El cementerio norte de Manila, en Filipinas, es uno de los más antiguos del Pacífico. Los habitantes de la ciudad se han visto obligados a habitarlo debido a la pobreza y la superpoblación.

¿Cómo es vivir entre los muertos?

Por Bruno Gallardo

El cementerio mayor de Manila alberga, en la actualidad, a un millón de muertos aproximadamente. Y allí, también, se refugian más de 10,000 familias filipinas que han convertido nichos, tumbas y mausoleos en sus hogares. Algunas familias viven en panteones de los parientes, herencia de generaciones pasadas; otras viven allí con el consentimiento de los propietarios, haciéndose cargo del mantenimiento del lugar. Hasta una cuarta parte de los 12 millones de habitantes de Manila vive en asentamientos irregulares; pero quienes habitan ésta necrópolis prefieren su relativa tranquilidad y seguridad a los peligrosos barrios pobres de la ciudad.

No obstante, el cementerio se ha convertido en una pequeña ciudad autosuficiente donde se pueden encontrar comercios, negocios y servicios en lugares insólitos. El último lugar de descanso de famosos, presidentes, estrellas de cine e iconos literarios, es el lugar vital también para algunas de las personas más pobres de Manila.

«Las tumbas por lo general se rentan durante cinco años. Después de eso, si los familiares dejan de pagar, los administradores del centro exhumarán los restos, tras un periodo de gracia —dice Adam Edam para NYT—. Es común ver bolsas desechadas de cráneos y huesos, algunos enredados con los jirones de la ropa con que fueron sepultados».

Todo el mundo tiene alguna función: hay quienes trabajan como enterradores o albañiles en el cuidado de nichos y tumbas; los más jóvenes cobran unos cuantos centavos por llevar los ataúdes. Los domingos, los días con mayor movimiento de la semana, llegan los muertos o nuevos inquilinos de los vivos. Por la noche, la gente duerme donde puede. En mausoleos y estructuras improvisadas construidas sobre tumbas, las familias continúan con sus días entre muertos.


Ruben, de 62 años, se sienta en la parte superior de su cama en un panteón dentro del cementerio norte de Manila, donde vive hace 30 años. Cuida los panteones de las familias que han fallecido.

Dos hombres conversando en el techo de algunos nichos del cementerio del norte.

Nestor, de 48 años, a la entrada del panteón donde vive, con un gallo que entrena diariamente para las peleas. Vive hace 2 años en el cementerio antes de estar en la cárcel.

Jesús, de 45 años, ha vivido 27 años en el cementerio del norte. Ahora también lo acompañan su esposa y sus dos hijos.

Un grupo de niños jugando en el mausoleo donde algunas familias viven en el segundo piso.

Es habitual encontrarse a grupos de jóvenes jugando baloncesto en el cementerio norte de Manila, donde viven más de 10,000 personas.

Un ataúd con un hombre muerto es llevado por un grupo de jóvenes que trabajan cargando ataúdes el día de entierro.

Un grupo de jóvenes que trabajan con ataúdes el día en que se entierran a los muertos, esperan instrucciones y pago después de haber colocado el ataúd dentro del nicho.

En el último momento del funeral del día y después de haber colocado el ataúd de una persona muerta dentro de su nicho, un grupo de observadores esperan atentos las novedades de parte de la familia del fallecido.

Un grupo de jóvenes observa la llegada de un nuevo difunto en el preciso lugar donde viven en el cementerio norte de Manila.

Niños bañándose y jugando en una piscina de plástico ubicada en la entrada de un panteón.

José Reyes, de 52 años, vive desde hace 30 años en el cementerio norte de Manila. Ha perdido sus dos piernas debido a la diabetes. La primera amputación fue en 2011, la segunda en 2017.

Familia diciendo adiós a su ser querido: Raiden Ross, el joven que —a la edad de 17 años— fue apuñalado hasta morir por un ajuste de cuentas.

Madre e hijo durmiendo junto a las tumbas. Las instalaciones eléctricas son improvisadas e inseguras; la mayoría de los residentes no cuenta con agua corriente.


Bruno Gallardo

 |  Fotógrafo

Estudió Economía y Administración antes de convertirse en fotógrafo. Luego partió a Barcelona para estudiar fotografía en el Institut d ‘Estudis Fotografics de Catalunya, entre 2005-2007. También realizó el postgrado de fotoperiodismo en la UAB en 2008. Bruno pasó los últimos años cubriendo cambios internacionales en África, Asia, Medio Oriente y América del Sur. Su último proyecto: «Caravana de migrantes», documenta el éxodo de miles de migrantes (Honduras, Salvador, Guatemala) quienes buscan ingresar a los Estados Unidos. Colabora con diferentes ONG y con agencias como AFP, EPA, DPA, Agencia Anadolu, entre otras.