por el primero.

Cambiarse de etiqueta

Este deseo se puede llegar a materializar de muchas formas. Poco tiene que ver, en realidad, querer crecer profesional, económica o académicamente. Tampoco incluye al afán —en aumento, por cierto—, de modernizarse. Este repertorio de aspiraciones no es, en su sentido más intrínseco, el problema del etiquetado. La consecuencia yace en el impacto psicosocial de una imposición maquiavélica.

La etiqueta genera un impacto psicológico decisivo en el individuo subdesarrollado. Una vez que el sujeto toma conciencia de este apartheid ideológico, lo único que anhela es deshacerse de la misma, cambiarla y huir. Este pesado yugo atenta contra la confianza de los individuos y las sociedades. Mina la cultura y la identidad. Porque el etiquetado entiende que cuanto más lejos esté del subdesarrollo, más se acercará a la chance de cambiar de título personal y pasar a ser desarrollado. Muchos se vuelven elitistas en sus propias ciudades. Otros abandonan su país en busca de nuevos horizontes, llegando a aborrecer a su país o sentir vergüenza del mismo.

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¡Sálvese quien pueda!

Los rótulos tienden a convertirnos en seres indiferentes y distantes: cada uno busca su propio salvoconducto. «Salgamos cuánto antes. Y si yo salgo y tú no, pues lo lamento».

Así, el país se fragmenta y crece la brecha en la desigualdad incrementando la tensión política y social.

La diferenciación interna polariza aun más una sociedad que debería priorizar la cooperación y solidaridad, valores que saben obsoletos y retrógrados donde predominan el individualismo y la confusión.

La problemática no sólo es exógena, sino que también se da internamente: el joven que sale de su villa y se convierte en médico, prefiere mudarse de ciudad antes que volver a servir a su comunidad, «porque su carrera profesional lo obliga a no estancarse». La trampa perfecta: se torna obligatoria la actualización constante y aparece como una necesidad decorar el currículum: y así un contador busca ser gerente de la multinacional de turno; el ingeniero prefiere desarrollar tecnologías extranjeras a establecer un sistema de riego para su pueblo que sufre sequía; el arquitecto, construir rascacielos en lugar de escuelas. Y la lista de ejemplos podría derivar en un volumen enciclopédico.

Curiosamente, en caso de emigrar, la vida del etiquetado dista de hacerse más sencilla una vez llegado al hemisferio norte. Los mensajes emitidos por los medios masivos, que prometían prosperidad, resultan engañosos. Otro espejismo mediático.

Así nace la fuga de cerebros. Es cierto que hay países que pueden brindar algunas ventajas y oportunidades, pero las garantías de acceder a ellas no son tantas. La vida en el hemisferio norte es muy dura. Nada viene de regalo. En incontables ocasiones encontré “expatriados” que se quejan del estilo de vida de Londres, Paris o Madrid y que invocan con nostalgia la tierra natal.

¡Que se vayan todos!

El subdesarrollado sentado en el sillón de su casa y frente a la televisión culpa al político por la falta de cambio, por la desidia reinante producto del subdesarrollo. Como si el político fuese una raza ajena al mundo (aunque, con frecuencia, algunos se comporten como tal). Se olvidan que son personas moldeadas como producto de su propia sociedad. Y sí: tienen responsabilidad, pero la tienen así como la tenemos todos los ciudadanos. Porque no los elegimos para que solucionen nuestros problemas mientras nosotros nos dedicamos a pensar en nosotros mismos. ¿O tal vez si?. Como señala Gould (2006:136), «…los que tienen, comparten su riqueza e influencia sólo cuándo los que no tienen, pueden forzarlos a hacerlo».

Pero la clave está en como lo hacemos. La mejor manera de presionar a un político es comprometiéndose con un cambio. Un cambio que tendrá como inversión más rentable aprovisionarnos en un futuro de una clase política más honesta y desinteresada, producto de una sociedad que logró superarse a sí misma.

Un análisis eficaz nace desde la introspección. El compromiso es contagioso, pero requiere trabajo. No es fácil de transmitir, pero tampoco somos inmunes.

El verdadero profesional es quien posee una combinación de conocimiento, confianza y convicción. Y  quien —por sobre todo— trabaja por la dignidad del trabajo. Por que se es certificado por la comunidad a la que se sirve, y no por un diploma colgado en la pared.

REFERENCIAS
  • Esteva, G., 1995. Development (Desarrollo), en Sachs 2010: The Development Dictionary (El diccionario del desarrollo). Pp. 1-23.
  • Gould, J. 2005, The new conditionality: The politics of poverty reduction strategies (La nueva condicionalidad: la política de las estrategias de reducción de pobreza). London: Zed Brooks.

Elián Giaccarini

Director de programas de ADRA Argentina

Elián trabajó en la coordinación de la Unidad de Gestión de Emergencias y Desastres de la Agencia de Desarrollo y Recursos Asitenciales (ADRA) de Argentina, durante varios años. Actualmente es director de programas de la agencia. Se especializó en Desarrollo Internacional y Asuntos Humanitarios en Inglaterra.